Escrito por Américo Martín Mayo 10 de 2012
I
Extraordinarias son las reflexiones de Hanna Arendt
sobre el totalitarismo, sistema que contra las esperanzas de la Humanidad no
quedó enterrado bajo los escombros del estalinismo, el comunismo, el nazismo y
la tríada asiática-tan emblemática ella- de Mao, Pol Pot y Kim Il Sung (y su
descendencia), ni tampoco de los modelos fidelista, trujillista,
somocista, pinochetista y sistemas similares o que apuntan en la misma
dirección.
Eladio Aponte Aponte
De Arendt nos queda, además, su profundo estudio sobre la “banalidad del
mal”, que nos ayuda a comprender cómo es que personas corrientes, sin
apariencia maligna, cometen crímenes despreciables. No lo hacen porque tengan
una especial capacidad para ello, sino porque se han convertido en piezas de un
engranaje fundamentalista basado en la creencia de que aquellos actos horrendos
constituyen “males inevitables”; etapas, digamos, en el camino hacia la
justicia universal, o medidas de defensa contra fantasmales conspiraciones de
enemigos feroces y bien armados. Para ellos, tranquilos y satisfechos de
sentirse parte de una “causa histórica”, lo que cuenta es cumplir con
eficacia y sin remilgos las tareas encomendadas.
En una onda parecida, el gran escritor norteamericano Saúl Bellow había hecho
constar que “el gran éxito” de los nazis consistió en lograr que la gente
aceptara como cosa corriente y trivial, monstruosidades capaces de horrorizar a
cualquier ciudadano medianamente despierto.
II
El tormentoso tiempo que estamos viviendo los venezolanos ha sido pródigo en
técnicas semejantes. Los escándalos más ominosos se dejan ver hasta que otros
tan o más desagradables los hacen pasar al olvido. Los hechos brutales que no
suscitan respuestas eficaces por parte de las autoridades, tienden a ser
asimilados, digeridos, metabolizados, almacenados porque la gente quiere seguir
viviendo su vida sin el acoso permanente de la conciencia o del espanto.
¿Cómo es posible que no estalle un huracán de protestas ante las revelaciones
del magistrado Aponte? ¿Acaso desnudar el vergonzoso estado de la Justicia y la
íntima conexión del narcotráfico con los altos funcionarios del gobierno, no
tendrían que mover enérgicamente la vindicta pública?
El “éxito de los nazis” de Bellow, adormece la conciencia, crea una coraza de
indiferencia que deja a la sociedad inerme.
Recordemos que la confesión de Aponte Aponte no es un hecho aislado, una sola
manzana podrida. Los antecedentes abundan y los personajes parecen repetirse.
La lista de los delitos es impresionantemente larga, pero baste con recordar
hechos tan resonantes y tan sin consecuencias como el maletín de Antonini y sus
escandalosas secuelas, que no causaron despidos o castigos. Lo que rodea el
asunto del magistrado Aponte es siniestro. Él mismo declaró que se iba del país
para no ser golpeado por la furia que cayó sobre el gobernador Aguilarte,
hombre del proceso, cercano al presidente, que de repente fue siendo aislado
por sus antiguos amigos, hasta ser victimado por unos sicarios. Se comenta que
algo parecido le ocurriría al general Moreno, cuyo bárbaro homicidio llevó a su
conmovido hijo a declarar en forma enigmática: “no podrán impedir que lo que
sabía mi padre sea revelado”.
Aponte ha dado el testimonio más terminante de la sumisión del TSJ y la
utilización de jueces para revestir de juridicidad actos de venganza o de
persecución política. También puso al descubierto la relación de generales con
la droga, las FARC y los presos de conciencia. En una parte de su confesión
reconoce que la juez Afiuni, los comisarios y policías, Mazuco y muchos más
fueron condenados por él y otros jueces, bajo la presión de la presidenta
del TSJ y hasta del Primer Mandatario. Estaban apercibidos de que si no
obedecían, sufrirían la suerte de la digna María Lourdes Afiuni o en el mejor
de los casos serían echados del Poder Judicial. Reconoce su responsabilidad en la
comisión de despreciables delitos, lo que convierte en secuestrados
políticos a las víctimas de aquellas sentencias.
Saúl Bellow
¿Por cuánto tiempo más privará “el éxito de los nazis” de Saúl Bellow?
Es bueno dirigir esa pregunta a los militantes del PSUV. Llegaron al partido
entusiasmados porque entraban a la escuela del Hombre Nuevo, sin las
perversiones morales que nadie ha cometido más que este gobierno. Creían
ingresar a una fuerza revolucionaria al servicio de los parias del mundo.
Pensaban en la ruidosamente pregonada Economía Solidaria, autogestionaria y
democrática
III
Pero el balance de semejante ideario es trágicamente negativo. Ingentes
recursos se perdieron en los bolsillos insaciables de la corrupción; nunca se
conocerán los montos malversados porque la función contralora desapareció
del hacer administrativo.
El profesor Oscar Bastidas-Delgado hace una relación ordenada del hundimiento
de lo que el gobierno entiende por “Economía Social”. El desastre
comenzó con el Sistema de Aldeas Rurales Sustentables, frustrados medios para
uso de grupos gubernamentales. La joya de la corona fueron las Cooperativas “seis
años después –recuerda Bastidas- más de 280 mil constituidas serían calificadas
por el presidente como instrumentos del capitalismo”.
Vinieron cacareando los gallineros verticales, hace
rato olvidados como no sea para mofarse por lo bajo. En 2003 nacieron y
murieron los cultivos hidropónicos y los Fundos Zamoranos y Núcleos de
Desarrollo Endógeno. ¡Cuánto dinero perdido! ¡Cuántas ilusiones evaporadas! El
sumun de esta estrategia de barro son los consejos comunales, “embudos
receptores –advierte Bastidas- de aportes gubernamentales que no desarrollan
ahorro ni crédito”
Si a ustedes, amigos psuvistas, los despojan de razones éticas y de proyecto
viable ¿por qué seguir con los puños en alto entonando cantos gregorianos
a una causa inexistente?
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