Escrito por Trino Márquez
Jueves, 10 de Mayo de 2012
En Venezuela hay millones de videntes. Cada uno
pretende adelantarse a los acontecimientos para que las acciones sobrevenidas
no los agarren de sorpresa. Las preguntas que estimulan este ejercicio
anticipatorio son numerosas: ¿Chávez está o no enfermo? ¿Tiene o no cáncer?
¿Cuán grave se encuentra el hombre de Sabaneta? ¿Será o no candidato
presidencial? Si no es el abanderado del Gobierno, ¿quién lo sustituirá? ¿Los
narcosoleados están dispuestos a aceptar una derrota del candidato oficialista
o le darán un palo a la lámpara, en el supuesto de que pierdan los comicios?
¿Quién será el nuevo Vicepresidente cuando Chávez no pueda seguir gobernando ni
siquiera por twitter? ¿Podrá tomar posesión Henrique Capriles en el caso de
resultar vencedor el 7-O? ¿Qué estará tramando ese Lucifer llamado Fidel Castro
que no se conforma con tiranizar a Cuba, sino que pretende hacerlo también con
Venezuela? La lista podría continuar hasta el infinito.
Estas interrogantes trasuntan desasosiego frente
al futuro inmediato. ¿Por qué tanta ansiedad e incertidumbre? ¿No se supone que
somos una república con una democracia constitucional y, por lo tanto, que la
información fluye y los mecanismos de sucesión y traspaso de mando previstos en
la Carta Magna deben activarse para que todo transcurra en sana paz? En teoría
contamos con la “mejor” Constitución del mundo, en la práctica Venezuela ya no
es una república democrática. La intranquilidad evidencia la destrucción
institucional llevada adelante por el proyecto hegemónico con pretensiones
totalitarias dirigido por Hugo Chávez.
El contraste con el pasado sirve. En 1993, a ocho
meses de terminar su mandato constitucional, se produjo la salida de Carlos
Andrés Pérez de Miraflores. Una conjura, o rebelión, orquestada por los
náufragos, tal como la llamó CAP, sacó al Presidente electo en los comicios de
1988. Los meses anteriores a que se produjera el fallo del Corte Suprema de
Justicia fueron tensos. Se especulaba acerca de la decisión que tomaría cada
magistrado. Estos guardaron silencio, al menos en público, para respetar el
secreto sumarial. En los días decisivos, el Presidente se mantuvo firme al
frente del Estado y del Gobierno, pero sin emitir declaraciones que
significaran ningún tipo de presiones a los jueces del máximo tribunal. Cuando
se produjo el fallo, en mayo del 93, el Jefe del Estado acató el dictamen a
pesar de lo viciado e inconstitucional de la sentencia. El Primer Mandatario
prefirió ser víctima de la venganza de sus enemigos políticos que convertirse
en artífice de una conspiración que pusiera en peligro el sistema democrático.
Colocó los intereses nacionales por encima de los suyos particulares. Luego de
su salida forzada, se abrieron las vías contempladas en la Constitución de
1961. Aplicarla era el único escenario. El sistema soportó esa prueba sin
traumas.
Ahora ocurre lo contrario. Desde Miraflores se
estimula la incertidumbre. La enfermedad de Chávez continúa siendo un misterio.
Ningún parte médico oficial da detalles del curso del maligno mal que padece.
El Presidente gobierna por twitter desde Cuba donde estableció su gobierno bajo
la tutela de Fidel y Raúl Castro, dictadores que se aferran a Venezuela como el
náufrago a la tabla de salvación.
A lo largo de 2012 el mandatario nacional ha
visitado a Venezuela unos pocos días. Aterriza en el país con dos intenciones:
decirles a sus partidarios y eventuales competidores que aún vive y evitar que
transcurra el período que configura la falta temporal que obligaría a designar
al Vicepresidente como Presidente encargado.
Estamos en presencia del personalismo llevado a
los extremos del delirio, del más absoluto desprecio por los venezolanos e
irrespeto a las instituciones republicanas. Eso que se llama en la moderna
Ciencia Política el Buen Gobierno, desapareció. El Presidente, quien desde hace
años se alejó de la gente aislado por los anillos de seguridad que lo rodean,
ya no forma parte del paisaje nacional. Parece el muñeco de unos ventrílocuos
instalados en Cuba, que necesitan las divisas venezolanas para seguir manteniendo
el espectáculo.
En medio de esta atmósfera, donde desempolvan a
figuras siniestras para que vuelvan a ocupar los primeros planos, ¿cómo no ver
con temor el futuro inmediato? Ante el caos gubernamental, una buena noticia
proviene de la acera del frente: la alternativa democrática está consolidada.
El país sin Chávez no caerá en el caos. Tendremos nuevo Presidente y nuevo
Gobierno.
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