@trinomarquezc
Uno de los hilos conductores del
largo, tedioso y mal leído discurso del señor Nicolás Maduro en la Asamblea
Nacional, cuando solicitó que le concedieran poderes especiales, residió en
señalar que estaba dispuesto a librar una denodada lucha contra el “rentismo” y
su expresión social: la “burguesía parasitaria”. Este objetivo compartió
honores con la guerra a la corrupción, la otra razón para solicitar la
habilitación.
No sé si Maduro sabe el significado
del término rentismo. Démosle el beneficio de la duda y supongamos que sí
conoce sus alcances. Entonces hay que anotar que la receta que propone para
erradicarlo, junto con sus primos hermanos –el clientelismo y el mercantilismo-
producirá efectos totalmente contrarios a los buscados. En vez de combatir la
enfermedad, o al menos atenuarla, lo que hará será agravarla hasta convertirla
en una epidemia más letal que la Peste Negra.
El rentismo se vincula a los
privilegios y beneficios obtenidos por uno o varios grupos sociales,
independientemente del esfuerzo realizado, el trabajo desplegado o el riesgo
asumido en determinada actividad. La cercanía al poder y a los centros donde se
toman las decisiones otorga prerrogativas que no pueden alcanzarse de ningún
otro modo. El Estado reparte subsidios, concede licencias, otorga cupos, sin
importarle la eficiencia o productividad del agente que recibe la gracia.
Lo que, siguiendo a Giordani, propuso
Maduro en la Asamblea para pulverizar el rentismo, fue concentrar las
importaciones en el Estado, mantener y acentuar los controles y la estatización
de la economía, militarizar el proceso productivo y aplicar una política más
restrictiva y policial. Su propuesta se orienta a atornillar el rentismo.
Las divisas serán otorgadas de acuerdo
con el criterio del Ejecutivo Nacional a través del Estado Mayor del Órgano
Superior de la Economía Productiva, presidido por el ministro de Transporte
Acuático y Aéreo, general Hebert García Plaza. Al sector privado se le colocarán todavía mayores obstáculos
para acceder a las divisas que permitan la compra de equipos y maquinarias,
repuestos, materias primas. El goteo de dólares para atender las necesidades de
las empresas será todavía más lento y espaciado. Alrededor del Estado
Mayor revolotearán los favoritos del
régimen, quienes aplaudan las bondades del
socialismo bolivariano y les parezca que Maduro es un líder de
proyección mundial y el marxismo del profesor Giordani, el último grito de la solidaridad y la
justicia social.
Los ingresos petroleros los seguirá
distribuyendo Maduro de acuerdo con criterios exclusivamente políticos y
sectarios. La racionalidad económica fue abandonada. El sustento de las
políticas públicas ya no lo aportan los economistas, sino los militares. Nelson
Merentes fue despojado de todo poder real y sustituido en la Vicepresidencia
del Área Económica por Rafael Ramírez,
con el fin de reafirmar que Maduro continuará la línea radical trazada por Hugo Chávez después de 2006. Para ese propósito cuenta con
la firme alianza de los militares. El
gobierno ´reemplazó la experiencia y el conocimiento por el dogma y la
autoridad basada en la fuerza. La coalición entre los militares y el gobierno
se expresa en el hecho de que importantes empresas públicas y corporaciones son
conducidas por miembros de las FAN: Diques y Astilleros Nacionales, C.A.
(DIANCA), CVG, Venalum, SIDOR, Briqueta de Venezuela (Briqven), Ferrominera
Orinoco y hasta Industrias Diana.
Como dice Carlos Goeder, los
economistas sobran en este gobierno. Resultan un incordio que Maduro decidió
excluir. Para seguir acumulando poder y repartir la renta petrolera mediante
canonjías y prebendas, no hace falta nadie que se haya ocupado de estudiar cómo
se conforman los mercados, cuáles son los mecanismos a través de los cuales se
forman los precios, cómo puede aumentarse la producción y elevarse la
productividad, cómo es posible incrementar la capacidad del personal y el apoyo
de los sindicatos. Ninguna de las contribuciones de la ciencia económica importan.
Lo relevante es buscar un firme aliado donde está el poder de fuego. Las armas
sirven para atemorizar, reprimir y disuadir.
El signo del socialismo del siglo XXI
es cada vez más rentista y militarista. Esta mezcla resulta letal para las
naciones. Los gobiernos militaristas siempre terminan llamando a los civiles
para que les corrijan los entuertos. Esperemos que no pase demasiado tiempo
antes de que esto ocurra.
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