Ibsen Martínez 13 de enero de 2013
Con
todo, persisten Marta Harnecker y su "izquierda después de Seattle",
por citar una irrisión de esa izquierda que se define a sí misma como
"posmoderna" sin ofrecer siquiera un amago de explicación, así sea
metafísica, de por qué la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se fue a
la mierda para siempre jamás.
1
Imposible ponderar cabalmente la
diabólica malignidad del tecnócrata gringo, seguramente un genio de origen
centroeuropeo con cubículo en el MI, que envió a Ronald Reagan el memorándum que
proponía arrastrar a la desaparecida URSS a una nueva, última, definitiva
carrera armamentista la Guerra de las Galaxias , en la certeza de que la
Rusia Soviética estaba ya en fase terminal. "Etapa de inmovilismo
social" lo llamaba la jerga oficial soviética y culpaba de ella, entre
otras cosas, al gusto de los adolescentes soviéticos por la decadente música
del rockero de New Jersey, Bruce Springsteen.
Hablo del tiempo que siguió a la
aventura militar rusa en Afganistán y que tiñó de universal "gris burocrático"
la era de Leonid Brezhnev, fase terminal del comunismo ruso. El hecho cierto es
que, a mediados de los 80, la economía toda de la URSS estaba
irrecuperablemente jodida.
"Arrastrémosla a un último,
exigente duelo sugería el memorándum en el terreno del desempeño
estrictamente económico; forcemos a la URSS a aceptar un desafío de cuyos
preparativos no pueda salir viva."
Este reto fue, al final de los
finales, todo lo que Occidente precisó a fines de los 80 para ser testigo de la
glasnost, de la desaparición de sindicatos en Polonia y de las libertarias
noches que congregaron en la Wilhelmstrasse a la regocijada multitud que,
empujando desde ambos lados, demolió el Muro de Berlín en 1989. Contra lo que
durante medio siglo sugerían los paroxismos de la retórica de la Guera Fría,
los cazas interceptores de la OTAN no tuvieron que cambiar un solo disparo con
los Mig 29 del Pacto de Varsovia para acabar con el comunismo en el planeta.
La gente –incluso los agentes de la
"Volkspolizei", los odiados "vopos"– se iba de Alemania
Oriental, caminando, en romerías desafiantemente jodedoras y risueñas y
cantoras, atravesando los bosques que la separaban de Austria y eso fue todo.
Alemania Oriental se derretía
literalmente ante los ojos de sus tiranos: la población los abandonaba, se
trasgredían todas las convenciones de una democracia popular: la gente dejó de
ir al trabajo, de comprar los tickets del Metro, de pagar en las tiendas, de
hacer colas, de usar la moneda local.
Se fueron caminando, simplemente,
hartos de Honekker y su gerontocracia. A pie se fueron muchos, como se iría
todo el mundo de La Habana o Sagua La Grande u Holguín si Cuba no fuese una
isla.
2
Los jerarcas comunistas alemanes
orientales se vieron de pronto, como en la canción de El Puma, "dueños de
qué, dueños de nada". Y no les quedó más remedio que acogerse a un
artículo el famoso artículo 19 de la Constitución de la Alemania Federal.
Dicha provisión permitía a cualquier Estado de la antigua Alemania Oriental
"pasarse" a la Alemania Federal con tan sólo manifestar formalmente
tal deseo. La disolución de la RDA y su absorción por la economía de mercado de
Alemania Federal y de la UE, bien que costosa, consumió, administrativamente
hablando, menos de 18 meses.
Así terminó la vitrina alemana
oriental de la utopía social igualitarista más paradójicamente inhumana, junto
con el nazismo, que cristalizó en el siglo XX.
Lo que vendría después en la URSS y el
resto de los países del llamado Pacto de Varsovia es ya irreversible historia. Nadie
lucha en aquellos países por el regreso al comunismo.
3
Es un hecho probado que, no sólo para el capitalismo en la etapa que Marx quiso caracterizar teóricamente, sino también para una economía de planificación centralizada, el desarrollo económico requiere, para su despegue, acumular originalmente un capital inmenso. Es cierto también que la URSS logró acumularlo en los primeros quinquenios estalinistas, pero al precio de hambrunas y deportaciones colectivas cuyo saldo de ciudadanos soviéticos muertos supera varias veces en cifras absolutas a las víctimas del Holocausto.
Es un hecho probado que, no sólo para el capitalismo en la etapa que Marx quiso caracterizar teóricamente, sino también para una economía de planificación centralizada, el desarrollo económico requiere, para su despegue, acumular originalmente un capital inmenso. Es cierto también que la URSS logró acumularlo en los primeros quinquenios estalinistas, pero al precio de hambrunas y deportaciones colectivas cuyo saldo de ciudadanos soviéticos muertos supera varias veces en cifras absolutas a las víctimas del Holocausto.
Pero no es menos cierto que los
efectos del bloqueo internacional a la URSS durante los primeros años 20, los
costos de la Segunda Guerra Mundial, sumados a los de subsidiarlo todo durante
la llamada Guerra Fría el pan,la mantequilla, el papel de envolver y el de
imprimir, la energía y los ferrocarrriles, la proverbial ineficiencia del
Estado en el mundo socialista, los tanques T-74 del Pacto de Varsovia, los
coros y danzas de Ucrania, los festivales de la juventud, la carrera espacial,
la versiones "Lada" del Fiat 124, el ballet Bolshoi, las colecciones
de las obras expurgadas de Marx, Engels, Lenin y Stalin producidas por las
ediciones en lenguas extranjeras de Moscú, la industria petrolera y pesada
rusas, tan degradadoras del ambiente como corruptoras de la moral de sus
gerentes, el equipo olímpico de levantamiento de pesas, las aburridísimas
cinematografías búlgaras y rumanas que tanto le gustaban a mi amigo Rodolfo
Izaguirre y, last but not least, el fardo de financiar durante 40
años el fracaso económico de la Cuba de Castro y las guerras de liberación
nacional que siguieron a la descolonización en África y Asia fueron
concurrentemente desastrosos para la economía soviética.
La generación de Marx no alcanzó a ver
en vida el "derrumbe capitalista" que se anunciaba, según ellos, en
las crisis de 1848, 1857 y pare usted de contar cuántas cícliclas crisis han
presagiado, aunque sólo en la imaginación de los marxistas, el fin del capitalismo.
La generación de Yuri Andropov fue, en cambio, testigo del hundimiento de todo
lo que Josef Brodsky llamó con justiciera sorna "la civilización
soviética". El comunismo no sólo no resultó viable: no alcanzó siquiera a
cumplir un siglo, medida de tiempo que, mitológicamente al menos, tanto hace
por vindicar una idea, así no valga diez centavos de mugre como idea.
Con todo, persisten Marta Harnecker y
su "izquierda después de Seattle", por citar una irrisión de esa
izquierda que se define a sí misma como "posmoderna" sin ofrecer
siquiera un amago de explicación, así sea metafísica, de por qué la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas se fue a la mierda para siempre jamás.
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