Francisco Fernández-Carvajal 01 de octubre de 2020
@hablarcondios
— Existencia.
— Continuos servicios que nos prestan los Ángeles
Custodios.
— Tratarlos como a amigos entrañables.
I. Ángeles
del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos1.
Los Ángeles aparecen frecuentemente en la Sagrada
Escritura como ministros ordinarios de Dios. Son las criaturas más perfectas de
la Creación, penetran con su inteligencia donde nosotros no podemos, y
contemplan cara a cara a Dios, como criaturas ya glorificadas.
En los momentos más importantes de la historia humana,
un ángel, manifestándose a veces en forma corpórea, ha sido embajador de Dios
para anunciar sus designios, para señalar un camino, para comunicar la voluntad
divina. Los vemos constantemente actuar como mensajeros del Altísimo,
iluminando, exhortando, intercediendo, preservando del peligro, castigando. El
mismo significado de la palabra Ángel enviado expresa su
función de mensajero de Dios ante los hombres2.
Siempre recibieron veneración y respeto en el Pueblo elegido. ¿Acaso no
son todos ellos espíritus destinados al servicio, enviados para asistir a los
que han de heredar la salvación?3.
La fe en esta misión protectora de los ángeles,
vinculados a personas particulares, es lo que hizo exclamar a Israel, en el
momento de bendecir a sus nietos, los hijos de José: que el Ángel que
me ha librado de todo mal, bendiga a estos niños4.
Y la Primera lectura de la Misa5 recoge
las palabras del Señor a Moisés, que hoy podemos ver como dirigidas a cada uno
de nosotros: Yo mandaré un Ángel ante ti para que te defienda en el
camino y te haga llegar al lugar que te he dispuesto. Y el Profeta Eliseo
dirá a su sirviente, asustado al ver los enemigos que les rodeaban por todas
partes: Nada temas, que los que están con nosotros son más que los que
están con ellos. Eliseo oró y dijo: ¡Oh Yahvé!, ábrele los ojos para que vea. Y
Yahvé abrió los ojos del siervo, y vio la montaña llena de caballos y carros de
fuego que rodeaban a Eliseo6.
¡Qué seguridad nos tiene que dar la presencia en nuestra vida de los Ángeles
Custodios! Ellos nos consuelan, nos iluminan, pelean en favor nuestro: en lo
más duro del combate se le aparecieron en el cielo a los adversarios
cinco varones resplandecientes, montados en caballos con frenos de oro, que
poniéndose a la cabeza de los judíos y tomando dos de ellos en medio al
Macabeo, le protegían con sus armas, le guardaban incólume y lanzaban flechas y
rayos contra el enemigo, que, herido de ceguera y espanto, caía7.
De formas y modos muy diferentes, los santos ángeles intervienen todos los días
en nuestra vida corriente. ¡Qué providencia tan singular y llena de bondad y
cuánta solicitud la de Dios con nosotros, sus hijos, a través de estos santos
protectores! Busquemos en ellos fortaleza en la lucha ascética ordinaria y
ayuda para que enciendan en nuestros corazones las llamas del Amor de Dios.
II. Delante
de los ángeles tañeré para Ti, Dios mío8.
La vida y la enseñanza de Jesús está poblada de la
presencia ministerial de los ángeles. Gabriel comunica a María que va a ser
Madre del Salvador. Un ángel ilumina y serena el alma de José; también hay
ángeles que anuncian el Nacimiento de Jesús a los pastores de Belén. La huida a
Egipto, las tentaciones del Señor en el desierto, los sufrimientos de
Getsemaní, la Resurrección y la Ascensión son presenciadas igualmente por estos
servidores de Dios, que, a su vez, velan constantemente por la Iglesia y por
cada uno de sus miembros, como atestiguan los Hechos de los Apóstoles9 y
la Tradición primitiva. En verdad os digo que veréis abrirse los cielos
y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del Hombre10.
Muchos santos y muchas almas que han estado muy cerca
de Dios se distinguieron en su vida aquí en la tierra por su amistad con su
Ángel Custodio, al que acudían muy frecuentemente11.
San Josemaría Escrivá tuvo una particular devoción a los Ángeles Custodios. Y
precisamente en la fiesta que hoy celebra la Iglesia, el Señor le hizo ver con
toda claridad la fundación del Opus Dei, a través del cual resonaría en gentes
de toda condición humana y social la llamada a la santidad en el mundo, en
medio de sus quehaceres, a través de las circunstancias en las que se
desarrolla una vida normal. Trataba a su Ángel Custodio y saludaba al de la
persona con la que conversaba12,
decía del Ángel Custodio que era «un gran cómplice» en las tareas apostólicas,
y le pedía también favores materiales. En una época de su vida, le llamó en
alguna ocasión mi relojerico, pues su reloj se le paraba con
frecuencia y, careciendo del dinero necesario para arreglarlo, le encargaba que
lo pusiera en marcha13.
Dedicaba un día de la semana el martes a tratarle con más empeño14.
En cierta ocasión, viviendo en Madrid, en medio de un ambiente de persecución
religiosa, difícil y agresivamente anticlerical, se le abalanzó en la calle un
sujeto de mal aspecto con clara intención de agredirle. De improviso, se
interpuso inexplicablemente otra persona, que repelió al agresor. Fue cosa de
un instante. Ya a salvo, su protector, acercándose, le dijo quedamente al oído:
«¡burrito sarnoso, burrito sarnoso!», palabras con las que San Josemaría
Escrivá se definía a sí mismo, con humildad, en la intimidad de su alma, y que
solo conocía su confesor. La paz y el gozo de reconocer la visible intervención
de su Custodio le llenaron el alma15.
