Carlos Alberto Montaner 20 de enero de 2013
En el medievo los peregrinos acudían a
Santiago de Compostela, en Galicia, en busca de indulgencias para entrar
directamente en el reino de los cielos sin pasar por la desagradable
experiencia del purgatorio o la aburrida espera del limbo (espacio teológico,
por cierto, que últimamente fue clausurado). Recorrían el famoso Camino de
Santiago (unos cuantos cientos de kilómetros si se hace desde el Pirineo
francés), le daban un abrazo al santo de palo y la gloria estaba asegurada.
Algo así es lo que hoy sucede con la
cúpula chavista. Los peregrinos del aparato bolivariano llegan al paraíso tras
recorrer el Camino de la Habana a darles un abrazo a los hermanos Castro, dos
ancianos que a estas alturas de la vida también tienen cierta consistencia
calcárea, o, en palabras de Agustín Lara, “alabastrina”.
¿Qué hacen chicos como Maduro, Cabello
y Jaua en un sitio como ése?
Obvio: van a aprender la única materia
en la que Cuba es la mayor experta del planeta: supervivencia política. Los
Castro, que han conseguido fracasar en todo lo concerniente a la producción de
bienes y servicios, al asombroso extremo de haber liquidado la centenaria
industria azucarera, han logrado, sin embargo, aferrarse al poder durante 54
años, sobreviviendo a larguísimas e inútiles guerras africanas, decenas de
aventuras guerrilleras y terroristas, y a la desaparición de la URSS, padre,
patrón y financista del disparate cubano.
¿Cómo lo han logrado?
Esto es importante, porque ahí radica
la esencia de la lección cubana a los venezolanos:
Primero, manteniendo una absoluta disciplina
dentro de la estructura de poder. Sólo existen una sola cabeza, una sola voz,
un solo aplauso. No puede haber disenso ni desviación. No hay espacio para
vertientes. Al funcionario o dirigente que se mueva lo aplastan o lo extirpan,
previa la pública demostración de que era un canalla.
Segundo, control absoluto de la maquinaria
que hace las reglas (ese coro afinado que funge de parlamento) y de la
institución que las aplica como les conviene a los mandatarios (el poder judicial,
que es sólo una familia de verdugos obsecuentes al servicio de los
gobernantes).
Tercero, control total, también, de los
medios de comunicación que dan cuenta de los hechos públicos y privados. La
realidad es lo que decide quien tiene encomendado describirla. Las
contradicciones no existen. Una de las principales funciones del Estado es
mantener oculto cualquier aspecto que desmienta el discurso o relato oficial.
Para lograr esos objetivos e inducir
los comportamientos que promueven la obediencia, los soviéticos crearon un muy
eficiente sistema de estabulación ciudadana.
Las personas eran colocadas en
establos institucionales, clasificándolas por la edad, el género y la
ocupación, siempre vigiladas por la policía política a una distancia
ostensible, para hacer sentir la presión e infundir miedo. (Es muy importante
que las personas sientan temor para que no se rebelen o protesten).
Al cabo de un par de generaciones ese
tipo de Estado se consolida. Ha surgido “el hombre nuevo”, pero no exactamente
la criatura desinteresada, solidaria y laboriosa que preveía Marx, sino un tipo
inmovilizado por tres cadenas indestructibles:
La fuerza de la inercia
Las cosas se hacen así, porque siempre
se han hecho de esa manera. No hay alternativa a la incomodidad que produce ese
Estado torpe y burocrático.
El miedo a la represión
La cárcel, muy dura, y las ejecuciones
sumarias son eficaces para inducir la obediencia. Los ciudadanos en los Estados
totalitarios sólo creen en huir. Como afirma el periodista Juan Manuel Cao, el
comunismo terminó con una avalancha de gente que huía, no de gente que peleaba.
La docilidad es una forma de adaptación al sistema.
El síndrome de indefensión
Las personas aprenden, desde la niñez,
que el régimen es imbatible, de manera que no tiene sentido oponérsele. Los
padres, que quieren proteger a sus hijos, son los grandes propagadores de ese
síndrome. Ellos enseñan a sus hijos a bajar la cabeza y obedecer para que no
les hagan daño.
¿Qué más van a aprender los chavistas
de sus maestros cubanos?
Una lección estratégica clave: no es
el momento de abrir otros frentes. Debe volar la paloma de la paz. A los
gringos se les mandan mensajes tranquilizadores. A los grandes capitales se les
asegura que no habrá mayores radicalismos. A los países del vecindario, que no
deben temer la permanencia del postchavismo. A la oposición, palo y tentetieso.
Ya habrá tiempo de ajustarles las
tuercas a esos enemigos naturales cuando caiga totalmente el telón de acero.
Tomado de: http://saladeinfo.wordpress.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico