Fernando Mires 11 de Mayo de 2012
“Pasiones e
Intereses” es el título de un breve, antiguo, pero todavía relevante libro de
Albert O. Hirschman. La tesis central dice que la economía moderna surgió de la
conversión de las pasiones en intereses, aunque las primeras no desaparecieron.
Por el contrario, suelen reaparecer escondidas detrás de los propios intereses.
Pasiones e intereses son, a la vez, dos dimensiones de la vida política. Razón
que explica por qué en periodos electorales los candidatos apelan a ambos
recursos, al racional y al pasional. De este modo, al menos en esos periodos,
la política es siempre populista.
Quienes
acentúan los intereses parten del supuesto de que el humano es casi por
naturaleza una criatura lógica y racional. Quienes, en cambio, apelan a las
pasiones, suponen que el comportamiento político obedece el mandato de
pulsiones instintivas. Pero como el humano es cuerpo y alma a la vez, quienes
logran imponerse en la arena electoral suelen ser los que conectan con ambos
recursos, o para decirlo de modo más sencillo, quienes logran articular los
llamados que vienen del estómago con los del corazón y la mente. Ahora, pocas
veces en la historia, el conflicto entre pasiones e intereses ha tomado formas
tan nítidas como en la Venezuela electoral de nuestros días. Esa es sin duda
una de las razones por las cuales el seguimiento del acontecer venezolano
resulta tan atractivo para quienes nos ocupamos con el estudio de los llamados
procesos políticos
Si por
ejemplo uno analiza el discurso de Henrique Capriles, ha de concluir en que es
muy racional. Capriles, fiel a un estilo que le ha permitido ganar varias
elecciones, apela a los intereses sociales y materiales de la gente y con
precisión logra mostrar como el gobierno dilapida recursos que pertenecen a
todos en función de su perpetuación en el poder. Por otro lado, el chavismo,
aún sin Chávez, ha logrado montar un escenario teatral, uno en donde la vida
misma del mandatario es utilizada como objeto pasional destinado a infundir
compasión y lástima. Hasta el momento ese escenario parece rendir buenos
dividendos.
Ya con un
Chávez activo el discurso dominante era más emocional que racional. Chávez
apeló a mitos, desató histerias, y sembró miedos. Nunca vaciló en mentir,
inventando amenazas de invasiones, complots, magnicidios e intentos golpistas
que nunca existieron. Ejemplo que aún sin Chávez es continuado por sus
seguidores, lo que era de esperar. Sin embargo, el chavismo ha integrado esta
vez un ritual inédito a su ya complicada mitología: la necrofilia política.
El culto a
los muertos –muy arraigado en algunas zonas latinoamericanas- fue siempre una
característica del chavismo, hasta el punto que los propios restos de Bolívar
han sido manoseados para obtener ventajas electorales. Pero aún en ese punto
Chávez no fue muy original. Ese mismo culto ya había sido practicado, y en el
mismo estilo, por el dictador Juan Vicente Gómez. Lo nuevo, lo radicalmente
nuevo es que el propio cuerpo de Chávez está siendo utilizado, antes de que él
muera, como objeto sagrado. Es decir, en Venezuela está ocurriendo una herejía
monstruosa: Un presidente está siendo canonizado en vida.
En el Egipto
antiguo los cuerpos de los faraones eran embalsamados, simulacro o parodia de
la supuesta eternidad del poder dinástico. El cuerpo embalsamado de Lenin fue
también objeto de culto pagano destinado a instrumentalizar de modo político el
profundo sentimiento religioso del pueblo ruso. Durante la mitómana Argentina
de Perón, Evita ocupó el lugar de la María Magdalena, convertida en santa por
el amor de su esposo y del pueblo redentor. Pero nunca, nunca antes se había
dado el caso de un presidente que hubiera transmutado su cuerpo viviente en
objeto de culto mortuorio. Más aún, que ese mismo presidente hubiera exhibido
impúdicamente su agonía, llorando y haciendo llorar a multitudes.
Ante la
imposibilidad de derrotar a la oposición por medios políticos el chavismo está
apelando a medios religiosos. Con ello la política de la anti-política, marca
de fábrica del chavismo, alcanza su clímax. Pues, como es sabido, las
elecciones en países políticos normales son el campo en donde tiene lugar el
debate en su máxima expresión, y quien no crea, observe como Obama y Romney ya
se están dando con todo. Pero en Venezuela, ¿cómo debatir con ese candidato
cuya presencia se caracteriza por su ausencia? El debate es la sal de la
política; sin debate la política es –valga la paradoja- despolitizada. Y eso,
evidentemente, es lo que busca el chavismo con la canonización en vida de
Chávez.
El chavismo,
que originariamente fue un movimiento social, después un partido de Estado,
para terminar cristalizando bajo la forma de una autocracia militarista, está
experimentando otro proceso de mutación: está siendo convertido en una nueva religión,
una que proviniendo desde el interior del estado utiliza y pervierte los mitos
más caros a la cristiandad. Luego, no se trata -y esa es una diferencia
importante- de una fusión “constantina”, es decir de una alianza entre religión
y estado. Lo que hoy se está presenciando es algo distinto: se trata, nada
menos, que de la conversión del estado en Iglesia.
En ese
escenario Chávez ya no es sólo un simple enfermo de cáncer.
Chávez es
sobre todo un mártir que inmola su cuerpo frente al altar sagrado de la patria.
Y como las elecciones están muy cerca, su cuerpo debe ser canonizado cuanto
antes, vivo o muerto. De este modo Chávez, apelando al inconsciente religioso
de su pueblo, se presenta en tres personas: El vivo, el muerto, y el
resucitado. Es decir, la santísima trinidad puesta al servicio de una casta
político-militar.
¿Cómo actuar
en ese escenario en el cual Capriles debe derrotar a tres candidatos a la vez?
El vivo es
perfectamente derrotable pues el desgaste ha sido muy grande y la corrupción se
ha apoderado de todas las esferas del poder. El muerto también es derrotable ya
que en el mejor de los casos su sucesor sólo sería una mala fotocopia. El
resucitado es el más derrotable porque, entre otras cosas, es inexistente. Bajo
estas condiciones, el candidato ideal para el chavismo sólo puede ser alguien
que no esté muerto pero tampoco esté totalmente vivo. Y ese es el papel que
está jugando magistralmente Hugo Chávez.
El desafío
para la oposición es grande, pero no imposible. Pues la oposición -a diferencia
del chavismo cuya partitura está compuesta para un solista y un coro- es un
conjunto polifónico en el cual Capriles es sólo una voz cantante. Hay, además,
alrededor de Capriles, otros líderes que dominan diversos instrumentos, desde
los racionales hasta los emotivos. Y no por último, hay también un actor que no
siendo político ha insistido en entrometerse en medio de la refriega. Ese actor
es el destino.
No obstante,
como dijo un personaje de una novela de Carlos Ruíz Zafón, “el destino no hace visitas
a domicilio; hay que salir a buscarlo”.
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