FÉLIX PALAZZI sábado 6 de septiembre de 2014
Doctor en Teología
@felixpalazzi
Cada día se nos hace más común
escuchar que nuestra situación "no tiene salida". Pareciera que los
sentimientos de derrota y desánimo se expanden rápidamente y nos vamos
acostumbrando a la ausencia de todo aquello que "no hay". Aún nos
resulta paradójico, en esta difícil situación, seguir escuchando voces que
alardean la probable eternidad del modelo político que vivimos, haciendo uso de
pintorescas y aisladas manifestaciones idolátricas de un "Chávez
nuestro", que no es más que una repetida usurpación o mofa de la oración
más apreciada en el cristianismo. De hecho, al cristiano le está prohibido
colocar a otros dioses en lugar de Dios, y mucho menos a un ser mortal. Todo
ello nos hace pensar sobre la fragilidad del tiempo y la pretensión de
eternidad que algunos quieren postular. Debemos reflexionar, pues, sobre
nuestra propia esperanza en que las cosas cambien.
Durante siglos los teólogos nos hemos
visto confortados con el problema del tiempo y la eternidad. En la antigüedad,
San Agustín fue el primer teólogo en enfrentarse a este difícil tema. Para él
sólo los seres humanos tenemos experiencia del tiempo. Únicamente el ser humano
es capaz de vivir en el tiempo y experimentarlo. Es por ello que, a veces, esto
puede transformarse en una experiencia agradable o dolorosa, alegre o
lamentable. Como una realidad distinta al tiempo está la eternidad, que precede
a todo significado humano y es capaz de darle contenido y densidad a la
temporalidad. Ello quiere decir que la eternidad no es producto de ningún
sistema humano, como tampoco del transcurrir de las horas o los días. Por más
que nos parezca imposible o larga la temporalidad de los modelos políticos o de
los sistemas económicos, ellos son siempre realidades pasajeras, y nunca
eternas. Lo que es realmente lamentable no es el tiempo que duren, sino las
víctimas y el costo humano que ellos generen.
La eternidad precede al tiempo y le
dota de significado. Proclamar la eternidad de lo que es pasajero no es más que
una ilusión de seres embriagados por el poder. Como decía Agustín:
"quienes así hablan, todavía no te entienden, ¡oh sabiduría de Dios, luz
de las mentes!; todavía no entienden cómo se hacen las cosas que son hechas en
ti y por ti, y se empeñan por saber las cosas eternas; pero su corazón
revolotea aún sobre los movimientos pretéritos y futuros de las cosas, y es aún
vano... ¿Quién podrá detener el corazón del hombre para que se pare y vea cómo,
estando fijo, dicte los tiempos futuros y pretéritos de la eternidad, que no es
futura ni pretérita? ¿Acaso puede realizar esto mi mano o puede obrar cosa tan
extraordinaria la mano de mi boca sirviéndose de sus palabras?"
(Confesiones XI, 12).
Fijar nuestra mirada en lo eterno no
es escapar de la historia y mucho menos del compromiso que tenemos con ella. Al
contrario, es lo que nos permite dar significado al presente y vivir con esperanza,
oponiéndonos a todo lo que genere un absurdo costo humano y social. Sólo así la
fragilidad del tiempo se verá fortalecida por la fuerza de la eternidad y será
capaz de crear y transformar nuestra historia.
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