miércoles, 23 de enero de 2013
El costo de la vida y la muerte
Por Paciano Padrón, 22/01/2013
El costo de la vida en los últimos años -y cada vez más- convierte en sal y agua nuestros ingresos; el sueldo del venezolano se hace enano ante los precios que nos arruinan y deterioran nuestro bienestar. De otro lado, la muerte es gratis, no tiene costo; en Venezuela quien asesina no paga el muerto, solo 7% de los asesinatos tienen procesados por el crimen respectivo, lo que no quiere decir que necesariamente sean condenados. La impunidad es puerta abierta a nuevos y más asesinatos, por eso ya van cerca de 170 mil en el régimen de Chávez, donde la única vida que parece interesar es la del Presidente, cuya importancia no negamos, pero cuando se trata de la vida, todos somos igualmente importantes.
Cerca del 30% se incrementó el costo de la vida del pasado enero a este, lo que significa que lo que comprábamos con cien bolívares, ahora requerimos ciento treinta para adquirirlo. Lo más grave es que el mayor incremento se presenta en los alimentos, afectando principalmente a los sectores de menores ingresos de la población. Numerosos factores inciden en la inflación venezolana, particularmente el desastre de las políticas económicas de un gobierno al que pareciera no importarle la gente.
La excesiva intromisión del régimen en el desarrollo de la actividad económica, y la intervención directa en la producción, han hecho que esta descienda al punto de ya no auto-generar la mayoría de los bienes que requerimos, lo que obliga a importar, vale decir, a pagar con divisas lo producido en otros países, beneficiando así la economía de aquellos en detrimento de la nuestra. Los ejemplos sobran, ahí está el caso de Agroisleña, una empresa con raíces en Venezuela, estimuladora de la producción agrícola, que fue expropiada como se recuerda, y hoy es una miseria, ya los productores del campo no consiguen en Agropatria ni fertilizantes.
La producción de azúcar venezolana apenas cubre el 41,7% del consumo, a pesar de que éramos exportadores de ese rubro del cual hoy importamos el 58,3% de lo que consumimos. Menor producción, más mano de obra desempleada, más importación del producto, lo que genera recursos al país que la vende, y escasez y precios más elevados al país que la importa. Según cifras del Banco Central, el pasado mes de diciembre el 78,1% de los comercios de Caracas no tenían azúcar.
El régimen frena la producción al controlar los precios de los bienes, sobre todo cuando el control es irracional y pretenden que se venda por debajo de lo que cuesta producirlo. Por otro lado, el control de cambio -que si lo que se proponía era frenar la fuga de capitales- está ponchao, porque luego de diez años han salido del país 144,9 millardos de dólares, lo que según “Ecoanalítica” equivale a cuatro veces y media el monto de las reservas internacionales. Para lo que sí sirve el control de cambio es para producir corrupción y control político, sirve para las presiones que se hacen desde el alto gobierno a los empresarios, lo que al final siempre tiene incidencia en la generación de bienes, el abastecimiento y la inflación.
El costo de la vida en los niveles actuales acaba con el bienestar de los ciudadanos, hoy somos el país con la inflación más alta de América Latina y la tercera o cuarta más elevada del mundo.
De la delincuencia desatada solo quiero añadir que afecta nuestra calidad de vida muchísimo más que la inflación. El miedo se apodera de la población, vivimos con la angustia de ser víctimas de asalto, secuestro o asesinato; la zozobra ya afecta por igual al hombre del barrio o de la urbanización, al citadino o al campesino. Este mal tiene un solo responsable: el régimen del Presidente Chávez. Su grave enfermedad no puede impedirnos visualizar dónde está la culpa. Lo repetimos, Chávez y sus cómplices del cogollo del régimen deben pagar por el costo de la vida y de la muerte de los venezolanos.
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