Alfonso Molina 14 enero, 2013
En septiembre del año pasado, en pleno
fragor de la campaña electoral, sólo un puñado de personas imaginaba lo que
habría de suceder entre el trágico domingo 7 de octubre y el también trágico
jueves 10 de enero de 2013, incluidos los dos triunfos electorales del chavismo
y una desconcertante toma de posesión sin presencia física, con discursos y
juramentos rayanos en la metafísica. Sólo faltaba que una voz dijera: “Chávez,
si estás presente, da tres golpes”. Esto no había ocurrido ni en el Haití de
Papa Doc Duvalier. Pero volvamos a nuestra farsa. Desde mediados de 2011
comenzó esta historia de su enfermedad, con medias verdades o medias mentiras,
que fue agravándose mes tras mes hasta lo que estamos viviendo hoy. Con la
urgencia de ganar la elección presidencial y con el manejo estratégico del
régimen cubano, el caudillo desdeñó las ofertas solidarias de países amigos y
se refugió en la medicina habanera. A la postre, cumplió sus objetivos
electorales y luego, tras asegurar la derrota del enemigo, se entregó a una
nueva intervención quirúrgica a principios de diciembre del año pasado. Sabemos
lo que ha venido sucediendo desde entonces. Podríamos decir que Chávez se
inmoló para preservar su gloria, no importa a qué costo. Venezuela ahora es
gobernada directamente desde La Habana por un fantasma difuso, en una de las
operaciones políticas más insólitas de la historia. Me explico: cuando los
húngaros se rebelaron en 1956, la Unión Soviética intervino brutalmente y
colocó un gobernante títere. Cuando la Guerra Fría marcó su derrotero en
América Latina, los EEUU derrocaban gobiernos y montaban otro títere. Cuando la
Primavera de Praga adquirió fuerza en 1968, las tropas del Pacto de Varsovia
intervinieron y Moscú designó un gobernante títere. Es lo usual. El poder
metropolitano domina su periferia y designa títeres. Ha sucedido con todos los
imperios. Lo pecualiar en nuestro caso es que cuando Venezuela tiene su
presidente en una clínica cubana, los Castros designan un gobierno títere que
despacha desde Caracas. Por primera vez, una pequeña nación empobrecida por sus
gobernantes rige los destinos de otra nación mucho más rica pero que hoy no
tiene gobernante. Es la dependencia al revés. Me hubiera encantado hablar de
nuevo con Guillermo Cabrera Infante —experto en historias equívocas— para saber
su opinión de esta farsa insólita, real e inédita que se registra en su amada
ciudad, la misma que recordó hasta el último de sus días. La actual ciudad del
fantasma difuso.
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