Américo Martín 16 de agosto de
2013
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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I
El citado y mal comprendido
autoritarismo es lo suficientemente amplio como para abarcar expresiones
diferentes. Sus manifestaciones extremas son la dictadura clásica y el
totalitarismo moderno. Pero en camino hacia esas alturas sombrías aparecen
formas intermedias: la semi-democracia y la semi-dictadura. No califican como
democracias pero tampoco llenan todos los rasgos de las dictaduras. Se dice que
ese es el caso de Venezuela.
Esos estadios intermedios son fases de
un recorrido, momentos disparados hacia sus más claras definiciones. Venezuela
tiene dos opciones: avanzar hacia la racionalidad democrática o retroceder
hacia la irracionalidad dictatorial, pero hay indicadores peligrosos,
presiones hacia la dictadura que son superiores a las contrarias. Se
bloquean los medios, se encarcelan opositores mediante el uso grosero de un
Poder Judicial indigno de ese nombre.
La causa de eso parece clara. El
gobierno de Maduro está en serios problemas. Teme perder las elecciones
municipales, posteriormente las legislativas y al final las
decisivas, las presidenciales. El hondo fracaso del modelo chavo-madurista
explica la tendencia hacia el cambio de poder.
Llama muchísimo la atención la
percepción de la gente acerca de los problemas del país. Encabezan la lista la
inseguridad, el costo de vida y el desabastecimiento. Con ser el país más
corrupto del hemisferio, el nuestro está tan agobiado por aquella tríada que la
corrupción no ocupa los primeros lugares.
Y lo peor es la irreversibilidad. Son
problemas inconmovibles. Nada puede reducirlos, nada logran los solemnes planes
y los mentirosos anuncios del carrusel de ministros sucediéndose en las
distintas carteras. Eso se debe, claro está, al naufragio del sedicente modelo
revolucionario.
II
Sin embargo estas opciones transcurren
afortunadamente por el cauce electoral en el marco de la Constitución. El
gobierno no ha podido sacudirse el mecanismo del sufragio, aunque trata
de pervertirlo y mete sus manos fraudulentas para enrarecer resultados. No
obstante, aún así esos resultados hablan de un aumento indetenible y a pasos
largos de la oposición a costa del caudal del gobierno. El 8 de diciembre será
una fecha clave para hacer visible la tendencia y prefigurar el futuro
inmediato.
Por eso lo que se haga desde la
oposición para perturbarlos, es muestra de una ceguera atroz, no importa
las buenas o menos buenas razones que puedan esgrimirse contra tales o cuales
candidatos. En ningún caso la división estaría en capacidad de mejorar nada,
sino antes bien lo hundirá todo. A mí no me interesa en absoluto el intercambio
de acusaciones que emane de una derrota. Importa la derrota misma… y sus
consecuencias sobre el destino del país. La mas es el fortalecimiento de la
tendencia hacia una franca dictadura.
Cuando veo amigos míos engolfados en
denuncia tras denuncia contra la MUD no pongo en duda su honestidad ni su
sinceridad. Pongo en duda su buen juicio.
El gobierno se vale de fórmulas
arcaicas pero sonoras para justificar su deplorable gestión. Puede admitirla, y
no obstante absolverla en nombre de sagradas abstracciones. – - – Cometemos
errores, ellos dirán, pero somos la izquierda. No hemos acertado en la
transformación profunda del país, pero somos el socialismo.
Y contra “la izquierda” y “el socialismo”
no hay derecha ni capitalismo que puedan. La división ideológica maniquea es la
manera de justificar la división del país y la exacerbación del odio. El miedo
al diálogo, la agresiva intolerancia frente a opiniones diferentes en el marco
de un país normal, se protegen mejor escondiéndose bajo el mullido abrigo
de la izquierda y el socialismo.
III
Sobre el socialismo realmente
existente se han pronunciado muy claramente los hechos. Federico Engels, uno de
los padres del socialismo científico, solía citar el viejo refrán inglés: the
proof of the pudding is in the eating, que en cómodo castellano reza: la
prueba del buñuelo se hace comiéndolo. Esos buñuelos han naufragado uno tras
otro desde 1917, cuando los bolcheviques de Lenin tomaron el poder en Rusia. Ni
uno solo salió indemne. Todos fracasaron o se convirtieron en capitalismos mal
vestidos de socialismo. Esos hechos son la prueba de la verdad.
Queda la socialdemocracia, sistema
basado en el mercado y con un ángulo estato-asistencialista. En rigor, buenas
fórmulas en muchos casos, pero no por ser revolucionarias sino tal vez porque
no lo son.
¿Entonces qué sentido tiene embaular
las ideas dentro de esas nociones, si no erróneas, imprecisas y difusas?
Comienzo a sospechar que sí
tiene algún sentido aunque de escaso alcance. Se descalifica las posiciones
opositoras con los cognomentos de izquierda o derecha y socialistas extremos o
moderados cuando no se puede argumentar con fuerza suficiente el fondo de su
desempeño.
Yo, por ejemplo, no rechazo el modelo
de Maduro por socialista, comunista o de izquierda. Hacerlo de esa manera es
ayudarlo a encubrir sus grotescas deformaciones. Prefiero, como lo hacen
muchos, entrarle a los contenidos mismos, tan agusanados y miserables, antes
que perderme en gaseosas, subjetivas y resobadas generalizaciones.
Desde el gobierno descalifican con
ellas las densas críticas emanadas de la oposición, todo para neutralizar su
impacto sobre el oficialismo
-
Hablarán muy bien, pero son la ultraderecha al servicio del imperio.
Paja, aire, oquedad, nada. En la otra
acera no falta quien haga algo parecido. Discrepan de los socialistas duros o
moderados que se han “infiltrado” para congelar las protestas e imponer el
apaciguamiento y el electoralismo.
-
¿Pero bueno, acaso por el camino electoral no ha crecido y se ha unido la
oposición?
-
Si, claro, pero podría haber crecido más
Bueno, es el argumento de nunca
perder. El del avaro que hoy no fía, mañana sí
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