FAUSTO MASÓ 19 DE OCTUBRE
2013
La oposición debe temer a la
abstención, la abulia, la tontería, más que al propio Nicolás Maduro, que cava
su tumba política con sus discursos, su gobierno. Pero tradicionalmente en una
elección municipal disminuyen las razones para votar, solo que esta vez el 8D
será un plebiscito en contra, o a favor, de Nicolás Maduro. Las ganas de
quedarse en casa las refuerzan el mito de que los votos los engullen las
máquinas de votar. No conocemos ni a un testigo de mesa que afirme que el
conteo manual de las papeletas le haya arrojado un resultado distinto del que
anunciaba la máquina.
Hay trampa en las elecciones, claro.
Trampa en una competencia desigual que, sin embargo, no impidió que en la
campaña de abril Capriles mejorara su votación un punto diariamente;
previamente algunos le aconsejaban que no se “quemara” postulándose, porque era
imposible, decían, evitar una derrota estruendosa en un país conmovido por las
exequias de Chávez.
Se ha sembrado la desconfianza entre
los venezolanos, lo que aumenta la abstención. El CNE nunca envía mensajes
recordando que el voto es secreto, permite que se deslice la idea de que el
gobierno sabe por quién votará cada ciudadano, falacia a la que contribuyeron
desde la misma oposición los abstencionistas, falacia que todavía influye en
cada empleado público o beneficiario de una misión. Aun así, en lugares como
Ciudad Caribia muchos votaron contra Maduro.
En condiciones normales el oficialismo
sufriría una espantosa derrota el 8 de diciembre, si se movilizan los
electores, si comprendieran que su voto cuenta y que el resultado del 8D
inevitablemente será un plebiscito.
Las encuestas muestran el deterioro de
la imagen de Nicolás Maduro pero el PSUV sigue apareciendo en la posición del
principal partido del país y, según quienes sean los candidatos en cada lugar,
aumenta o disminuye las posibilidades electorales de la oposición.
Una elección, cualquier elección,
permite lanzarse a la calle, hablarle a la gente a la cara, provocar un debate.
Pero no vale la pena votar si las máquinas fueran manipulables, no lo son; si
el voto no fuera secreto, aunque sin duda lo es. Nuestras elecciones no son democráticas,
pero los testigos en la mesa y la eficacia de las máquinas permiten que el voto
cuente en medio de circunstancias adversas.
Faltan hasta las naranjas, ¿votará
alguien por los candidatos de Maduro? Los bachaqueros toman Maracaibo y los
motorizados y los buhoneros en Caracas representan el rostro del autoritarismo
con menos autoridad que recuerda la historia. El elector que reflexione un
minuto no dejará de votar, sabrá que su voto cuenta. Maduro no renunciará como
el rey de España después de las elecciones municipales de 1932, pero se abrirá
una puerta. Todo será mucho más fácil después de una victoria clara el 8D.
El gobierno produce e importa leche en
polvo, desaparece de los mercados; es el dueño de los centrales azucareros, de
las cementeras, de las plantas de aceite y café, faltan el café, el aceite, y
el cemento lo vende a cinco veces el precio regulado. ¿Quién es el ladrón y el
especulador?
En esas condiciones la victoria
electoral de Maduro solo se produciría con una monumental abstención. Hay que
votar, pues.
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