ANTONIO
MARIA DELGADO Publicado el lunes, 08.26.13
La Democracia Participativa —sistema
de gobierno promovido por el chavismo y que en América Latina ha establecido
sus cabeceras de playa en Venezuela, Ecuador y Bolivia— descansa sobre el
concepto de que las constituciones, con sus incómodas restricciones
institucionales, deben ser modificadas o ignoradas sí estas colocan límites a
la denominada “Revolución Popular”.
Es una ideología que calza como anillo
al dedo a las aspiraciones de permanencia indefinida en el poder del
caudillismo latinoamericano y que suele dejar de lado conceptos democráticos
básicos como la separación de poderes y la protección de las minorías para
instaurar un régimen en permanente estado de transformación que atienda los
anhelos de la mayoría.
“Esto es revolucionario. Es el pueblo
en la calle. Es la Revolución Francesa”, sintetizó Guillermo Lousteau Heguy,
presidente del Interamerican Institute for Democracy, quien ha estado
analizando detenidamente las corrientes de pensamiento detrás del Socialismo
del Siglo XXI.
Es la revolución en la calle porque en
esencia es un movimiento anticonstitucionalista. Es decir, pretende instaurar
un modelo donde las reglas de juego están en permanente evolución para
amoldarse a los cambiantes deseos y requerimientos de la mayoría.
Esta revolución está siendo acompañada
por la narrativa de que las instituciones democráticas planteadas bajo el
modelo de Democracia Representativa originado en Estados Unidos y replicado en
América Latina han sido secuestrados por las élites para subyugar al resto de
la población, explicó Lousteau.
Según el profesor, existe alguna
validez en esta queja. En particular, cuando se analizan las estrechas
vinculaciones entre el dinero y el ejercicio de la política.
Pero el remedio recetado por los
arquitectos del Socialismo del Siglo XXI, que ha quedado plasmado en el denominado
Nuevo Constitucionalismo Latinoamericano, no es otra cosa que un
replanteamiento de los anárquicos conceptos esgrimidos durante la Revolución
Francesa.
Es un peligroso camino que en el caso
de Francia tuvo un desenlace muy malo.
“La Revolución Francesa tiene una gran
fama, tiene una gran aureola, todo el mundo habla la Revolución Francesa. Pero
fue un enorme fracaso. Duró pocos meses y terminó en Napoleón, terminó en el
terror, y no dio resultados”, comentó Lousteau.
“El problema de la Revolución Francesa
fue precisamente creer que no había límites al poder popular, y que en
consecuencia, la revolución era permanente, por eso fue cambiando y por eso se
cayeron todas las revoluciones”, agregó.
En contraste, la Revolución Americana,
que sí le puso limites a las mayorías, lleva más de 200 años en ejercicio
ininterrumpido, en lo que es visto como uno de los experimentos políticos más
exitosos de la humanidad, aunque no ha estado exento de fallas y problemas.
LIMITES CONSTITUCIONALES
Estos límites, establecidos en la
Constitución, son ejecutados a través de la separación de poderes y, en
especial, a través del concepto estadounidense del Judicial Review (o Revisión
Judicial), en el que nueve magistrados no colocados en sus cargos por voto
popular tienen el poder de decirles a los representantes del pueblo, electos
popularmente al Congreso: “esto que ustedes proponen no puede hacerse porque es
inconstitucional”.
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