«Te pasmas escribía más tarde- porque tu Ángel Custodio te ha hecho servicios
patentes. Y no debías pasmarte: para eso le colocó el Señor junto a ti»16.
Hoy puede ser un día para reafirmar nuestra devoción al Ángel Custodio, pues es
mucha la necesidad que tenemos de él: Oh Dios, que en tu providencia
amorosa te has dignado enviar para nuestra custodia a tus santos ángeles le
decimos al Señor con una oración de la Liturgia de la Misa, concédenos,
atento a nuestras súplicas, vernos siempre defendidos por su protección y gozar
eternamente de su compañía17.
III. A
sus ángeles ha dado orden para que te guarden en tus caminos... Y
comenta San Bernardo en una de las lecturas de la Liturgia de las Horas de
hoy: «Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia, deben infundirte una
gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de
los ángeles, devoción por su benevolencia, confianza por su custodia. Porque
ellos estarán junto a ti, y lo están para tu bien. Están presentes para
protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha
dado esta orden, no por ello debemos de estarles menos agradecidos, pues
cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras necesidades, que son
tan grandes»18.
Te llevarán en sus manos para que no tropiece tu pie
en piedra alguna19.
Nos sostienen en sus manos como un preciado tesoro que Dios les ha encomendado.
Como los hermanos mayores cuidan de los pequeños, así los ángeles nos asisten a
nosotros hasta introducirnos felizmente en la casa paterna. Entonces habrán
cumplido su misión. Nuestro trato con el Ángel Custodio ha de tener un carácter
amistoso, que reconozca a la vez su superioridad en naturaleza y gracia. Aunque
su presencia sea menos sensible que la de un amigo de la tierra, su eficacia es
mucho mayor. Sus consejos y sugerencias vienen de Dios y penetran más
profundamente que la voz humana. Y, a la vez, su capacidad para oírnos y
comprendernos es muy superior a la del amigo más fiel; no solo porque su
permanencia a nuestro lado es continua, sino porque entra más hondo en nuestras
intenciones, deseos y peticiones. El Ángel puede llegar a nuestra imaginación
directamente sin palabra alguna, suscitando imágenes, recuerdos, impresiones,
que nos señalan el camino a seguir. ¡Cuántas veces nos habrán ayudado a
continuar nuestro camino como a Elías que, perseguido por Jezabel, se disponía
a morir, tal era su cansancio, bajo un arbusto del trayecto! Es bien seguro que
nuestro Ángel, como el de Elías, se acercará a nosotros y nos hará
entender: levántate y come porque te queda todavía mucho camino20.
Nunca nos sentiremos solos si nos acostumbramos a
tratar a ese amigo fiel y generoso, con el que podemos conversar familiarmente21.
Él, además, une su oración a la nuestra y la presenta a Dios22.
Es necesario, sin embargo, que mentalmente le hablemos, porque no puede
penetrar en nuestro entendimiento como lo hace Dios. Y entonces, él podrá
deducir de nuestro interior más de lo que nosotros mismos somos capaces. «No
podemos tener la pretensión de que los Ángeles nos obedezcan... Pero tenemos la
absoluta seguridad de que los Santos Ángeles nos oyen siempre»23.
Ya es suficiente.
Nuestro Ángel Custodio nos acompañará hasta el final
del camino y, si somos fieles, con él contemplaremos a Nuestra Señora, Reina
de los ángeles, a quien todos alaban en una eternidad sin fin. A ese coro
angélico, con la ayuda de la gracia, nos uniremos también nosotros.
*La devoción a los Ángeles Custodios está atestiguada
desde los mismos comienzos del Cristianismo. La fiesta con carácter universal
para toda la Iglesia fue instituida por el Papa Clemente X en el siglo xvii.
Los Ángeles Custodios son los mensajeros del Señor encargados de velar por cada
uno de nosotros, protegiendo nuestro camino en la tierra y compartiendo con los
cristianos el afán apostólico de acercar las almas a Dios.
1 Antífona
de entrada. Dan 3, 58. —
2 cfr. Juan
Pablo II, Audiencia general 30-VII-1986. —
3 Heb 1,
14. —
4 Gen 48,
16. —
5 Ex 23,
20-23. —
6 4
Rey 6, 16-17. —
7 4
Rey 10, 29-30. —
8 Antífona
de comunión —
9 Hch 5,
19-20; 12, 7-17. —
10 Jn 1,
51. —
11 Cfr. G.
Huber, Mi ángel marchará delante de ti, Palabra, 7.ª ed.,
Madrid 1985, pp. 33 y ss. —
12 A.
Vázquez de Prada, El fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid
1983, p. 121. —
13 Ibídem.
—
14 Ibídem,
p. 502, nota 40. —
15 Cfr. ibídem,
p. 136 —
16 San
Josemaría Escrivá, Camino, n. 565. —
17 Oración
colecta. —
18 Liturgia
de las Horas, Segunda lectura, San Bernardo, Sermón
12 sobre el Salmo «Qui habitat», 3, 6-8. —
19 Sal 90,
12. —
20 1
Rey 19, 7, —
21 Cfr. Tanquerey, Compendio
de Teología ascética y mística, Palabra, Madrid 1990, n. 187, pp. 131-132.
—
22 Cfr. Orígenes, Contra
Celso, 5, 4. —
23 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 339.
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