Francisco Fernández-Carvajal 09 de julio de
2019
— José, hijo de Jacob, figura de San José, Esposo
virginal de María.
— Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal y
sobre cada uno de nosotros. Acudir a él en las necesidades.
— Ite ad Ioseph... Id a José.
I. Muchos
cristianos a lo largo de los siglos, conscientes de la misión excepcional de
San José en la vida de Jesús y de María, han buscado en la historia del pueblo
hebreo hechos e imágenes que prefiguran al esposo virginal de María, pues el
Antiguo Testamento anuncia al Nuevo. Numerosos Padres de la Iglesia han visto
un anuncio profético en el personaje del mismo nombre, hijo del Patriarca
Jacob. El Papa Pío IX, al proclamar a San José patrono de la Iglesia universal,
recogía estos testimonios antiguos. También la Liturgia muestra este mismo paralelismo.
No solo tenían el mismo nombre, sino que también es posible encontrar en ellos
virtudes y actitudes, en una vida entretejida de pruebas y alegrías, de grandes
coincidencias.
José, hijo de Jacob, y el esposo virginal de María,
por una serie de circunstancias providenciales, fueron a Egipto: el primero,
perseguido por sus hermanos y entregado por envidia que prefigura la traición
que se habría de cometer con Cristo; el segundo, huyendo de Herodes para salvar
a Aquel que traía la salvación al mundo1.
José, hijo de Jacob, recibió de Dios el don de
interpretar los sueños del faraón, siendo advertido así de lo que sucedería más
tarde. El nuevo José recibió también en sueños los mensajes de Dios. A aquel
–señala San Bernardo– le fue dada la inteligencia de los misterios de los
sueños; este mereció conocer y participar de los misterios soberanos2.
Parece como si los sueños del primero, aunque
verificados en su persona, hubieran tenido su plena realización en el
segundo. Tuvo también José un sueño que contó a sus hermanos...
Díjoles... Estábamos nosotros en el campo atando gavillas y vi que se levantaba
mi gavilla y se tenía de pie, y las vuestras la rodeaban y se inclinaban ante
la mía, adorándola... Tuvo José otro sueño, que contó también a sus hermanos,
diciendo: ...He visto que el sol, la luna y once estrellas me adoraban...3.
Estos sueños se cumplieron cuando Jacob, su padre, se trasladó a Egipto con
toda su familia y se prosternó efectivamente ante José, convertido en virrey
del país. Pero, a la vez, podemos pensar que su sueño prefiguraba el misterio
de la casa de Nazaret, en la que Jesús, Sol de justicia, y María,
alabada en la Liturgia como una brillante Lunablanca y bella, se
someterían a la autoridad del jefe de familia, y cuando tantos cristianos
acudiesen a él con devoción a solicitar toda clase de ayudas.
El primer José obtuvo la confianza y el favor del
faraón y se convirtió en intendente de los graneros de Egipto, y cuando el
hambre asolaba los pueblos vecinos y acudían al faraón en demanda de trigo para
subsistir, este les decía: Id a José y haced lo que él os diga4.
Cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y
repartió raciones a los egipcios... Y de todos los países venían a comprar a
José, porque el hambre arreciaba en todas partes.
Y ahora que también el hambre asola la tierra –hambre
principalmente de doctrina, de piedad, de amor–, la Iglesia nos
recomienda: Id a José. Ante tantas necesidades que personalmente
padecemos, nos dice: acudid al Santo Patriarca de Nazaret.
Tenemos en nuestra vida momentos de grandes
indecisiones, de incertidumbres, de necesidades urgentes. ¡Id a José!,
nos dice Jesús: el que en la vida tuvo la misión tan grande de cuidar de Mí y
de mi Madre en nuestras necesidades corporales, el que amparó nuestras vidas en
tantos momentos difíciles, continuará cuidando de Mí en mis miembros, que son
todos los hombres necesitados. Id a José, él os dará todo cuanto os
sea necesario.
II. Este es
el criado fiel y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia5.
Son palabras que la Liturgia aplica a San José: padre fiel y solícito, que
atiende con prontitud las necesidades de esa gran familia del Señor, que es la
Iglesia.
A Jesús le es muy grato que tratemos y pidamos ayuda
al que tanto amó Él en la tierra y ahora en el Cielo, del que tantas cosas
aprendió, con quien conversó desde que pudo pronunciar las primeras palabras.
