Por Vladimiro Mujica, 22/08/2013
El Gobierno venezolano ha elevado el
oscurantismo y la manipulación de la información a la condición de doctrina de
Estado. Ya no es solamente que las estadísticas oficiales son rutinariamente
manipuladas para ofrecer la visión de un país que no existe, sino que ahora se
trata de imponer a los escasos medios de comunicación independientes que es lo
que pueden y no pueden imprimir o transmitir acerca de lo que ocurre en
Venezuela.
La última víctima de la guillotina de la
verdad que maneja con destreza el gobierno es, paradójicamente, la muerte de
miles de compatriotas, alrededor de 20.000 al año, que perecen en la ola de
violencia homicida que sacude a Venezuela. Bajo el peregrino y estúpido
argumento de que informar sobre la violencia genera más violencia, se intenta
impedir que los venezolanos sepan de primera mano lo que está ocurriendo en
esta guerra no declarada. Entrar a la morgue de Bello Monte, intentar
fotografiar lo que allí ocurre o simplemente entrevistar a los deudos de los
fallecidos es una aventura que puede ser sancionada severamente.
La hegemonía comunicacional que alguna vez
anunció al ministro Andrés Izarra ha avanzado hasta el punto de que para
enterarse de lo que ocurre en otras partes del país hay que tener conocidos,
emplear el teléfono o, hasta nuevo aviso, comunicarse por las redes sociales.
El control de la información es uno de los más perniciosos rasgos de los
regímenes autoritarios y el mismo ha alcanzado alturas patológicas en Corea del
Norte o Cuba. Pero las cosas no se limitan a controlar la información sino a
fabricar realidades, sean ellas sobre instituciones o individuos. Es así como la
reciente campaña anticorrupción anunciada por el Presidente Maduro tiene en
verdad como objetivo no la identificación y castigo de los corruptos sino su
ocultamiento a través de la nueva realidad donde los corruptos se convierten en
gente honesta y viceversa.
Uno de las consecuencias más importantes de
la hegemonía comunicacional que ha venido lentamente avanzando el
chavismo/madurismo es que impone limitaciones severas al ejercicio de la acción
opositora por la simple razón de que es difícil compartir y discutir ideas y
acciones utilizando los medios de comunicación, que se encuentran
autocensurados o en manos oficialistas. La búsqueda de mecanismos creativos y
prácticos para superar estas limitaciones es un problema mayor porque implica
modificar profundamente nuestra manera de actuar en las sociedades modernas.
Es evidente que la última campaña
presidencial de Capriles involucró mecanismos de comunicación para la acción
política que son relativamente inéditos en nuestra historia reciente. No fue
solamente el uso intensivo de las redes sociales y celulares sino que muchas
manifestaciones eran convocadas boca a boca y la participación inusitada de la
gente en una ciudad tras otra indicaba que había un grado de convencimiento
individual que sobrepasaba con creces la capacidad de convocatoria de las
organizaciones políticas o de la sociedad civil.
En un sentido muy profundo, la gente se
involucró de manera directa y sin mediación alguna en la campaña.
A medida que avance aún más el cerco
comunicacional del gobierno, probablemente se hará indispensable contar con
redes ciudadanas como las que en su tiempo planteó la Gente del Petróleo y que
involucraban grupos pequeños de individuos, identificados sólo entre ellos, que
funcionaban como un correaje de transmisión de información.
Por supuesto que todavía estamos muy lejos de
tener que recurrir a esquemas clandestinos, pero es vitalmente importante
independizarse, en la medida de lo posible, de la dependencia en los medios de
comunicación para ejercer acciones políticas y mantenerse al día con la
realidad “real” si cabe el término. Que estas redes ciudadanas pueden ser
enormemente efectivas ha sido probado en muchos países cuyas sociedades estaban
sometidas a cercos informativos.
La formación de redes ciudadanas puede tener
un efecto adicional importante: aumentar la participación de la gente de una
manera estructurada que va mucho más allá de los partidos políticos y las
organizaciones de la sociedad civil. A ello hay que unirle el sentido de
pertenencia y la cultura ciudadana y de defensa de la democracia que puede
articularse a partir de estas estructuras. Cuando se escribe en chino la
palabra “crisis” consiste de dos caracteres: uno corresponde a la palabra
“peligro” y el otro a “oportunidad”. La crisis del gobierno es terminal y nos
amenaza a todos, pero no debemos dejar pasar la oportunidad de que esta se
resuelva a través de mecanismos de rebelión ciudadana no violenta.
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