Emilio Figueredo Lunes, 19
de agosto de 2013
Confiemos en que la
impaciencia de muchos y los apresuramientos miopes y nerviosos de algunos
dirigentes no nos conduzcan a un suicidio político que ciertamente tendría
consecuencias dramáticas y fatales para el futuro democrático de Venezuela
En
este editorial me tomo la libertad de narrar un hecho que marcó profundamente
mi vida y que creo que puede servir de ejemplo para lo que hoy ocurre en
nuestro país
A mediados de los años
sesenta desempeñaba el cargo de secretario privado del Dr. Arturo Uslar
Pietri y por alguna razón que no recuerdo estaba yo presente en el
comedor del Club almorzando, mientras que al lado mío, en
otra mesa, conversaban amenamente Uslar y Alirio Ugarte Pelayo. No
le presté mucha atención a ese hecho ya que Alirio visitaba con cierta
frecuencia a Uslar en su casa de la Avenida Los Pinos en La Florida.
Cual no sería mi estupefacción al
enterarme, al día siguiente, que Alirio Ugarte se había suicidado en su propia
casa. Me apresuré a ir a donde Uslar y le
pregunté: ¿Doctor Uslar, no entiendo como pudo ocurrir eso si Alirio
se veía tan tranquilo hablando con usted ayer?. La respuesta
lacónica que me dio me impactó para siempre: “Emilio, a Alirio lo
mató la impaciencia”.
Traigo estas memorias a colación porque
ahora que la alternativa democrática ha logrado finalmente encontrar un camino
para restablecer la institucionalidad en nuestro país, algunos pecan por
impacientes y pretenden señalar atajos al camino trazado por Capriles y la MUD,
o incluso, en afortunadamente pocos casos, marcar tienda aparte a lo resuelto
en la primarias de la unidad democrática.
Confiemos en que la impaciencia de
muchos y los apresuramientos miopes y nerviosos de algunos
dirigentes no nos conduzcan a un suicidio político que ciertamente
tendría consecuencias dramáticas y fatales para el futuro democrático de
Venezuela.
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