Fernando Mires 9 de enero de 2013
El chavismo nunca ha sido democrático.
Cierto es que participa en una estructura institucional, pero controlada cien
por ciento, comenzando con los tres poderes clásicos; agregando los militares,
policiales, comunicacionales y electorales. Cierto es que participa en el marco
de un orden constitucional, pero hecho a su medida, sin trepidar en violarlo
cuando lo considera necesario. Y pese a que el chavismo sólo obtiene apoyo en
menos de la mitad de la población en condiciones de votar, actúa como si todos
los venezolanos fueran chavistas de nacimiento.
Basta recordar que el mismo Chávez dejó
estipulado en un discurso: “quien no es chavista no es venezolano”
La oposición -casi la mitad de la
población votante- no cuenta para nada. No hay dialogo, no hay consultas, no
hay respeto, sólo insultos, amenazas, incluso represión. Por supuesto hay elecciones,
pero sometidas a los dispositivos de una maquinaria construida por Chávez, una
en la cual se incluye la compra de votos, la formación de clientelas, y no por
último, la prédica de miedo y odio. Así, cada candidato no chavista ha debido
enfrentar no sólo a un contrincante oficialista sino, además, a toda la
maquinaria del Estado. De ahí no puede extrañar que nuevamente, esta vez bajo
el gobierno provisional o interino de Nicolás Maduro, el chavismo haya violado
una vez más la Constitución prolongando el mandato presidencial sin presencia
ni juramentación del presidente electo.
Quizás hay en el chavismo militantes
con desviaciones democráticas. Pero sus dos alas principales -la cabellista y
la madurista- sólo obedecen leyes cuando les conviene. Ambas fracciones tienen
una relación instrumental con la democracia. Ambas suponen también que hay una
razón superior que se encuentra antes, sobre y después de la Constitución. Esa
razón superior es “la revolución”.
Desde el punto de vista
militar-cabellista se trata de algo obvio. Los chavistas no deben seguir leyes,
sólo órdenes. Las razones de la fracción madurista-castrista en cambio, son
ideológicas.
De acuerdo a ese marxismo simplón
importado desde La Habana, la democracia es para el madurismo una invención
burguesa, hecha por y para la burguesía. Si hay que aceptarla, es por razones
tácticas. Pero en el fondo se trata de una cuestión de formas. “Un simple
formalismo” calificó Maduro a esa ceremonia que en los países democráticos es
casi sacramental: la transmisión de mando jurada frente al libro
constitucional.
Sería entonces pérdida de tiempo
analizar los malabarismos leguleyos que otorgan forma pseudolegal a la
prolongación del 10.01.2013. Tampoco tiene sentido, a estas alturas, detenerse
en los enjundiosos análisis de los mejores juristas venezolanos, todos
contrarios al burdo procedimiento oficialista. La razón es obvia: las
decisiones del chavismo son ejecutadas según simples relaciones de poder y no
de acuerdo a textos legales. Por lo demás todo el mundo lo sabe: poner a la
Constitución venezolana al cuidado del Tribunal Superior de Justicia es
como exigir a un perro que cuide las salchichas.
Pues bien; las relaciones de poder a
nivel local –dos triunfos electorales consecutivos- y a nivel internacional
-apoyo de gobiernos ávidos de petróleo- son en el momento del juramento
constitucional ampliamente favorables al chavismo. ¿Y la Constitución? Muy
simple: “se la meten por el paltó” (Chávez dixit).
Sin embargo, visto el tema desde una
perspectiva política más que jurídica, el acto de no-juramentación tiene una
importancia trascendental para el futuro de Venezuela pues a partir de
ese día el estado chavista cambia su carácter político.
El estado chavista no estará
representado –es el hecho decisivo- por un gobierno unipersonal, sino por un
gobierno objetivamente bicéfalo. Eso significa a su vez que, aunque Maduro
aparezca ejerciendo las funciones de presidente interino o provisional hasta
que Chávez regrese, muera o resucite (en Venezuela todo es posible) el estado
venezolano ya tiene dos mandatarios de facto: Cabello, como jefe del aparato
militar y Maduro, como jefe del aparato político. Dos cabezas diferentes, pero
miembros del mismo cuerpo: el Estado chavista.
La renuncia explícita e inconstitucional
de Cabello a asumir la presidencia provisional que de acuerdo a la
Constitución le correspondía ejercer, sólo puede ser entendida en el marco de
esa nueva repartición del poder.
