Por
Vladimiro Mujica, 13 Enero, 2013
Latinoamérica ha vivido una experiencia traumática
tratando de combinar mitos de guerreros, políticos y salvadores con su historia
civil y ciudadana. Aparentemente hay algo en nuestra herencia cultural que nos
lleva a venerar a personajes históricos de un modo que va mucho más allá del
respeto por una obra de vida y se transforma en una especie de credo que nos
dificulta evolucionar como naciones.
En el caso de Venezuela fue probablemente Luis
Castro Leiva quien advirtiera con más claridad que íbamos a pagar muy cara la
mitología bolivariana en la medida en que esta actuaba como una camisa de fuerza
y un condicionante de la vida política del país. Finalmente la profecía de
Castro Leiva se cumplió y la Venezuela de finales del siglo XX cayó presa de un
proyecto autoritario que proclama nutrirse de la raíces del pensamiento de
Simón Bolívar. Para todos los efectos el chavismo ha reescrito la historia de
la nación y ha creado una efectivísima fantasía que le da cuerpo y contenido a
un proyecto de poder.
Nos estamos aproximando a uno de los momentos
culminantes de la construcción del mito Chávez: un personaje más grande que la
vida real que lo habría dado todo por su patria, heredero prácticamente de la
esencia vital del Libertador y que habría llegado al máximo sacrificio de
entregar su existencia para proteger el avance de la revolución y contener el avance
de las fuerzas de la derecha. El limbo anticonstitucional en el que se pretende
condenar a la democracia venezolana a
través de unos testaferros políticos ilegítimos que mantienen una densa
incertidumbre sobre la salud del presidente y las circunstancias de su
juramentación en abierta violación de la ley de la nación es tan sólo el último
capítulo en una cuidadosa operación orquestada desde La Habana.
Que el régimen de los hermanos Castro es maestro en
el arte de la desinformación y en construir mitos está más allá de toda duda.
Quizás el caso más conocido sea el del Che Guevara, abandonado a su destino en
Bolivia pero sin embargo inmensamente útil para la propaganda cubana en la
figura del guerrillero heroico. Pero por supuesto este no es el único caso
relevante. En Argentina el caso emblemático de Perón y Evita o en México el de
los héroes de la revolución ilustran un principio muy importante: no importa la
naturaleza de las diferencias en vida, una vez muerto el personaje mitológico
todos se arropan con su figura.
NO HAY NINGUNA RECETA FÁCIL Es imposible no sentir
una honda angustia por lo que está ocurriendo en nuestra patria. El liderazgo
tóxico de los últimos catorce años, que ha dividido profundamente a Venezuela
tornándola en un país prácticamente inviable, ha terminado por parir un mito
igualmente nocivo cuya explotación ya comenzó. A su amparo se pretende
articular una transición inconstitucional interpretando de manera absurda y
peregrina artículos fundamentales de la Carta Magna. En su intento por
imponerse a toda costa, como si la otra mitad del país no existiera, el
chavismo está jugando con fuego y sus acciones irresponsables pueden precipitar
una crisis de dimensiones impredecibles.
No hay ninguna receta fácil para que los sectores
democráticos enfrenten una situación como esta donde un régimen autoritario con
control casi total de los medios de comunicación y las instituciones, intenta
dar un zarpazo a lo que queda de legalidad constitucional. Quizás este sea buen
momento para pensar en estrategias que no se centren exclusivamente en el
asunto electoral porque lo que se pretende hacer violenta todas las reglas, ya
de por si severamente afectadas, del juego democrático. La violación abierta de
la Constitución debería ser un poderoso aliciente para ensayar conductas de
desacato civil no violentas, y una vigorosa protesta tanto interna como en el
ámbito internacional.
Mientras tanto seguimos dando un espectáculo
incomprensible, que raya en lo surrealista, imposible de explicar a nadie que
no tenga una profunda comprensión del más extremo realismo mágico llevado a una
situación política compleja y cargada de riesgos. Un presidente moribundo en
una nación extranjera, donde se sabe más sobre su estado que en su propio país.
Quizás con vida, quizás ya muerto y en manos de quienes controlan sus horas
finales para hacer de su existencia el mito que les permita perpetuarse como
herederos. Todo ello acompañado de demostraciones de paroxismo religioso en
quienes no hace mucho consideraban a la Iglesia como uno de sus principales
adversarios.
No basta con tener fe en que la historia cobrará el
inmenso despropósito de quienes pretenden arrebatar la libertad de un pueblo
cabalgando sobre un mito que se construye ante nuestros ojos. Es necesario
reaccionar con mucha fuerza y mucha inteligencia.
Vladimiro Mujica es miembro de Compromiso Ciudadano
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