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jueves, 17 de enero de 2013

Política ficción LA HABANA PARA UN FANTASMA DIFUSO


Alfonso Molina 14 enero, 2013

En septiembre del año pasado, en pleno fragor de la campaña electoral, sólo un puñado de personas imaginaba lo que habría de suceder entre el trágico domingo 7 de octubre y el también trágico jueves 10 de enero de 2013, incluidos los dos triunfos electorales del chavismo y una desconcertante toma de posesión sin presencia física, con discursos y juramentos rayanos en la metafísica. Sólo faltaba que una voz dijera: “Chávez, si estás presente, da tres golpes”. Esto no había ocurrido ni en el Haití de Papa Doc Duvalier. Pero volvamos a nuestra farsa. Desde mediados de 2011 comenzó esta historia de su enfermedad, con medias verdades o medias mentiras, que fue agravándose mes tras mes hasta lo que estamos viviendo hoy. Con la urgencia de ganar la elección presidencial y con el manejo estratégico del régimen cubano, el caudillo desdeñó las ofertas solidarias de países amigos y se refugió en la medicina habanera. A la postre, cumplió sus objetivos electorales y luego, tras asegurar la derrota del enemigo, se entregó a una nueva intervención quirúrgica a principios de diciembre del año pasado. Sabemos lo que ha venido sucediendo desde entonces. Podríamos decir que Chávez se inmoló para preservar su gloria, no importa a qué costo. Venezuela ahora es gobernada directamente desde La Habana por un fantasma difuso, en una de las operaciones políticas más insólitas de la historia. Me explico: cuando los húngaros se rebelaron en 1956, la Unión Soviética intervino brutalmente y colocó un gobernante títere. Cuando la Guerra Fría marcó su derrotero en América Latina, los EEUU derrocaban gobiernos y montaban otro títere. Cuando la Primavera de Praga adquirió fuerza en 1968, las tropas del Pacto de Varsovia intervinieron y Moscú designó un gobernante títere. Es lo usual. El poder metropolitano domina su periferia y designa títeres. Ha sucedido con todos los imperios. Lo pecualiar en nuestro caso es que cuando Venezuela tiene su presidente en una clínica cubana, los Castros designan un gobierno títere que despacha desde Caracas. Por primera vez, una pequeña nación empobrecida por sus gobernantes rige los destinos de otra nación mucho más rica pero que hoy no tiene gobernante. Es la dependencia al revés. Me hubiera encantado hablar de nuevo con Guillermo Cabrera Infante —experto en historias equívocas— para saber su opinión de esta farsa insólita, real e inédita que se registra en su amada ciudad, la misma que recordó hasta el último de sus días. La actual ciudad del fantasma difuso.

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