Por Elizabeth Araujo,
16/05/2012
Es obvio que el ministro Farruco
Sesto no reside, ni de cerca, en ninguna de las urbanizaciones que,
desgraciadamente, han sido castigadas con la imposición de las famosas
concreteras. Es un infierno vivir al lado de estas ruidosas fábricas de
concreto y procesamiento de cemento
¿Dónde vive
Farruco Sesto? Es obvio que el ministro para la Reconstrucción de Caracas no
reside, ni de cerca, en ninguna de las urbanizaciones que, desgraciadamente,
han sido castigadas con la imposición de las famosas concreteras, diseminadas a
lo largo de la capital. Ciertamente, el tema apesta para quienes no les afecta
directamente. Mencionarlo suena a fastidio. Pero resulta que mi apartamento da
al frente a una de las dos concreteras instaladas en Montalbán.
De modo que
si hay algo parecido a un descenso al infierno son estas ruidosas fábricas de
concreto y procesamiento de cemento, alzadas ¡a 80 metros de mi ventana! con
una velocidad pasmosa que pareciera compensar los 13 años que pasó el gobierno
sin construir viviendas.
Erigidos en
los sitios donde son levantados los nuevos edificios electorales, y con el
propósito de ahorrar tiempo y dinero en el transporte de los materiales, estos
mamotretos de metal y maquinarias afectan escuelas, residencias y hasta centros
de salud, haciendo caso omiso de las advertencias y las denuncias. Por eso en
Montalbán, mientras el resto de los caraqueños se pegaban a la televisión para
conocer el desarrollo de los hechos de violencia en La Planta, los habitantes
de la otrora urbanización tranquila, padecían la inclemencia continua del ruido
y de la polvareda que generan estos silos cilíndricos durante las 24 horas del
día, sin excluir los domingos y fechas patrias.
Si este
desastroso ministro para la Reconstrucción de Caracas hubiese tenido al menos
el respeto de escuchar a sus camaradas chavistas y demás funcionarios
gubernamentales (ya sabemos que los demás venezolanos no cuentan, tal y como lo
sugirió Pastor Maldonado) que residen en Montalbán, entendería quizás la
dimensión de los daños respiratorios y de piel que está ocasionando el
funcionamiento de las concreteras. Pero, no hay tiempo que perder. Las empresas
involucradas en la construcción apurada de edificios, para ser inaugurados en
septiembre, no paran ni un instante para cumplir con la terminación de las
obras, so pena de perder la cancelación de la otra mitad del contrato.
El desastre
ambiental, que se repite con igual intensidad en Chuao, en las avenidas Bolívar
y Libertador, Santa Eduviges, La Carlota, El Paraíso, La Yaguara, la
Intercomunal de Santa Mónica y otras plazas que esperan erigir por afán de
tener a tiempo viviendas que nunca se planificaron, podría tener consecuencias
mayores a largo plazo, y que alguien, utilizando un símil tal vez exagerado, ha
calificado del Chernobil venezolano.
No hay
manera de detener este monstruoso delito ambiental, porque las instituciones
que deberían estar al frente en la protección de los derechos de los ciudadanos
(Asamblea Nacional, Fiscalía y Defensoría del Pueblo) están a la caza de
magnicidas y desestabilizadores. Y para que la desdicha sea completa, en
cuestión de días Venezuela deja de formar parte de la "imperialista"
CIDH. ¿Qué tal?
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