Por Mario Villegas, 10/03/2013
Columna de Puño Y Letra
Conductas ostensiblemente erráticas de la oposición justificaron que años
atrás naciera y se popularizara la consigna “Chávez los tiene locos”, que los
rojos rojitos coreaban con tanto afán desde el gobierno sin percatarse de que
también el chavismo incurría en desafueros reñidos con la cordura democrática. Por
eso llegué a decir que ciertamente Chávez tenía locos a todos los venezolanos, incluidos
sus adversarios y sus partidarios.
El riesgo de que en algún momento la irracionalidad política pudiese desembocar
en una indeseable confrontación violenta estuvo rondando buena parte de nuestro
pasado reciente. Que no llegásemos hasta allí se debió a dos circunstancias: la
inobjetable autoridad personal que ejercía el presidente Chávez sobre la
estructura política que respaldaba a su gobierno y sobre los mandos militares, así
como el oportuno retorno de la oposición al camino electoral y el posterior nacimiento
de la Mesa de la Unidad Democrática como factor de aglutinación y de coordinación
estratégica y política. Cada uno por su lado, Chávez y la MUD, representaron cierto
orden entre los suyos y un razonable equilibrio en el país. El escenario que se
terminó de consolidar para dirimir las diferencias no fue el tablero de la
guerra sino el terreno político electoral, aunque con notorio ventajismo en favor
del gobierno.
Desaparecido ahora Chávez, cuya muerte lamento sinceramente, se ciernen
sobre la nación grandes interrogantes e incertidumbres. La más grande es si
Nicolás Maduro y su equipo tendrán la voluntad, la autoridad y la capacidad
para garantizar la necesaria coexistencia pacífica entre las distintas visiones
de país y factores políticos que tienen vida activa en Venezuela, o si se dejan
arrastrar por las tendencias ultrarradicales que preferirían el escenario de
una confrontación violenta.
Si bien cuestioné en su momento el estilo pugnaz e intolerante que
exhibió Maduro después de que Chávez lo ungió como su heredero político, debo
observar que, tras la muerte del Presidente, bajó en alguna medida su ánimo
belicoso y asumió un lenguaje que pareció reflejar real conciencia sobre la
altísima responsabilidad que pesa sobre sus hombros de preservar la paz entre
los venezolanos. Hay que celebrar el modo respetuoso y sosegado con que el
ahora presidente encargado saludó el comunicado de solidaridad emitido por la
MUD ante la muerte del presidente Chávez, así como también los llamados al
civismo, al respeto y a la tolerancia lanzados claramente a chavistas y no
chavistas tanto por él como por Elías Jaua y otros importantes voceros oficialistas.
Claro que ha habido voces que contradicen ese espíritu, como algunas
expuestas en tono amenazador hacia la oposición, pero por suerte no han sido
las predominantes en los más altos voceros del oficialismo. Me refiero, por
ejemplo a la del ministro de la Defensa, Diego Molero Bellavia, quien en medio
de las exequias del Jefe del Estado sorprendió al país con un llamado electorero
a votar por Nicolás Maduro en los próximos comicios presidenciales para “darle
en la madre” a lo que él considera la oposición fascista. Más allá de que
irrespeta la constitución y el papel institucional que ésta le asigna a la
Fuerza Armada, cualquiera podría preguntarse por qué, en el marco de sus responsabilidades
como máximo supervisor de la Guardia Nacional, que tiene competencias en materia
de orden público, el Almirante en Jefe no se ocupa de darle en la madre a la
delincuencia y a la inseguridad que azotan a los venezolanos, o le da en la
madre a quienes manchan a la institución armada con sus corruptelas
administrativas, o a quienes ensucian el uniforme verde oliva al permitir el ingreso
de armas y drogas a recintos carcelarios custodiados por la GN.
Aunque Chávez haya tenido loca a la oposición, lo cierto es que desde que
existe la MUD ésta no ha vuelto a descarrilarse por caminos ajenos a la
constitución. Su reto, ahora, es convencer a quienes lloran la muerte del
Presidente de que su vocación es verdaderamente patriótica y progresista. En
cuanto al liderazgo chavista, es de esperar que la desaparición física de su inspirador
y conductor, lejos de enloquecer a la jerarquía roja rojita, le permita
mantener y fortalecer la cordura, condición indispensable para no enterrar con
Chávez lo que nos queda de democracia.
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