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jueves, 24 de octubre de 2013

EL CORRUPTO PERFECTO

AXEL CAPRILES  M. 18 de octubre de 2013

Nada mejor que meter la mano izquierda en el Banco Central y levantar el puño derecho para convocar al poder moral o introducir la mano derecha en las arcas de la nación y blandir la izquierda en un discurso en contra de la corrupción.

El peculado sirve para todo. No sólo da frutos económicos, más a los que lo practican en nombre del poder popular, sino que es el vehículo revolucionario por excelencia para ganar prestigio y majestad. Basta ser ducho en el arte del disimulo. Chávez fue, en ese sentido, el corrupto perfecto. Para no caer en problemas de definición (¿qué es, a fin de cuentas, la corrupción?) eliminó, simplemente, la distinción entre lo público y lo privado y como emanación del pueblo soberano hizo suyo todo lo que antes era de la nación. Pocos, en tiempos modernos, se han atrevido a hacer lo que Chávez logró con tanta facilidad: dividir los ingresos de la República en dos, distribuir la menor parte por la vía del presupuesto nacional y manejar el resto como cuenta personal.


Es un falso mito aquello de que la revolución bolivariana llegó al poder por el rechazo popular de los altísimos niveles a los que había llegado la corrupción en la llamada cuarta república. Lo que el pueblo venezolano condenó fue el fin del reparto populista y clientelar debido a las nuevas políticas de escasez que intentó imponer CAP forzado por la abrupta disminución de los ingresos petroleros. CAP subió al poder por la esperanza popular de volver al despilfarro de la Gran Venezuela y salió del poder por haber defraudado las fantasías de abundancia y saqueo de las arcas nacionales.

La conocida frase “no me des pero ponme donde haya” dice mucho más de las actitudes de los venezolanos frente al peculado, que el discurso moralizante actual. La corrupción administrativa ha sido uno de los principales medios de reparto de la renta petrolera aceptado y refrendado por el pueblo. Lo que condenamos no es la corrupción sino la corrupción que no nos beneficia personalmente. Ese es nuestro verdadero problema moral.


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