Por Yoani Sanchez, 17/01/2013
El Sexto ha
dicho que hará un grafiti sobre mi maleta; una vecina me regaló un amuleto para
el viaje y cierto amigo anotó su número de zapato para que le traiga un par. Me
despiden aunque todavía no me voy. Ni siquiera tengo fecha de vuelo. Pero algo
ha cambiado para mí desde el pasado 14 de enero en que entró en vigor la
Reforma Migratoria anunciada en octubre pasado. Después de aguardar por 24
horas a las afueras del Departamento de Inmigración y Extranjería (DIE), supe
que finalmente me expedirían un nuevo pasaporte. Con veinte “tarjetas blancas”
negadas en menos de cinco años, confieso que estaba más escéptica que
esperanzada. Aún ahora, sólo creeré que lo he logrado cuando me vea dentro de
un avión que levante vuelo.
Ha sido una
larga batalla llevada a cabo por muchos. Un prolongado camino reclamando que la
entrada y salida de nuestro país sea un derecho inalienable, no una dádiva que
se otorga. Aunque las flexibilizaciones que ha traído el Decreto-Ley No. 302
resultan insuficientes, ni siquiera esas se hubieran logrado de habernos
quedado con los brazos cruzados. No son el fruto de un gesto magnánimo, sino el
resultado de las denuncias sistemáticas que se hicieron contra el absurdo
migratorio.
De ahí mi
intención de seguir “empujando los límites” de la reforma, experimentar en
carne propia hasta donde llega realmente la voluntad de cambio. Para traspasar
las fronteras nacionales no haré ninguna concesión. Si no puede viajar la Yoani
Sánchez que soy, no pienso metamorfosearme en otra persona para alcanzarlo. Una
vez en el extranjero tampoco disfrazaré mi opinión para que me dejen “volver a
salir” o para complacer ciertos oídos, ni me acogeré al silencio por aquello de
que me pueden negar el retorno. Diré lo que pienso de mi país y de la ausencia
de libertades que padecemos los cubanos. Ningún pasaporte va a funcionar para
mí como tapabocas, ningún viaje como señuelo.
Aclarados
esos pormenores, preparo el cronograma de mi estancia fuera de Cuba. Espero
poder participar en innumerables eventos que me hagan crecer profesional y
cívicamente, responder preguntas, aclarar parte de las campañas de difamación
que se han levantado en mi contra… y en mi ausencia. Visitaré aquellos lugares
a los que una vez me invitaron, pero la voluntad de unos pocos no me dejó
llegar; navegaré como una obsesa por Internet y volveré a subir algunas
montañas que dejé de ver hace casi diez años. Pero lo que más me apasiona es
que voy a conocer a mucho de ustedes, mis lectores. Ya tengo los primeros síntomas
de esa ansiedad: el hormigueo en el estómago que provoca la cercanía de lo
desconocido y el despertar en medio de la madrugada preguntándome cómo serán
sus rostros, sus voces. ¿Y yo? ¿Seré como ustedes me imaginaron?
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