Fabiana Ortega 02 de octubre de 2020
@Fabianaortegatv
Mercedes
forma parte de un subregistro de al menos 110.000 venezolanos retornados desde
Colombia
Mercedes apenas lleva un par de días en su casa, en
Caracas. Estuvo separada de su familia poco más de seis meses, debido a la
pandemia del coronavirus. El 9 de marzo de este año, ella salió de Maiquetía
rumbo a Bogotá para tramitar la renovación de su visa americana, en la sede de
la embajada de EE.UU. en la capital colombiana. Tomó esa decisión porque desde
el 11 de marzo de 2019, el Departamento de Estado americano anunció la
suspensión temporal de
las operaciones de la Embajada de EE.UU. en Caracas y el retiro de su
personal diplomático.
Su viaje sería corto. O al menos, así lo pensaba.
Mercedes estaba urgida: debía tramitar su documento para poder acompañar a su
esposo, quien sería operado en mayo de ese año de tres hernias
gastroencefálicas. La operación debía realizarse en Washington porque en
Venezuela no había personal experto, según le explicaron.
“El 12 de marzo fue el día más alegre y el más infeliz
de mi vida. Fue una dicotomía de emociones. Ese día fue mi cita en la embajada
estadounidense y yo salí de ahí feliz porque me habían aprobado la visa. Decidí
ir a un centro comercial para tomar un café. Estando ahí me llegó un mensaje
con lo del cierre de los vuelos. Yo lo que hice fue sentarme a llorar”,
recuerda.
Tenía fecha de retorno para el 21 de marzo, pero su
boleto había quedado sin efecto. Por fortuna, como cuenta, un sobrino en Bogotá
decidió hacerse cargo de ella. No solo le dio techo y comida, sino también ropa
y compañía.
Tras seis meses de espera para la aprobación de un
vuelo de carácter humanitario que no se concretó, Mercedes optó por retornar
por sus propios medios. Decisión que, a sus casi 60 años, reconoce riesgosa.
Además, las fronteras permanecen cerradas, en principio hasta
el 30 de septiembre. Los vuelos aéreos internacionales comerciales aunque
fueron retomados de forma gradual desde principios del mes, aún no precisan la
incorporación de Venezuela a las rutas.
Desde el 20 de septiembre, cuando retornó a casa,
Mercedes forma parte de un subregistro de al menos 110.000 venezolanos retornados desde Colombia.
La necesidad de unos, el lucro de otros
Mercedes, como varios, se vio obligada a reunir más de
1.000 dólares para garantizar un regreso inmediato. El viaje implicaría un
tramo aéreo y otro vía terrestre, desde Bogotá hasta Cúcuta. Explica que, pese
a la complejidad del momento, hay quienes en medio de la emergencia sanitaria
se lucran de la necesidad de los venezolanos.
Actualmente existen quienes se dedican a organizar el
retorno de varios venezolanos por los caminos irregulares: al menos 150.000
pesos, que equivalen a unos 40 dólares, aproximadamente, cuesta el retorno por
tierra de Bogotá hasta La Parada. Hay quienes, incluso, le consultan al cliente
si el viaje lo desea realizar en un carro particular o si prefiere optar por un
cupo de uno de los buses autorizados de Migración Colombia. Si opta por el
segundo, el chofer deberá dejarlo antes de la parada oficial pues, de lo
contrario, sería remitido a al albergue donde debe esperar al menos 15 días y
poder cruzar la frontera antes de llegar a algún albergue en Venezuela.
También depende de si lleva consigo pasaporte o no.
“El viaje en bus dura unas 18 horas. El costo del pasaje son 200 mil pesos. Si
no tienes documentos, son 100 mil pesos más. Porque el chofer debe darle algo a
los policías en las alcabalas por llevar a alguien indocumentado”, advierte uno
de los que se dedican al negocio.
Como otros compañeros de Mercedes habían referido este
servicio, ella decidió adentrarse en la travesía, pero el temor era latente.
“Claro que da miedo. Pero yo me encomendé a Dios, así
como los que pasan por las trochas y por los albergues”.
“Nosotros pasamos el Puente Simón Bolívar a las
cinco de la madrugada. No le hablábamos a nadie. Esa fue la instrucción que nos
dieron”, relata Mercedes quien viajó junto a otros dos venezolanos varados en
Colombia que decidieron huir.
“Una de las cosas que más me llamó la atención
fue que te ofrecen pasarte en sillas de ruedas a Colombia, aún no sé por qué.
Yo decía ¿por qué tantos minusválidos? Pero sí hay mucha gente que se está regresando de Venezuela. Yo
vi gente, incluso, atravesando el río, debajo del puente, para ingresar a
Colombia”, recuerda.
Ella asegura que no hay menos de diez alcabalas en el
trayecto. Al menos 150 dólares cuesta el cruce del Puente Simón Bolívar y otros
200 dólares en promedio el carro que hace el traslado desde San Antonio de
Táchira hasta la ciudad capital.
“Cuando llegué a Caracas mi esposo me buscó y me vine
en el maletero. No quería ni que mis vecinos se enteraran que había regresado.
Ellos sabían que estaba en Colombia, y aún no hay paso a través de las
fronteras”.
“Lo primero que hice fue bañarme con manguera en el
estacionamiento de mi casa para entrar totalmente limpia. Llegué directo a mi
cuarto. Mis hijos no sabían que regresaba. No les quise decir para en principio
darles la sorpresa, pero también por confidencialidad y para que no se hicieran
expectativas, por si pasaba algo en el viaje”, explica.
Retornar y vivir el choque emocional
Aunque ya se encuentra en su hogar, permanece aislada
de su esposo y sus dos hijos. “Es una cosa rara. Emocionalmente fue muy fuerte.
Aún no proceso que me fui seis meses”, dice mientras confiesa su indignación
con el país que ahora la recibe junto a kilométricas colas de vehículos para
surtir de gasolina, las mismas que ella divisó en Táchira en su camino de
regreso.
“Mis hijos no lo creían. A los segundos de verme fue
que reaccionaron y dijeron: ¡No puede ser! Por supuesto, sin tocarnos, y con
dos metros de distanciamiento. Yo decidí hacer una cuarentena espontánea. Mi
esposo ahora duerme en otro cuarto con uno de mis hijos. Nos vemos poco en el
día. Me dejan la comida en la puerta de mi cuarto”.
Mercedes asegura que, tras casi tres décadas dedicada
al reiki, fue el trabajo que hizo con sus herramientas espirituales las que la
hicieron continuar de pie y esperanzada.
Este 2020 lo recordará como el año en el que no pudo
estar en el cumpleaños de sus dos hijos. Sin embargo, ambos decidieron congelar
un pedazo de sus tortas; esa misma porción que ella espera compartir junto a
ellos en los próximos días.
“¿Qué me enseñó lo que viví? A reafirmar mi fe. A
orar. A meditar. A entender que todo tiene su tiempo. Al final, he entendido
que, en la medida de lo posible, uno tiene que aprender a adaptarse”.
Mercedes describe lo que fue un gran aprendizaje: “La
vida siempre anda con o sin uno”. Su esposo sigue pendiente de una operación,
pero está estable, y sus hijos lograron adaptarse a estos meses y salir
adelante. Por su parte, como dice, solo le queda agradecer que están otra vez
juntos.
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