Por Peter Singer en Prodavinci | 13 de Mayo
Como los titulares diarios se centran en la
guerra, el terrorismo y los abusos de gobiernos represivos y en dirigentes
religiosos que se lamentan de la decadencia de las normas de comportamiento
público y privado, resulta fácil tener la impresión de que estamos presenciando
un desplome moral, pero creo que tenemos motivos para ser optimistas sobre el
futuro.
Hace treinta años escribí un libro titulado The
Expanding Circle (“El círculo en expansión”), en el que afirmé que,
históricamente, el círculo de seres a los que aplicamos la consideración moral
se ha ampliado, primero de la tribu a la nación, después a la raza o al grupo
étnico, luego a todos los seres humanos y, por último, a todos los animales no
humanos. No cabe duda de que se trata de un progreso moral.
Podríamos pensar que la evolución produce la
selección de personas que sólo piensan en sus propios intereses y en los de sus
allegados, porque los genes correspondientes a esos rasgos tendrían más
probabilidades de extenderse, pero, como sostuve entonces, el desarrollo de la
razón podría orientarnos en una dirección diferente.
Por una parte, tener la capacidad de razonar
confiere una evidente ventaja evolutiva, porque hace posible resolver problemas
y hacer planes para evitar peligros, con lo que aumentan las perspectivas de
supervivencia. Por otra parte, la razón es, sin embargo, más que un instrumento
neutro para la resolución de problemas. Es más que nada como una escalera
mecánica: una vez que subimos a ella, podemos llegar a alturas que nunca
esperábamos alcanzar. En particular, la razón nos permite ver que otros, que
antes estaban fuera de los límites de nuestra concepción moral, son como
nosotros en aspectos importantes. Así, pues, excluirlos de la esfera de los
seres a los que debemos consideración moral puede parece arbitrario o
simplemente injusto.
El reciente libro de Steven Pinker The Better
Angels of Our Nature respalda con fuerza esa opinión. Pinker, profesor de
Psicología en la Universidad de Harvard, parte de investigaciones recientes de
historia, psicología, ciencia del conocimiento, economía y sociología para
sostener que nuestra época es menos violenta, menos cruel y más pacífica que
ningún período anterior de la existencia humana.
La disminución de la violencia es aplicable a las
familias, a las barriadas, a las tribus y a los Estados. Esencialmente, los
seres humanos que viven actualmente tienen menos probabilidades de padecer una
muerte violenta o sufrir violencia o crueldad a manos de otros, que sus
predecesores de cualquier siglo.
Muchos pondrán en duda esta afirmación. Algunos
tienen una opinión halagüeña de las vidas más sencillas y supuestamente más
plácidas de los cazadores-recolectores tribales en comparación con la nuestra,
pero el examen de los esqueletos encontrados en emplazamientos arqueológicos
indica que nada menos que el 15 por ciento de los seres humanos prehistóricos
padecieron una muerte violenta a manos de otra persona. (En comparación, en la
primera mitad del siglo XX, las dos guerras mundiales causaron una tasa de
muerte en Europa de no más del tres por ciento.)
Incluso los pueblos tribales ensalzados por los
antropólogos como “suaves” –por ejemplo, los semai de Malasia, los kung del
Kalahari y los inuit del Ártico central- resultan tener tasas de asesinatos
comparables, en relación con la población, a las de Detroit, que tiene una de
las más elevadas de los Estados Unidos. En Europa, la posibilidad de resultar
asesinado son actualmente diez –y en algunos países cincuenta– veces menores de
lo que habrían sido, si hubiéramos vivido hace 500 años.
Pinker acepta que la razón es un importante
factor subyacente a las tendencias que describe. Para apoyar esa afirmación,
cita el “efecto Flynn”: el notable descubrimiento del filósofo James Flynn de
que desde que se hicieron las primeras pruebas de cociente intelectual los
resultados han aumentado considerablemente. El cociente intelectual medio es,
por definición, 100, pero, para lograr ese resultado, hay que normalizar los
resultados en bruto. Si un adolescente medio de hoy hiciera la prueba del
cociente intelectual en 1910, obtendría un resultado de 130, que sería mejor
que el del 98 por ciento de los que la hicieran con él.
No es fácil atribuir ese aumento a la mejora de
la educación, porque los aspectos de las pruebas en los que los resultados han
aumentado más no requieren un buen vocabulario ni capacidad matemática
siquiera, sino capacidad de evaluación mediante el razonamiento abstracto.
Una teoría es la de que hemos mejorado en las
pruebas de cociente intelectual porque vivimos en un medio con mayor abundancia
de símbolos. El propio Flynn cree que la difusión del modo de razonamiento
científico ha desempeñado un papel.
Pinker sostiene que una mayor capacidad para
razonar nos capacita para distanciarnos de nuestra experiencia inmediata y de
nuestra perspectiva personal o limitada y formular nuestras ideas en términos
más abstractos y universales, lo que, a su vez, propicia mejores compromisos
morales, incluida la evitación de la violencia. Esa clase de capacidad
razonadora es precisamente la que mejoró durante el siglo XX.
Así, pues, hay razones para creer que nuestras
mejoradas capacidades de razonamiento nos han permitido reducir la influencia
de los elementos más impulsivos de nuestra naturaleza que propician la
violencia. Tal vez a eso se deba la importante reducción de muertes infligidas
por la guerra desde 1945 y que se ha intensificado aún más a lo largo de los
veinte últimos años. En ese caso, no se podría negar que seguimos afrontando
problemas graves, incluida, naturalmente, la amenaza del catastrófico cambio
climático, pero, aun así, habría razón para abrigar la esperanza de un progreso
moral.
***
Project Syndicate
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