Alberto Medina Méndez ~ Agosto 18, 2013
Al plantearse una meta, el camino
siempre supone varias etapas. Es una secuencia, a veces larga y otras no tanto.
Nunca es un sendero recto. Su recorrido propone escollos, desafíos, barreras y
tragos amargos.
Lo importante es que la brújula siga
mostrando el norte, para que el itinerario y las férreas creencias puedan
seguir intactas. No existe un atajo que lleve hacia el objetivo sin
sobresaltos. Mucho menos cuando se trata de la vida en sociedad. Allí, una
inmensa cantidad de factores operan simultáneamente y alteran el entorno presentando
diversos problemas.
El populismo es hoy una plaga que
destruye a las sociedades. Promete un mundo donde unos trabajan para que otros
no, invita a saquear a los que se esfuerzan para derivar recursos hacia el
aparato político clientelar, ese que hace de la maquinaria electoral un
verdadero fin en sí mismo.
Su erradicación supone permanentes
aprendizajes, porque sólo lo que se internaliza produce reales cambios de
hábito. Los rechazos circunstanciales pueden ser solo espasmódicos gestos de
repudio a un aspecto aislado del régimen demagógico. Se percibe a diario la
seducción que engendra el populismo cuando propone progreso como un derecho sin
esfuerzo previo, casi como un acto mágico, cautivando a los más abúlicos y a
los que, durante generaciones, demandaron necesidades sin ofrecer nada a
cambio.
Los tropiezos del populismo en los
comicios son siempre importantes. Pero no se debe caer en la trampa del
exitismo, ese que se proviene de las pasiones deportivas y que transmite la
falsa idea de que el torneo concluyó.
La historia siempre es un proceso, su
evolución muestra como se recorre una transición de la fase actual hacia una
novedosa forma diferente, casi siempre desconocida e impredecible.
Las circunstancias en política siempre
exhiben una dosis de realismo, de pragmatismo, que resulta imprescindible para
interpretar el presente y diseñar las acciones que conforman el próximo paso
hacia la meta deseada.
Siempre se construyen opciones con lo
que hay y no con lo óptimo. Hay que comprender aquello de que “lo excelente es
enemigo de lo bueno”. La idea de buscar lo extraordinario es un desafío
constante, pero no debe impedir el paso a paso que cualquier ciclo conlleva. No
se llega de un lugar a otro, sin pasar previamente por los anteriores. No existe
mecanismo alguno que traslade de una instancia a otra sin pesares,
contratiempos o amarguras.
El camino al éxito está plagado de
obstáculos, dilemas morales e incómodas decisiones. Habrá que poner a prueba el
temperamento y las profundas convicciones, lo que en política implica “buscar
lo mejor, dentro de lo posible”, pero también exigir mucho para potenciar a los
destacados y estimular a los que aun no están, para que sean parte del cambio.
El trabajo de la sociedad civil debe
operar al mismo tiempo en dos dimensiones. La de lo factible, tratando de que
los menos malos desplacen a los peores, y en un plano más riguroso, convocando
a los sobresalientes para que sean protagonistas del futuro, y así integrar a
la política a los más decentes, íntegros, honestos, idóneos, creativos e
inteligentes.
No se puede esperar a que estos
últimos ingresen a la política para iniciar el camino hacia el porvenir. Se
debe poder operar de modo sincrónico para que en algún momento se unan los
puntos que encaminen a lo deseable.
Salvadas las enormes distancias,
durante la Segunda Guerra Mundial, Occidente decidió aliarse a su peor
adversario, el comunismo. Lo hizo pese a sus evidentes diferencias y a su
rivalidad manifiesta. La prioridad era
terminar con el inmoral régimen nazi, que era indudablemente lo peor que
le sucedía al planeta. Aquella alianza entre el marxismo y el mundo occidental
seguramente fue criticada por muchos con dureza, pero resulto imprescindible.
Prevaleció un objetivo superior, el de dejar atrás una de las historias más
nefastas y crueles de la humanidad. El tiempo pondría las cosas en su lugar y
el fracaso comunista se agotó varias décadas después.
La lucha política se hace por etapas,
secuencialmente y merece ser entendida para no perder la perspectiva global
cayendo en cierta ingenuidad. Las alianzas circunstanciales son siempre una
coyuntura, una necesidad ocasional para ir de ese escalón al siguiente, en un
paso a paso.
Hay que armarse de paciencia, de
pragmatismo en el corto plazo, pero sin claudicar en las convicciones, porque
son ellas, las que en la medida que se mantengan intactas, marcaran el sendero
a recorrer.
Nunca los triunfadores de la última
elección son lo perfecto, de hecho muchos de ellos son indignos, pero en el
contexto actual no son lo peor de lo peor. Son tal vez un mero instrumento, que
permite la transición de lo pésimo a lo menos malo. Con ese criterio, debe ser
analizado el presente.
Cada turno electoral invita a tomar
decisiones, muchas veces con dudas que suponen gran perturbación. Hay que
animarse a superarlo, tratando de no renunciar a los principios básicos y ser
atropellado en las propias convicciones, pero comprendiendo que no se está al
final del camino, sino que este hito es solo el primer paso.
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