Por Christian Burgazzi, 25/10/2013
Para ganar cualquier competencia o confrontación es
clave identificar correctamente al competidor, adversario o enemigo. Sin tener
claro contra quien se lucha, es muy probable que se tenga la pelea perdida de
antemano.
No se trata sólo de conocer las
características del adversario, es decir entender sus fortalezas y debilidades,
descifrar sus planes, estimar sus próximos movimientos. Se trata, antes que
esto, de ponerse frente al adversario correcto, de no confundirse de oponente.
Esto suena a Perogrullo, pero no lo es
tanto.
Hay muchos casos en los cuales quienes
resultaron perdedores, nunca entendieron claramente quién era realmente su
enemigo, quien los derrotó.
Hay ejemplos en el mundo empresarial: IBM
no consideró a Microsoft como su competidor hasta que esta le quitó el
liderazgo.
También hay muchos ejemplos en la
política. El más reciente y clamoroso: ¿Quién resultó ser el verdadero
adversario del Partido Republicano en los USA? ¿Obama, el Partido Democrático o
el Tea Party en sus entrañas?
En Venezuela, si se analizan las
posiciones de diferentes tendencias opositoras al régimen, se puede concluir
que el adversario o enemigo a derrotar, varía en un amplio espectro y en
diversos momentos.
Unos enfocan su ofensiva contra el
ilegítimo Maduro.
Otros dedican toda su energía a atacar al
CNE.
Hay quienes ubican a los Castro como el
enemigo principal.
A veces el enemigo central es Cabello,
otras veces el TSJ y en ocasiones la Fiscalía.
Incluso algunos identifican al pueblo
chavista (¿madurista?) como el enemigo, por dejarse embaucar y vender su alma
al diablo.
Y hay “opositores” (unos pocos
aficionados, vociferantes virtuales) que sólo tienen tiempo y energía para
enfrentar a los demás opositores; en particular a su principal organización
política, la MUD, a su líder indiscutible, Henrique Capriles, y a otros
comprometidos y destacados dirigentes democráticos, que han decidido dedicar su
vida a la política de forma profesional, organizando y movilizando a la gente
en todo el país, todos los días, asumiendo los riesgos que esto implica en
Venezuela.
Es obvio que en la lucha política todos
los actores juegan un papel y que las confrontaciones se dan contra diversas
fuerzas del adversario. Sin embargo, las preguntas clave son: ¿quién es mi
enemigo real? ¿a quién debo derrotar para ganar? ¿contra quién enfilo las baterías e invierto energía y
recursos limitados?
En demasiadas ocasiones se pierde de
vista al adversario principal, que a mi juicio no es otro que el PSUV. Desde el
PSUV se controlan todas las instancias del poder, civil y militar; la
maquinaria del PSUV es responsable de todas las violaciones a la democracia,
incluyendo la violencia y trampas en las mesas de votación.
Habría que preguntarse ¿cómo se derrotan
a los múltiples enemigos de la democracia venezolana (los Castro, CNE, TSJ,
etc.) sin antes ganarle al PSUV? ¿Se invade Cuba con improvisados
balseros-al-revés? ¿Cómo se destituyen a los miembros rojos del CNE, sin haber
antes conquistado el poder para hacerlo?
Es obvio que el PSUV no es un bloque
monolítico, todo lo contrario, tras la muerte del “líder supremo” que mantenía
cierta cohesión, se han agudizado contradicciones internas que están a la
vista; sin embargo, aunque se pueden desarrollar más conflictos internos que lo
debiliten, el PSUV actuará en forma compacta en defensa propia, para mantenerse
en el poder.
El enfocar la lucha contra otros
adversarios distintos al PSUV, como Cuba o el CNE, conlleva a errores
estratégicos muy costosos, como esperar ingenuamente algún milagro salvador o
no acudir a las urnas el 8-D si no cambian el CNE y el RE. ¿Quién se supone que
les hará ese favor? ¿El PSUV? ¿Nos “rescatarán” los militares rojos o los
“marines”?
Nadie se engaña: el árbitro y demás “instituciones” están compradas
por el otro equipo.
Pero a quien hay que ganarle la pelea es al adversario principal, no a
sus cómplices. Y el combate sólo se gana subiéndose al ring, aún en desventaja,
y propinándole un K.O. al adversario; no a los jueces, ni al público (y menos
¡”auto-suicidándose”!)
El resultado electoral del 8-D puede ser determinante en la lucha
política en Venezuela.
El triunfo se medirá por el número total de votos a nivel nacional y por
la importancia de las Alcaldía ganadas, las de las grandes ciudades, no por el
número de Alcaldías alcanzadas, ya que hay muchas pequeñas en las que el
clientelismo rojo con el dinero del estado, mantiene un control total.
Ganarle a la maquinaria del PSUV de forma clara, significa lograr sumar
al menos el 55% del total de votos para los candidatos democráticos, es decir
sacarles un 10% de ventaja; aunque el PSUV cacaree la cantidad de Alcaldías
ganadas, como ya han comenzado a hacer viendo lo que les viene si los
demócratas votan masivamente el 8-D.
Por último, en la confrontación política
hay que saber escoger el terreno donde se tiene algún chance de ganar. Para la
oposición democrática el camino electoral es el terreno posible. No existen ni
las condiciones ni las convicciones para emprender con éxito otro camino. Sin
descartar que puedan surgir eventos sociales impredecibles, como sublevaciones
populares ante el creciente deterioro general, que no son programables.
Hacer política sin identificar al enemigo
correcto, sin escoger el terreno de lucha adecuado y sin sintonizarse con el
sentir de la mayoría de la sociedad, es actuar con miopía extrema; es como
pretender conducir a ciegas a alta velocidad.
Una novatada que puede tener
consecuencias devastadoras.
Christian Burgazzi
@cburgazzi
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