Por Vladimiro Mujica, 24/10/2013
Debo a una conversación con mi hermano Felipe
la inspiración para este artículo. A mitad de camino entre el cinismo y la más
grave preocupación por la suerte de Venezuela, comentábamos los dos sobre el
“rebusque” universal en que se ha convertido la vida de los venezolanos. Desde
el oficio de los bachaqueros, compradores de mercancías subsidiadas por el
Estado y revendedores de las mismas con astronómicas ganancias, hasta la
búsqueda de insumos inexistentes en clínicas y hospitales para complejas
operaciones quirúrgicas a familiares queridos, pasando por la cacería de leche,
harina Pan o papel sanitario. Los venezolanos usamos una parte importante de
nuestro tiempo en transitar una micro-existencia de pequeñas miserias que
consumen sin misericordia nuestro espacio vital.
En la descripción del Infierno en la Divina
Comedia, Dante nos ofrece la imagen de los nueve círculos. Resulta
irresistiblemente tentadora la comparación del extendido estado de corrupción
que impera en Venezuela y la visión de Dante. En el primer círculo se
encuentran los peces gordos de la oligarquía chavista, dueños y señores de los
recursos y las instituciones del país y por cuyas manos pasan todas las
decisiones importantes. En el segundo círculo se encuentran todos los
beneficiarios del poder económico no necesariamente conectados directamente con
el poder político del círculo primario, incluyendo probablemente gente cercana
al boyante negocio del narcotráfico. En el tercero muchos empresarios de dudosa
moral, importadores de toda suerte de mercancía y funcionarios de menor calibre
que se benefician del entramado de conexiones. Así seguimos avanzando,
transitando a través de una conspicua y opaca alianza cívico-militar que se ha
ido apoderando de todos los hilos del país hasta llegar a los grandes círculos
externos de la corrupción donde se encuentran millones de venezolanos que, o se
benefician directamente de esquemas profundamente perversos de dádivas que
sustituyen el trabajo, o participan en alguno de los esquemas de “rebusque”.
Claro está que sería injusto extender una acusación generalizada porque sin
duda existe gente honrada en las filas de la revolución, pero las evidencias son
demasiado claras sobre lo extendido de la corrupción en el país. Si hicieran
falta argumentos me remito a la intervención del propio Presidente Maduro en la
Asamblea Nacional.
Por supuesto que los círculos exteriores de
corrupción son intrínsecamente diferentes a los círculos internos. En los
primeros se participa en buena medida por necesidad mientras que a los segundos
se llega por convicción y oportunidad. Cortesía de la estupenda revista “El
desafío de la historia” cuyo editor jefe es Asdrúbal Baptista, me encuentro con
una cita a una pieza teatral del dramaturgo Nicanor Bolet Peraza. En la comedia
titulada A falta de pan, buenas son tortas, cuyo estreno ocurrió en 1873,
afirma uno de los personajes: “Un cargo gubernamental no es para servir, sino para
servirse. No importa si no se está capacitado para su desempeño, lo que importa
es tenerlo y que los demás lo sepan. Se es oficialista u opositor, no por
ideas, sino si obtengo alguna ventaja, algún beneficio, de quienes están en el
poder. El desempeño de una función gubernamental debe aprovecharse para el
propio enriquecimiento. Si tengo dinero soy un ‘don’, un ‘señor’, un vivo. Si
no salgo millonario del cargo soy un pendejo”. Creo que no hace falta añadir
nada a la insólita reflexión, salvo que los 15 años de revolución no han hecho
nada para corregir el estado de cosas que Bolet Peraza comentaba por boca de su
pícaro personaje hace más de 100 años. No hay “hombre nuevo” sólo “nuevos
hombres” al frente de la oligarquía.
La única mercancía de valor que va quedando
en Venezuela, aparte del petróleo, es el dólar. Las políticas oficialistas han
arruinado prácticamente a toda la economía en manos privadas, salvo
contadísimas excepciones como Empresas Polar, y todo el conjunto de empresas
propiedad del Estado está en condiciones comatosas. El resultado es que el
lubricante de la corrupción que se extiende a lo largo y ancho de los círculos
concéntricos que van del centro del poder al ciudadano medio es la moneda del
imperio y las astronómicas ganancias que se pueden hacer gracias al inmenso e
innombrable diferencial cambiario. Como en el tema de la violencia, no nombrar
a los muertos acaba con la delincuencia del mismo modo que no mencionar al
mercado negro o la cotización del dólar en el mismo, decreta que este no
exista. Otro ejemplo de la realidad a la medida en que el gobierno pretende
mantener a los venezolanos.
Más allá de la ruina material que la
incontrolable corrupción le infringe al país, está la ruina moral y espiritual.
El “rebusque” le roba la fuerza vital al país y obliga al ciudadano común a
participar en un esquema corrompido cuya piedra angular es la prevaricación. En
el camino se ven afectadas la cultura, la ciencia, en fin toda la actividad
creativa de la nación que sufre los embates del agravio a la vida que significa
estar atento permanentemente a la supervivencia. Resulta pues imposible que el
gobierno desmantele la corrupción, porque la misma es consustancial a su forma
de gobernar. La habilitante es solamente un mecanismo más para el control de la
sociedad, nunca para acabar con el hilo vital del poder.
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