Escrito por Luis Ugalde
Rafael
llegó a Caracas hace cincuenta años con lo puesto y un real en el bolsillo.
Luego de regalar medio a un amigo que le pidió para comprar chimó, se quedó con
el otro medio. Analfabeto, honrado y con piel morena, tostada por la sangre de
África y el sol de Güiria. Aprendió a leer en la UCAB mientras trabajaba de
bedel, compró una casita en Santa Ana por los lados de Carapita, enfrente de la
universidad y levantó su familia. En su trabajo creció de tal modo que veinte
años después era un señor bedel querido y respetado por profesores, alumnos y
autoridades.
Ángel cada día salía del barro de las laderas de Catia con los únicos zapatos en la mano para no echarlos a perder. Empezó de peón en la carpintería de la UCAB en la esquina de Jesuitas y terminó en Montalbán en la Dirección de la Secretaría General. Alegre, inteligente, emprendedor y bromista, proporcionó estudios superiores a su numerosa familia.
En el homenaje de sus cuarenta años en la UCAB este andino lloraba de emoción al recordar de dónde venía y adónde había llegado con su trabajo responsable.
La gente lo quería por lo que era y por lo que hacía. Para él el trabajo no era una carga, ni una explotación, sino mina de talento, dignidad y orgullo, y fuente de reconocimiento y gratitud de los demás por la calidad de su servicio.
Hoy necesitamos millones de Rafael y Ángel con 12 años de buena escuela, pero, trágicamente más de 1 millón de jóvenes, entre 10 y 18 años de edad, ni estudia ni trabaja. ¡Grave pérdida para ellos y para el país! Hay otros 2 millones de esa edad que, a causa de la pésima educación, van al fracaso; muchos incluso al crimen y a la cárcel. Según la Constitución todos ellos tienen derecho de estar en un centro educativo de calidad para llegar a ser exitosos como productores de ciudadanía democrática y de riqueza familiar y nacional. Riqueza que no significa ser millonario, sino persona bien formada, con valores y dignidad. En fin, ciudadanos con buen trabajo productivo.
En el siglo XXI, no basta una mala escuela durante 6 años, sino que se requiere una buena durante 12 o 13 años. Pero en Venezuela, a pesar de lo dispuesto en la Constitución, tenemos 8 millones de talentos humanos, de un total de 13 millones, que apenas logran ser desempleados, subempleados o empleados en trabajos precarios y mal pagados. Todavía las estadísticas los catalogan como "fuerza de trabajo", nombre denigrante heredado de los tiempos en que sólo eran valorados como fuerza bruta y no como talento humano emprendedor y creativo. En ese salto de fuerza a talento está la clave de la dignidad personal y de la riqueza y desarrollo de la nación. Pero nos hemos creído el cuento de que Venezuela es rica, muy rica, porque tiene mucho petróleo que hace ignorar la pérdida del talento de millones de jóvenes y niños. ¡No hay idea más atrasada y reaccionaria! El desprecio a la productividad lleva a la ruina. Nos dicen que en Venalum y Alcasa se requieren de 28 a 30 horas/hombre para producir una tonelada de aluminio, mientras que en otros países, en promedio, se emplean 8 horas/hombre por tonelada. Estas y otras empresas van al desastre gracias al "revolucionario" incremento de las nóminas, con gerentes politiqueros y populistas que no saben cómo producir.
Ya en 1814 el ilustre Juan Germán Roscio escribió en la cárcel española: "La prosperidad de un pueblo no consiste en la cantidad de oro que posee, sino en el número de talentos y de brazos que emplea con utilidad". Contra esa frase visionaria de Roscio en El triunfo de la libertad sobre el despotismo, dos siglos después seguimos ciegamente empeñados en que somos ricos porque tenemos mucho oro negro. Creencia que nos impide construir un país sin pobres ni excluidos, e incapaz de construir la convivencia republicana pacífica, y los bienes básicos necesarios para vivir dignamente. La verdadera salida de la pobreza está en la combinación de una buena educación con abundantes inversiones y emprendimiento, que ofrezcan oportunidades de trabajo digno a todos los venezolanos.
