Isabel Pereira Pizani 12 de octubre de 2020
@isapereirap
América Latina está en el ojo de la tormenta una vez
más. Las democracias exhiben una peligrosa fragilidad capaz de infundir un
pánico que nos pone a temblar. En Bolivia alardean casi de forma indetenible el
regreso de las huestes de Evo al poder por vía electoral. En México es cada vez
más patente la incapacidad de gobernar de AMLO, entregado a una corriente de
militarización de la economía, ante la poderosa complejidad de la alianza entre
el narcotráfico, la corrupción y el izquierdismo. En Argentina es muy
intrincada la disputa por el poder entre Fernández y Kirchner, una pugna
despegada de los reales problemas económicos de ese gran país. En Chile y
Colombia las fuerzas del socialismo están al acecho, con una peligrosa
perspectiva de avanzar hacia posiciones más fuertes de control social en
desmedro de las aspiraciones de progreso de esos pueblos.
En medio de este mapa de tribulaciones, la situación
de Venezuela a pesar de ser la más grave el día de hoy tal como lo muestran el
informe de la ONU y unos indicadores económicos que evidencian la brutal caída
de la economía, la crisis de los servicios públicos, el hambre que padece 80%
de la población. Sin embargo y paradójicamente pareciera ser el país que está
más cerca de una salida.
La primera razón para creer en esta afirmación lo
ilustra la expresión popular “nadie aprende en cabeza ajena”. Las dos décadas
del yugo Chávez-Maduro han logrado borrar los vestigios de la sumisión ante una
ideología que pregonaba la redención del pueblo y el ajuste de cuentas con el
capitalismo. Ideas enquistadas en la mayor parte de Hispanoamérica. Es bastante
difícil o imposible que un venezolano común crea de ahora en adelante que la
salvación y el bienestar de su vida depende del poder de las sectas
izquierdistas ya sea partidos socialistas, comunistas o cualquiera con el mismo
tinte ideológico. La importancia de respetar la propiedad privada, la creencia
en la capacidad de producir, ser productivos y generar empleos de los
empresarios, el respeto de la libertad de opinión y de los medios de
comunicación ya no son simples cuentos para los venezolanos, saben por
experiencia, en carne propia, que violar estos principios constituyen lo que se
ha denominado el camino a la servidumbre y a la miseria total. Por estas
razones las prédicas socialistas no pueden oírse con indiferencia, aupando la
penetración de ideas colectivistas, cuyo pasaje por el poder indefectiblemente
se convierten en ruina, hambre y desesperación en todos los parajes del planeta
Tierra en los cuales se han impuesto.
Hay que reconocer que ha sido un camino tortuoso,
desde aquel inicio en el cual Chávez anunciaba que freiría la cabeza de los
políticos en aceite, o que la pobreza podría servir como justificación para
robar. Los empresarios, trabajadores en las fábricas y en el campo saben y han
aprendido con amargura que propiciar la penetración de ideas socialistas como
disfraz de grupos despóticos significa la destrucción de las fuentes de
trabajo, la posibilidad de crear los bienes necesarios para vivir y siempre
terminan con talleres de trabajo desmantelados, fábricas vacías, campos yermos,
abandonados, incapaces de producir los empleos, ingresos y beneficios que la
gente requiere para vivir.
Hoy la economía que se forjó con el impulso de los
ingresos petroleros está en ruinas. Cabimas, otrora ciudad simbólica del poder
de la industria, está moribunda. El petróleo que antes proporcionaba mejores maneras
de vivir, hoy se cuela a través de las alcantarillas, corroe el pavimento, ante
una población asombrada por la constatación de que el petróleo pareciera estar
cobrando los errores en Venezuela al no haber impedido que el poder cayera en
manos de una mafia corrupta y desalmada, militares y civiles envenenados por
ideas socialistas y por la ambición sin frenos.
Ha sido un aprendizaje doloroso, pero quizás
imprescindible. Se decidió que todo el poder iría a manos del Estado y sin
querer queriendo construimos un monstruo con pies de barro, con la fatalidad de
ignorar que los comunistas podían apoderarse de esta poderosa institución
penetrándola ideológicamente y así se hizo. Bastaba con acabar el equilibrio de
poderes, ni más ni menos que socavar el poder moral del sistema de justicia,
envilecer la potestad de los jueces, convertir a los fiscales en cómplices,
desprestigiar los partidos políticos y apoderarse de los medios de comunicación
para instalar una de las dictaduras más monstruosas de los últimos tiempos.
Este ha sido el escenario final de una batalla en la
cual los venezolanos han resistido y superado la ingenuidad de creer que se
trataba de un episodio más de nuestra zigzagueante historia, llena de luchas
interminables entre caudillos, de la desaforada sed de poder de grupos
militares creyentes en el control de las armas como medio para someter al país.
Grupos que profesaban fe ciega en la lucha de clases
como motor de la historia, postrados ante el ejemplo histórico de la Cuba
socialista y por ende enemigos a muerte de las sociedades que evidenciaban
haber derrotado la pobreza y practicantes de un mercado como modo más eficiente
de producir e intercambiar; y de la igualdad de las personas ante la ley
no como una quimera sino como un derecho de las sociedades que se acogen a
prédicas liberales.
Venezuela y su gente han recorrido estos caminos que
aún permanecen abiertos en muchos parajes de esta heterogénea América Latina.
Se trata de la ruta para iniciar una nueva era que convierta al individuo responsable
en el actor fundamental de su historia, que comienza en el nivel de conciencia
que alberga en su fuero interno, creyente en la idea que las posibilidades de
ser y existir están dentro de nosotros. El Dorado está dentro de nosotros y esa
es la principal fuerza que debemos desarrollar.
Esta dura y compleja experiencia que han vivido los
venezolanos nos confiere una gran responsabilidad. Hoy podemos observar
descarnadamente cómo las propuestas socialistas terroristas pueden penetrar en
cualquiera de nuestros países hermanos. La historia se repite, las consignas
son las mismas, destruir la propiedad privada, destrozar empresas productivas
entregándolas a funcionarios de un Estado inepto que fácilmente cae en la
corrupción. Acabar con la libertad de opinión y expresión destruyendo medios de
comunicación y apresando a los que se atreven a difundir ideas de libertad.
Esta escalada las conocemos los venezolanos, las hemos
vivido. Estamos plenamente seguros de que lograremos la libertad muy pronto y
que renaceremos con un gran compromiso, contribuir con aquellos pueblos que hoy
están sujetos a esta dominación ideológica que precede al control total, que
puede asfixiar al país más fuerte del mundo porque es capaz de anidarse
venenosamente en el corazón y los sentimientos de aquellos que desconocen la
toxicidad y capacidad destructiva que se arropa bajo la supuesta superioridad
moral que concede el atribuirse la representación de los pobres y los más
débiles.
Isabel
Pereira Pizani
@isapereirap
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