Trino Márquez 24 de enero de 2013
Siguiendo
las enseñanzas de Fidel Castro, los sargentos que controlan la cúpula chavista
después de la partida hacia Cuba del comandante enfermo, han desplegado una
estrategia basada en la intimidación, la descalificación, la desmoralización y
la desmovilización de los sectores democráticos. Es un estilo que combina las
lecciones del nazi fascismo con el valor agregado incorporado por el stalinismo
durante las tres décadas de dominio del temible Koba.
La
técnica parte de premisas básicas y simples, ya ampliamente conocidas: al
adversario hay que asumirlo como enemigo, no como competidor en un campo donde
puede ganarse o perderse según las reglas previamente acordadas; en tanto
enemigo, es necesario demolerlo para lo cual el fin justifica los medios; estos
cubren un amplio espectro: van desde la amenaza hasta la agresión
destructiva. Objetivo final: apaciguar al oponente; desmovilizarlo para que la
autocracia luzca como si contara con el apoyo de los sometidos.
Norberto Fuentes, en su Autobiografía de Fidel, y Huber Matos, en Cómo llegó la noche, describen algunas de las maniobras urdidas por Fidel para aniquilar sus opositores o dirigentes que simplemente disentían de la orientación que el autócrata antillano le imprimía al proceso revolucionario. El paredón materializó el más cruel de esos procedimientos, sin embargo, no fue el único.
El temor a perder el líder de la “revolución bonita” y quedar sin brújula ni timonel, ha tornado a los dirigentes del chavismo que se disputan la sucesión en seres extremadamente peligrosos. El miedo aconseja mal. El martes 22 de junio un diputado oficialista -movido por el deseo de ser tomado en cuenta en ese bosque de brazos que se levanta cada vez que la bancada del gobierno adopta una resolución- agredió sin son ni ton a Julio Borges. Argumentó que actuaba en defensa del honor del Presidente convaleciente. ¿Puede entenderse semejante exabrupto? Darío Vivas, primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, amenaza con allanar la inmunidad parlamentaria de los diputados que se retiraron del Hemiciclo el día que Nicolás Maduro presentó la Memoria y Cuenta del Presidente de la República correspondiente a 2012. Califica de inaceptable ese digno desconocimiento de la “autoridad” del heredero ilegítimo. Un grupo de oficialistas esparcidos por el gimnasio Papá Carrillo del Parque Miranda, intentó sabotear el modesto acto con el cual la oposición recordó el 23-E.
Cualquier actividad, movilización, denuncia, exigencia o simple reclamo, que realice la oposición es atacada sin piedad por el PSUV y el aparato comunicacional -financiado con fondos públicos- del que dispone el partido de gobierno. En la Asamblea Nacional, escenario natural en toda democracia para concertar acuerdos, resulta imposible dialogar con el bando gubernamental. A pesar de que la oposición cuenta con más de 40 por ciento de los diputados, todas las comisiones importantes son controladas por el partido rojo.
La exigencia de nombrar una Junta Médica que verifique el estado de salud del caudillo o la demanda de que sea un equipo médico el que informe sobre el estado en que se encuentra Hugo Chávez, son rechazadas porque supuestamente constituyen faltas de respeto al Presidente y expresiones desconsideradas de una oposición insensible y sádica.
Todos los procedimientos normales, lógicos y necesarios que forman parte de la rutina democrática y de las repúblicas constitucionales, han sido abolidos por la cúpula arrogante y retrechera del chavismo. Con la oposición se comportan como caporales, pero con los hermanos Castro y con Ramiro Valdés se vuelven mansitos. Exhiben la obsecuencia más abyecta. Van a Cuba a pedir consejos y ni siquiera los reciben en la casa de gobierno. Los atienden y les ordenan en una sala del aeropuerto de La Habana. Los gamonales comunistas no se molestan en elevar la jerarquía de esos “muchachos”. Les conviene degradarlos para que tengan claro dónde reside el centro del poder, que no es, desde luego, Miraflores, sino la capital cubana.
