Por Mario
Villegas, 27/01/2013
Columna de Puño
y Letra
A riesgo de
parecer fastidioso, insisto en llamar la atención sobre la bomba de tiempo en
que el gobierno parece querer colocar a la sociedad venezolana. La apuesta
total a la amenaza y a la confrontación, a la división del país en dos toletes,
uno bueno (los seguidores de Hugo Chávez) y otro execrable (el resto de la
nación), puede conducir a una indeseable implosión capaz de llevarse en los
cachos lo que a los venezolanos nos queda de democracia, de libertades públicas
y de protagonismo político y social.
Desde que, en
vísperas de su cuarta operación, el presidente Hugo Chávez delegó en Nicolás
Maduro la jefatura del gobierno y lo encumbró como su heredero político, abundaron
quienes en el chavismo y en la oposición vislumbraron el inicio de una nueva
era nacional, en la que bajarían los niveles de la intolerancia política y hasta
se podrían concretar iniciativas orientadas a garantizar y reforzar la
gobernabilidad, la estabilidad y la paz en el tránsito hacia una nueva elección
presidencial. No faltaron líderes de oposición, analistas políticos,
periodistas y medios de comunicación que exaltaban las virtudes de Maduro como
hombre moderado, proclive al diálogo y a la conciliación, inclinaciones que
habría evidenciado en su ejercicio internacional como canciller.
Pero lo cierto
es que, contra todos los pronósticos, el vicepresidente derramó un pipote de
agua helada sobre los chavistas y no chavistas que albergaron aquella ilusión. Tras
unos cuantos días con el ahora belicoso Maduro al mando, los titulares y
contenidos periodísticos pasaron de ser esperanzadores para recoger citas
textuales de las insultantes y amenazantes ráfagas verbales del vicepresidente contra
la oposición política y representantes de diversos sectores sociales no
obsecuentes al gobierno.
Por su parte,
la oposición ha venido reiterando su propósito de dialogar con el oficialismo y
promover la reconciliación nacional. Pero que va. Desde el gobierno le
responden que no hay conciliación posible y, por el contrario, arrecian el
discurso violento y su batería de insultos y descalificaciones. La agresión
física de un diputado chavista a uno de la oposición y el episodio violento
contra activistas de La Hojilla y camarógrafos de un medio gubernamental en el
acto opositor del 23 de enero, son el tímido primer capítulo de una interminable
sucesión de partes de guerra en que podría derivar ese incomprensible afán
oficialista de exacerbar la polarización política y la confrontación.
En medio de
todo ese proceso en escalada, el vicepresidente Maduro le exige a la oposición que
respete al presidente Chávez y a su intimidad. Pero resulta contradictorio y hasta
tragicómico ver a estos verdugos mimetizarse en corderitos pidiendo clemencia
para el Presidente, quien a lo largo de su mandato no ha sido precisamente un
ejemplo de respeto y consideración para con ninguno de sus adversarios. Más
bien podría decirse sin exagerar que Chávez ha sido el más inclemente de todos
los verdugos rojo rojitos.
Muy
enternecedora resulta la escena del vicepresidente Maduro pidiendo consideración
para luego soltar la muy respetuosa amenaza de que el chavismo le va “a meter
media yuca” a la oposición.
En la Venezuela
de hoy, la más importante tarea patriótica es desmontar esa bomba de tiempo que
está siendo alimentada desde el gobierno y que podría desbarrancar a la
sociedad venezolana por turbulentos pasajes de insospechable final.
Publicado en la
Edición Impresa del Diario 2001
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