Ángel Oropeza agosto 28,
2013
@angeloropeza182
Desde hace algún tiempo, los estudios
de Psicología Social han venido mostrando al pragmatismo y a lo que se ha dado
en llamar el “utilitarismo transaccional”, como una de las características
resaltantes y conductualmente más salientes de los venezolanos. Cuando hablamos
de “pragmatismo”, la primera referencia es sobre la escuela filosófica del
mismo nombre creada en EEUU e Inglaterra a finales del siglo XIX, bajo la
orientación de pensadores como William James y John Dewey, según la cual lo
único verdadero es aquello que funciona.
Desde el punto de vista positivo, esa corriente pragmática del
pensamiento ha ejercido una notable influencia en la sociedad moderna, al
enfatizar la importancia de encontrarle la utilidad y el “sentido práctico” a
los conocimientos, y ponerlos al servicio de la transformación de las
cosas. El pragmatismo habitual de los
venezolanos tiene, de hecho, muchas ventajas que pudiéramos discutir en otro
artículo. Sin embargo, y hablando específicamente del terreno político, una
mala o inadecuada comprensión del pragmatismo como el que se ha observado en
algunos sectores hoy en día puede terminar generando prejuicios, inacción y
parálisis.
Un equivocado o primitivo pragmatismo
político hace que sólo se observen los resultados más evidentes o rápidos de
las acciones, en desmedro de consecuencias más trascendentales e importantes,
aunque no tan visibles e inmediatas. Asimismo, una mala utilización del
pragmatismo político hace que se desechen todas aquellas consecuencias que no
encajen con los prejuicios iniciales de la persona, lo que representa
justamente la negación de lo planteado por el pragmatismo filosófico.
Una persona con pragmatismo primitivo
necesita saber con certeza las consecuencias inmediatas de sus acciones, porque
de lo contrario se inhibe en realizarlas. Así, por ejemplo, un beisbolista
preso de pragmatismo primitivo sería un estruendoso fracaso, porque como nunca
sabe qué lanzamiento le va a hacer el pitcher, entonces decide no batear. Es
como si dijera: “hasta que no sepa o esté seguro qué es lo que me van a
pitchear, entonces no bateo”. Lo mismo
pasaría con un estudiante primitivamente pragmático, quien decide no estudiar
para el examen porque no sabe cuáles van a ser las preguntas que le harán. Es
como si dijera. “¿cómo y para qué voy a estudiar el tema 11, si no estoy seguro
que lo van a preguntar?”. Ambos,
pelotero y estudiante, están condenados al fracaso producto de la inacción
generada por su primitivo e inmaduro pragmatismo.
El pelotero exitoso es aquel que se
prepara y entrena para que cuando llegue el momento de batear, lo pueda hacer
bien no importa cuál sea el lanzamiento que tenga que enfrentar. El estudiante
inteligente es aquel que estudia y se prepara lo mejor que pueda, justamente
porque no sabe qué le van a preguntar, pero tiene que estar listo para
enfrentar con éxito y ventaja lo que venga. De igual manera, nuestra labor como
venezolanos de estos tiempos de mengua y
transición es estar preparados, precisamente porque lo único que sabemos
es que tendremos que luchar, aunque sin la claridad de qué tipo de lucha o de
situaciones por afrontar nos esperan.
Mucha gente está angustiada porque no
sabe qué va a pasar en Venezuela. Esa incertidumbre y falta de claridad sobre
lo que nos viene, lejos de conducirnos a la inacción y la parálisis, nos debe
mover a reforzar la organización popular en todos los rincones del país. Es el
momento de acompañar las luchas sectoriales de quienes están luchando por su
dignidad y sus derechos: los trabajadores de la salud y de las universidades,
los gremios y sindicatos, los estudiantes y educadores, los trabajadores de la
economía informal, los obreros, desempleados y perseguidos. Es también el momento
de decidirse con fuerza a aprovechar la campaña electoral que ya se inicia para
repolitizar al país y avanzar en su articulación y organización. La formación y
activación de los comandos familiares son una excelente iniciativa en ese
sentido. Y, finalmente, insistir en votar el próximo 8 de diciembre. ¿Para qué?
dirán algunos. La respuesta es simple: precisamente para que pasen cosas. En un país donde -como lo hemos advertido en
otras oportunidades- los tiempos reales corren más rápido que los tiempos constitucionales,
hay que estar preparados. Todas las salidas democráticas son factibles, pero
sólo cuando exista una mayoría contundente que las haga posibles.
La tarea de estos días es organizar un
tejido social tan efectivo y una mayoría electoral tan incuestionable que pueda
viabilizar y hacer posible una válvula de escape que permita, cuando sea
necesario y posible, una salida a la crisis de dolor e indigencia. Lo demás, es
-de nuevo- sólo primitivismo pragmático. Como decidirse a no batear ni estudiar.
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