Thaelman Urgelles 29 de enero de 2013
@TUrgelles
Sin
duda, produce mucha rabia que una organización de países que se autodefine
democrática coloque a un confeso dictador como su presidente “pro tempore”. Pero
más allá del disgusto moral, o mejor dicho, desazón estética por la estulticia
del mediocre liderazgo que por estos tiempos gobierna a los pobres países
latinoamericanos, ¿a quién le importa lo que haga o deje de hacer ese fantoche
institucional al que denominan Celac? Una organización imaginada y creada por las
mentes más atrasadas del pensamiento hemisférico, únicamente para ver cumplidos
sus atávicos resentimientos con la única gente que en este lado del mundo ha
tenido logros tangibles en estos 200 años. Los únicos que -más allá de la
retórica soberanista, de las quimeras decimonónicas y también de sus propias
contradicciones e injusticias- han edificado una sociedad poderosa,
autosuficiente y por ello mismo dominante de su entorno más cercano.
Incapaz
de construir un destino aceptable según su propia visión y esfuerzo colectivo,
América latina se dedicó en todo el siglo 20 a envidiar al gran vecino del
norte, echando sobre los anchos hombros de aquel las culpas de su propio
insondable fracaso. Con ello logró fortalecer aun más a su Némesis, merecer su
desprecio y debilitarse a sí misma para que este se aprovechara vorazmente de
ello. Esto último se dio hasta el tercer cuarto del siglo pasado, pues de ahí
en adelante lo que queda de nosotros es un bagazo que ni siquiera sirve para
tomar ventaja de él. A estas alturas, el vecino poderoso no encuentra qué hacer
con el disperso coro que clama por unas independencias y soberanías que nadie
les está arrebatando, salvo su propia incompetencia y estolidez.
Algunos
países de “la sub-región” disfrutamos breves períodos de líderes sensatos,
en ocasiones visionarios, que nos orientaron en el rumbo correcto, lejos de las
grandilocuentes fantasías redentoristas que tanto daño nos ha hecho. Durante
tales ciclos logramos todo lo bueno que aun no han podido devastar los renovados
redentores. Algunos han tenido la fortuna de que sus momentos de lucidez han
sido más prolongados y hoy los vemos, con sana envidia, despegarse de la
viscosa plataforma del atraso. Ellos mismos nos dispensan hoy una indulgente
mirada de reojo, ocupados como están de hacer negocios reales con
interlocutores de verdad. Y condescienden en acompañarnos en los fastos de “la
soberanía, la patria grande…” y todas esas sandeces.
No
otra cosa vimos en estos días en Santiago de Chile. Al presidente Piñera –bastante
“poquito” él, por cierto- se lo percibió como quitándose un peso de encima: “ya
les cumplí a estos ‘huevones’ con presidir por un año esta ‘huevá’, ahora que
la ocupe uno de ellos, que le quedará mejor”. Y en efecto, bajo la presidencia
de Piñera la Celac no existió, nada de nada fue su incidencia en América y
mucho menos en el mundo. Con Raúl Castro, un presidente más acorde con la
naturaleza del negocio, seguramente cobrará mayor actividad y su ruido se hará
sentir; pero será solo bulla, aspaviento, retórica fútil e intrascendente.
Mejor
no lo pudo certificar la Merkel, líder real de la debilitada Europa sin para
ello requerir de nombramiento alguno, y presente allí para tratar asuntos
serios con los tres o cuatro países que saben lo que quieren. Al toparse cara a
cara con el flamante presidente nominal de la Celac, le tributó un desprecio
tan solemne que aun resuena en las pantallas de TV y computadoras de todo el
mundo. Fue el único episodio digno de reseñar en ese nuevo fin de semana
perdido por América latina.
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