Tulio Ramírez 12 de octubre de 2020
Recuerdo cuando en la ya casi olvidada IV República o
período democrático o puntofijismo o república civil o bipartidista o como la
quieran llamar, la mayoría de los venezolanos sin distingo de raza, clase
social, religión, simpatía por el Magallanes o el Caracas o por algún credo
político, podíamos, con algo de esfuerzo (sea dicha la verdad, unos con mucho y
otros sin ninguno), acceder a una forma de vida decente y hasta con algunos
lujitos de vez en cuando.
Siendo mi padre y mi madre, obreros en la
administración pública, no solo levantaron una familia con 4 muchachos, sino
que con esfuerzo y trabajo nos llevaron de una casita con piso de tierra al
lado de una quebrada en el Barrio Baloa en Petare, hasta un apartamento del
Banco Obrero, con la consabida trayectoria previa de pasar por distintas casas
de vecindad. Eso sí, cada mudanza nos colocaba más cerca de la avenida
Francisco de Miranda. Lo cual constituía en sí mismo un símbolo de progreso
social.
Era la época en la que una maestra de escuela pública
podía meterse en un San y ahorrar para luego en agosto completar y pagar los
boletos para disfrutar de un crucero por el Caribe con su familia. Cuántos
trabajadores se iban en diciembre a Curazao a comprar el estreno de los niños y
de paso traer lencería y perfumes para venderlos a crédito y reponer lo
gastado. Los que menos recursos tenían, iban a Margarita o a la Gran Sabana en
excursiones, también pagadas a plazos. Y si la cosa estaba muy jodida, allí
estaban Los Caracas esperándonos con su piscina de agua salada.
“La niña se gradúa, hay que comprarle ropa”, o, “el
domingo vienen los compadres, anda y compra unos kilos de carne para parrilla y
trae 2 cajas de cerveza, mira que nos atienden muy bien cuando los visitamos”,
“se casa la hija de José Ramón, ¿se le compra algo o le damos una plática en un
sobre?”, “salió una nevera que no congela, vamos a sacarla a crédito en
Imgeve”, o “yo no sigo lavando en batea, anda a Sears y saca un lavadora de rodillos
a crédito”. Así transcurría la vida de la mayoría de los venezolanos. Gracias
al crédito y a un trabajo fijo podían cubrir las necesidades básicas y algunas
otras.
Pero llegó el Comandante y mandó a parar. Con el
absurdo cuento de los pobres comiendo Perrarina (siempre más cara que un
paquete de pasta), muchos de los que hoy lo adversan cayeron embelesados a sus
pies. En principio no los culpo ni les reprocho, la mayoría apostó al militar
golpista en un intento por superar las porosidades de un sistema que se
percibía agotado y sin rumbo. Esos actuaron de buena fe, no así aquellos que
tenían trazado el plan de “mantener pobres y con esperanza a los pobres, ya que
son necesarios para mantenernos en el poder”, como le dijo Giordani a
Guaicaipuro Lameda.
El tobogán revolucionario nos llevó a la pobreza sin
pasar por Go. Lo que lograron mis padres con trabajos humildes, hoy no lo
pueden lograr profesores universitarios, con doctorado, y con obra escrita. Hoy
la pobreza nos lleva a realizar cosas impensables de hacer durante los 40 años
de democracia. Ahora nos toca picar la mitad de la servilleta que nos dan en la
panadería “porque esta vaina siempre se necesita”, o embolsillarnos
disimuladamente una de las dos bolsitas de azúcar cuando pedimos un café grande
“por si viene la escases”, o conservar los trastos eléctricos dañados por las
subidas de luz, porque “nuevos son incomparables, ya los repararemos cuando
caigan unos churupitos”, o evadir gastos usando argumentos prácticos como “hay
que meterle al traje de boda de Rosita para que le quede a la Glorita, que hace
la primera comunión en diciembre”.
Prometieron el Mar de la Felicidad y lo lograron. Pero
no amigo lector, no me refiero a la vida miserable que está pasando la mayoría
de nuestros compatriotas. Cuando Chávez lo decía no pensaba en igualarnos a los
cubanos de a pie, no. Se refería con esa frase al liderazgo de la revolución.
Esos si viven en un mar de felicidad.
A Fidel, la revista Forbes lo consideró de los más
ricos del mundo. Su hijo Fidelito, cada cierto tiempo es fotografiado dándose
la gran vida en París o Roma; Gadafi se bañaba en tinas de oro puro;
los Kim de Corea del Norte son literalmente reyes de ese país; y, la
galáctica, no tiene grados de estudio suficientes como para poder mencionar, sin
equivocarse, la cifra en dólares que posee. A ese Mar de la Felicidad se
refería Chávez, no se equivoquen.
Tulio
Ramírez
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