José gobernó la casa de Nazaret con autoridad de
padre, y la Sagrada Familia no solo simboliza la Iglesia sino que en cierto
modo la contenía, como la semilla al árbol, como la fuente al río. La santa
casa de Nazaret llevaba las premisas de la Iglesia naciente. Es esta la razón
por la que el santo Patriarca «considera particularmente confiada a sí la
multitud de los cristianos que componen la Iglesia, es decir, esta inmensa
familia esparcida por toda la tierra, sobre la que –por ser Esposo de María y
Padre de Jesucristo– posee, por así decir, una autoridad de padre. Por tanto,
es cosa natural y dignísima del bienaventurado José que, así como una vez
sostuvo todas las necesidades de la familia de Nazaret y la rodeó santamente de
su protección, así ahora cubra con su celestial protección y defensa a la
Iglesia de Jesucristo»6.
Este patrocinio del santo Patriarca sobre la Iglesia
universal es principalmente de orden espiritual; pero se extiende también al
orden temporal, como la del otro José, hijo de Jacob, llamado por el rey de
Egipto «salvador del mundo».
A él han acudido los santos y los buenos cristianos de
todos los tiempos. Santa Teresa relata la gran devoción que tenía a San José y
la experiencia de su patrocinio: «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado
cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que
me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me
ha librado, ansí del cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el
Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo
experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que
ansí como le fue sujeto en tierra –que como tenía nombre de padre siendo ayo,
le podía mandar– ansí en el cielo hace cuanto le pide (...).
»Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir,
de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho
este glorioso santo a mí y a otras personas (...). Solo pido, por amor de Dios,
que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es
encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial personas
de oración siempre le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar
en la Reina de los Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que
no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos»7.
III. A
San José debemos acudir pidiendo que ampare y proteja a la Iglesia, pues es su
defensor y protector. Le pedimos su ayuda en las necesidades de la familia, en
las espirituales y en las materiales: Sancte Ioseph, ora pro eis, ora
pro me... Ruega por ellos, ruega por mí.
Para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, como
para los de cualquier época, constituye San José una figura entrañable,
venerable, cuya vocación y dignidad admiramos, y cuya fidelidad en servicio de
Jesús y de María agradecemos; «por San José vamos directamente a María, y por
María, a la fuente de toda santidad, Jesucristo»8.
Él nos enseña a tratar a Jesús con piedad, con respeto y amor: Oh,
feliz varón, bienaventurado José –le decimos con una antigua oración
de la Iglesia–, a quien fue dado no solo ver y oír al Dios, a quien
muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo,
besarlo, vestirlo y custodiarlo..., enséñanos a recibirlo con amor y
reverencia en la Sagrada Comunión, danos una mayor finura de alma. «San José,
Padre y Señor nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús
Niño en tus brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a
ser limpios, dignos de ser otros Cristos.
»Y ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los
caminos divinos –ocultos y luminosos–, diciendo a los hombres que pueden, en la
tierra, tener de continuo una eficacia espiritual extraordinaria»9.
San José nos proporciona, además, un modelo, cuya
enseñanza callada podemos y debemos empeñarnos en seguir. «José ha sido, en lo
humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha
cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será esta una buena razón para que
consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe
de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es
otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él.
Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su
devoción, ite ad Ioseph, como ha dicho la tradición cristiana con
una frase tomada del Antiguo Testamento (Gen 41, 55).
»Maestro de vida interior, trabajador empeñado en su
tarea, servidor fiel de Dios en relación continua con Jesús: este es
José. Ite ad Ioseph. Con San José, el cristiano aprende lo que es
ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo. Tratad
a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó
siempre de paz el amable taller de Nazaret»10.
1 Cfr. M.
Gasnier, Los silencios de José, Palabra, 7ª ed., Madrid
2002, pp. 12-13. —
2 Cfr. San
Bernardo, Homilía sobre la Virgen Madre, 2. —
3 Cfr. Gen 37,
5-10. —
4 Primera
lectura. Año I. Gen 41, 55. —
5 Misal
Romano, Misa de la Solemnidad de San José, Antífona de entrada.
Lc 12, 42. —
6 León XIII,
Enc. Quamquam pluries, 15-VIII-1889. —
7 Santa
Teresa, Vida 6. —
8 Benedicto
XV, Motu proprio Bonum sane et salutare, 25-VII-1920.
—
9 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 553 —
10 ídem, Es
Cristo que pasa, 56.
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