Fue la diferencia entre esas dos
cabezas la que hizo suponer a diversos analistas que en el chavismo tendría
lugar una guerra fratricida. Hecho preocupante pues cada vez hay más
venezolanos, chavistas y antichavistas, que dan por verdadera cualquier
cosa que se les ocurre, signo del clima de paranoia colectiva creada por
el chavismo en 14 años. Pero con ello confundieron dos conceptos: el de
diferencia y el de antagonismo. Cabello y Maduro son, efectivamente,
diferentes, pero no son antagónicos. No pueden serlo, no sólo porque
son dos cabezas de un mismo cuerpo, sino porque cada cabeza tiene, además, lo
que no tiene la otra.
Mientras Cabello tiene la legitimación
de la fuerza, Maduro –gracias al testamento de Chávez- tiene la fuerza de la
legitimación. Puede
incluso que ambas cabezas se odien, pero ninguna puede vivir sin la otra.
Desde el punto de vista politológico
el fenómeno no deja de ser fascinante. Por primera vez en la historia
latinoamericana ha surgido un gobierno auténticamente bicéfalo.
Ha habido casos de división de trabajo
entre personajes gubernamentales, pero eso no lleva de por sí a la bicefalia
política. La división más clásica fue la que se dio entre Perón y Eva. Mientras
Eva se hacía cargo de la parte plebeya, Perón actuaba en la parte ejecutiva y
administrativa. Sin embargo Perón podía prescindir de Eva, aunque Eva, de
Perón, no. Lo mismo ocurrió cuando Cristina era Kirchner y no Fernández. Ambos,
Cristina y Néstor eran partes de la misma unidad, se entendían y
complementaban, quizás mejor que Eva y Perón. Pero ambos eran parte de un mismo
poder. Algo parecido ocurre en la Bolivia de hoy. Mientras el vice García
Linera se hace cargo del aparato ideológico, Evo Morales representa el poder
presidencial. Más, también se trata de una relación de simple cooperación. El
líder indiscutido es Evo. No ocurre lo mismo en Venezuela donde –de modo
radicalmente anti-constitucional- ha cristalizado una relación de doble
poder al interior del propio estado.
Quizás el caso más similar al
venezolano fue la repartición del poder que tuvo lugar en Cuba hasta el día en
que Fidel enfermó. Fidel, como se sabe, era el representante político, mientras
Raúl el encargado de los aparatos represivos. Es por eso que cuando Fidel se
encontró físicamente inhabilitado, la sucesión ocurrió como resultado de un
proceso casi natural. ¿Será esa la razón por la cual, después que subscribieron
el “Pacto de la Habana” Cabello y Maduro han comenzado a llamarse “hermanos”
entre sí? Más, el ejemplo cojea. Por una parte, Cabello no es (por ahora) Raúl,
y Maduro nunca será Fidel. Por otra parte, ni biológica y mucho menos,
políticamente, son hermanos. Todo lo contrario: son rivales asociados.
Lo concreto es que en La
Habana tuvieron lugar dos operaciones quirúrgicas de importancia trascendental
para los destinos de Venezuela. La primera ocurrió en el cuerpo enfermo del
presidente Chávez. La segunda, mucho más complicada, consistió en convertir
un gobierno acéfalo en uno bicéfalo. El resultado de la bicefalia fue el
siguiente: El gobierno para Maduro, las armas para Cabello. Por cierto, una
monstruosidad. Pero eso es lo que menos importa a los jerarcas cubanos. Lo
importante es que la bicefalia funcione.
Sea porque el pacto de La Habana se
realizó para detener las ambiciones de Cabello; sea para suturar las divisiones
internas del chavismo; sea para posibilitar que Chávez siga gobernando de modo
religioso o simbólico; sea para dar más tiempo a Maduro para promocionar su
herencia electoral, lo cierto es que el Pacto de La Habana ha dañado
más a Nicolás Maduro que a Diosdado Cabello.
Desde el punto de vista jurídico,
Maduro se ha convertido en un sucesor inconstitucional, lo que para el
chavismo, reiteramos, no es un gran problema. Pero sí lo es desde el punto de
vista político. Pues el pacto de sucesión no sólo tuvo lugar en un país
extranjero, sino, además, bajo los auspicios de la única dictadura de América
Latina.
De este modo, cuando Maduro sea
candidato (suponiendo que alguna vez lo será), arrastrará consigo el peso de
tres estigmas. El de la Constitución violada, el de haber puesto en juego el
principio de la soberanía nacional, y el de ser representante de una bicefalia
política. Porque para nadie será un misterio en Venezuela: quien vote
por Maduro votará también por Cabello.
En cualquier caso las elecciones
presidenciales venezolanas no han perdido su carácter mitológico. Si en las
elecciones de 2012 el candidato de la oposición tuvo que asumir el mito de
David luchando contra Goliath, en las próximas (sabe Dios cuando serán) el candidato
de la oposición deberá asumir el mito de Hércules luchando contra la hidra de
Lerna: el monstruo de dos cabezas.
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