La clave está en la transformación de cada barril que se vende en talento que se prende: aquel se extingue, pero su ingreso convertido en educación enciende un talento que se multiplica. Educación para el éxito en la vida y para el éxito de Venezuela entre los países desarrollados con solidaridad, justicia y libertad.
Ángel cada día salía del barro de las laderas de Catia con los únicos zapatos en la mano para no echarlos a perder. Empezó de peón en la carpintería de la UCAB en la esquina de Jesuitas y terminó en Montalbán en la Dirección de la Secretaría General. Alegre, inteligente, emprendedor y bromista, proporcionó estudios superiores a su numerosa familia.
En el homenaje de sus cuarenta años en la UCAB este andino lloraba de emoción al recordar de dónde venía y adónde había llegado con su trabajo responsable.
La gente lo quería por lo que era y por lo que hacía. Para él el trabajo no era una carga, ni una explotación, sino mina de talento, dignidad y orgullo, y fuente de reconocimiento y gratitud de los demás por la calidad de su servicio.
Hoy necesitamos millones de Rafael y Ángel con 12 años de buena escuela, pero, trágicamente más de 1 millón de jóvenes, entre 10 y 18 años de edad, ni estudia ni trabaja. ¡Grave pérdida para ellos y para el país! Hay otros 2 millones de esa edad que, a causa de la pésima educación, van al fracaso; muchos incluso al crimen y a la cárcel. Según la Constitución todos ellos tienen derecho de estar en un centro educativo de calidad para llegar a ser exitosos como productores de ciudadanía democrática y de riqueza familiar y nacional. Riqueza que no significa ser millonario, sino persona bien formada, con valores y dignidad. En fin, ciudadanos con buen trabajo productivo.
En el siglo XXI, no basta una mala escuela durante 6 años, sino que se requiere una buena durante 12 o 13 años. Pero en Venezuela, a pesar de lo dispuesto en la Constitución, tenemos 8 millones de talentos humanos, de un total de 13 millones, que apenas logran ser desempleados, subempleados o empleados en trabajos precarios y mal pagados. Todavía las estadísticas los catalogan como "fuerza de trabajo", nombre denigrante heredado de los tiempos en que sólo eran valorados como fuerza bruta y no como talento humano emprendedor y creativo. En ese salto de fuerza a talento está la clave de la dignidad personal y de la riqueza y desarrollo de la nación. Pero nos hemos creído el cuento de que Venezuela es rica, muy rica, porque tiene mucho petróleo que hace ignorar la pérdida del talento de millones de jóvenes y niños. ¡No hay idea más atrasada y reaccionaria! El desprecio a la productividad lleva a la ruina. Nos dicen que en Venalum y Alcasa se requieren de 28 a 30 horas/hombre para producir una tonelada de aluminio, mientras que en otros países, en promedio, se emplean 8 horas/hombre por tonelada. Estas y otras empresas van al desastre gracias al "revolucionario" incremento de las nóminas, con gerentes politiqueros y populistas que no saben cómo producir.
Ya en 1814 el ilustre Juan Germán Roscio escribió en la cárcel española: "La prosperidad de un pueblo no consiste en la cantidad de oro que posee, sino en el número de talentos y de brazos que emplea con utilidad". Contra esa frase visionaria de Roscio en El triunfo de la libertad sobre el despotismo, dos siglos después seguimos ciegamente empeñados en que somos ricos porque tenemos mucho oro negro. Creencia que nos impide construir un país sin pobres ni excluidos, e incapaz de construir la convivencia republicana pacífica, y los bienes básicos necesarios para vivir dignamente. La verdadera salida de la pobreza está en la combinación de una buena educación con abundantes inversiones y emprendimiento, que ofrezcan oportunidades de trabajo digno a todos los venezolanos.
La clave está en la transformación de cada barril que se vende en talento que se prende: aquel se extingue, pero su ingreso convertido en educación enciende un talento que se multiplica. Educación para el éxito en la vida y para el éxito de Venezuela entre los países desarrollados con solidaridad, justicia y libertad.
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