Fernando Mires 20 de agosto
de 2013
Menos que analogías son
reminiscencias. Pero hay demasiados puntos para no hablar de casualidades. El
paso implacable del tiempo me ha convencido de que la historia no se rige por
leyes hegelianas. Todo lo contrario. Si hay ley esa es la simple contingencia.
Y si hay una tendencia esa no es otra que la inimitable estupidez de la raza
humana, presta siempre a tropezar mil veces con la misma piedra. Esta vez en
Egipto. Una vez fue en Chile.
No se trata de especular sobre lo que
habría sucedido si la nariz de Cleopatra hubiese sido más larga, pero sí de
criticar el mínimo conocimiento de los políticos respecto a lo que tienen que
hacer para salvar a un país de la barbarie. En ese sentido pienso que gran
parte de la responsabilidad de lo ocurrido en Egipto recae sobre la oposición
democrática a Morsi como también estoy convencido de que el ascenso de Pinochet
en Chile fue el resultado de la capitulación de quienes estaban llamados a
salvar a la democracia.
Esa oposición democrática que había
sido durante 2011 el núcleo de la revolución que derrocó a Mubarak fue la que
llevó al poder a Morsi y a sus fanáticas hermandades. Durante un tiempo Morsi
gobernó sobre la base de una coalición cívico-religiosa cuyo objetivo era
desmontar el aparato de dominación de la ex-dictadura militar. Pero bajo su
sombra las hermandades salafistas se apoderaban de las instituciones con el
objetivo de construir un Estado islámico en contra de la mayoría de la nación.
En el Chile de la Unidad Popular
ocurrió algo parecido. En la coalición de gobierno de centro-izquierda ganaba
fuerza, sobre todo al interior del Partido Socialista, el fundamentalismo
castrista. Los comunistas, en ese tiempo distanciados de Cuba, postulaban una
política realista tendiente a concertar una alianza con el centro político,
sobre todo con la Democracia Cristiana. Pero la sujeción de los comunistas a la
URSS les restaba toda credibilidad.
Desde fuera de la UP, la dirección del
MIR se subordinaba totalmente a los socialistas más extremistas del gobierno,
siguiendo las instrucciones de Fidel Castro. Razones que obligaron a la mayoría
del Comité Regional de la ciudad de Concepción (cuna del MIR) a oponerse a las
posiciones del MIR de Santiago. Nosotros, los de Concepción, postulábamos que
el momento no era insurreccional y que había llegado la hora de agrupar
defensivamente nuestras pocas fuerzas. Debido a esa evaluación el comité
regional de Concepción fue intervenido por el Comité Central de Santiago. El
propio autor de estas líneas fue alejado de todo puesto de dirección, justo una
semana antes del golpe. Antes de morir escribiré los detalles de esa historia.
Parece que hubiera sido ayer. Desde entonces no volví a militar en ningún
partido político.
Naturalmente la oposición democrática
egipcia hizo bien al levantarse en contra de Morsi. Pero en lugar de buscar la
unidad entre todos sus partidos y canalizar electoralmente el enorme
descontento en contra de los salafistas, decidieron acortar camino plegándose
al ejército de Mubarak soñando en que muy pronto el poder les sería devuelto.
Error mortal que pagaron muy caro. Tan caro como lo pagó la otrora poderosa
Democracia Cristiana chilena al haberse negado –salvo la fracción minoritaria
de Renán Fuentealba- a asumir una posición firme en contra de la posibilidad
golpista que se avecinaba.
El argumento de que en Chile el golpe
era la única salida frente a una toma del poder por parte del castrismo es tan
falsa como la que hoy afirma que si no hubiera habido intervención militar los
salafistas habrían instaurado una dictadura religiosa. Tal vez eso es lo que
querían, pero carecían de medios militares y políticos, tanto o más que los castristas
de dentro y de fuera de la UP en Chile.
Los salafistas en Egipto a la hora del
golpe estaban siendo derrotados en todas las elecciones locales, y el enorme
apoyo que una vez habían gozado entre las grandes masas decrecía –en medio de
una situación económica espantosa- más y más. Lo mismo ocurrió en Chile en
vísperas del golpe de 1973.
Los obreros de las minas del cobre en
El Teniente rompían su compromiso con la izquierda y se pasaban a la oposición.
Seis días antes del golpe la izquierda perdió sin apelaciones las elecciones
entre los obreros de las refinerías de acero de Huachipato, otrora feudo
socialista. En las elecciones de 1973 de la CUT (Central Única de Trabajadores)
la UP hubo de cometer fraude para impedir que los obreros democristianos se
hicieran de ese bastión. Y por si fuera poco, los escolares de los liceos
fiscales, hoy tan aplaudidos por la izquierda, llenaban las calles de Santiago
con sonoras consignas en contra de la UP. La UP, en fin, estaba antes del golpe
tan terminada como Morsi y sus hermanos antes del golpe egipcio. En las futuras
elecciones presidenciales, la UP -no había otra alternativa- se habría dividido
en dos partes, una insurreccional castrista y otra electoral. La derrota estaba
cantada para ambas. Frei padre habría sido, sin dudas, el futuro presidente,
apoyado por toda la derecha unida.
En fin, tanto en Egipto como en Chile
el ejército se montó sobre el descontento general con el objetivo claro y
preciso de convertir al Estado político en un Estado militar.
Por supuesto hay diferencias. Morsi,
quien por sus creencias ama la muerte, está vivo y Allende quien amaba la vida,
murió. La oposición musulmana tiene en lugar de una ideología una religión y
está más unida que nunca mientras que en la izquierda chilena cada uno andaba
por su lado. Tuvieron que pasar 17 años de sangrienta dictadura para que esa izquierda
recobrara su unidad consigo y con el centro. No tengo la menor idea cuanto
durará ese mismo proceso en Egipto.
En suma, aunque deniego de la razón
analógica, no puedo dejar de pensar –mientras miro en la pantalla correr
la sangre por las calles- en esos días horribles en los cuales El Cairo fue la
capital de Chile.
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