La misión desmoralización solo puede enfrentarse con resistencia, organización, movilización popular y defensa de principios democráticos inquebrantables. Ningún capataz se conmueve frente a la mansedumbre del peón. Al contrario, lo maltrata con sevicia.
La oposición tiene que retomar la calle. Somos casi la mitad del país. Lo que ocurrió el 23-E, no debe suceder de nuevo. La mitad de los venezolanos merecemos celebrar las fiestas democráticas en la calle, no en un coto cerrado.
Norberto Fuentes, en su Autobiografía de Fidel, y Huber Matos, en Cómo llegó la noche, describen algunas de las maniobras urdidas por Fidel para aniquilar sus opositores o dirigentes que simplemente disentían de la orientación que el autócrata antillano le imprimía al proceso revolucionario. El paredón materializó el más cruel de esos procedimientos, sin embargo, no fue el único.
El temor a perder el líder de la “revolución bonita” y quedar sin brújula ni timonel, ha tornado a los dirigentes del chavismo que se disputan la sucesión en seres extremadamente peligrosos. El miedo aconseja mal. El martes 22 de junio un diputado oficialista -movido por el deseo de ser tomado en cuenta en ese bosque de brazos que se levanta cada vez que la bancada del gobierno adopta una resolución- agredió sin son ni ton a Julio Borges. Argumentó que actuaba en defensa del honor del Presidente convaleciente. ¿Puede entenderse semejante exabrupto? Darío Vivas, primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, amenaza con allanar la inmunidad parlamentaria de los diputados que se retiraron del Hemiciclo el día que Nicolás Maduro presentó la Memoria y Cuenta del Presidente de la República correspondiente a 2012. Califica de inaceptable ese digno desconocimiento de la “autoridad” del heredero ilegítimo. Un grupo de oficialistas esparcidos por el gimnasio Papá Carrillo del Parque Miranda, intentó sabotear el modesto acto con el cual la oposición recordó el 23-E.
Cualquier actividad, movilización, denuncia, exigencia o simple reclamo, que realice la oposición es atacada sin piedad por el PSUV y el aparato comunicacional -financiado con fondos públicos- del que dispone el partido de gobierno. En la Asamblea Nacional, escenario natural en toda democracia para concertar acuerdos, resulta imposible dialogar con el bando gubernamental. A pesar de que la oposición cuenta con más de 40 por ciento de los diputados, todas las comisiones importantes son controladas por el partido rojo.
La exigencia de nombrar una Junta Médica que verifique el estado de salud del caudillo o la demanda de que sea un equipo médico el que informe sobre el estado en que se encuentra Hugo Chávez, son rechazadas porque supuestamente constituyen faltas de respeto al Presidente y expresiones desconsideradas de una oposición insensible y sádica.
Todos los procedimientos normales, lógicos y necesarios que forman parte de la rutina democrática y de las repúblicas constitucionales, han sido abolidos por la cúpula arrogante y retrechera del chavismo. Con la oposición se comportan como caporales, pero con los hermanos Castro y con Ramiro Valdés se vuelven mansitos. Exhiben la obsecuencia más abyecta. Van a Cuba a pedir consejos y ni siquiera los reciben en la casa de gobierno. Los atienden y les ordenan en una sala del aeropuerto de La Habana. Los gamonales comunistas no se molestan en elevar la jerarquía de esos “muchachos”. Les conviene degradarlos para que tengan claro dónde reside el centro del poder, que no es, desde luego, Miraflores, sino la capital cubana.
La misión desmoralización solo puede enfrentarse con resistencia, organización, movilización popular y defensa de principios democráticos inquebrantables. Ningún capataz se conmueve frente a la mansedumbre del peón. Al contrario, lo maltrata con sevicia.
La oposición tiene que retomar la calle. Somos casi la mitad del país. Lo que ocurrió el 23-E, no debe suceder de nuevo. La mitad de los venezolanos merecemos celebrar las fiestas democráticas en la calle, no en un coto cerrado.
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