Por Roberto Patiño, 09/11/2015
Estas líneas se las escribí a María, una amiga que me preguntó por qué
decidí regresar a Venezuela y quise compartirla con ustedes.
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¿Por qué me regresé a Venezuela, en este momento, luego de terminar un
postgrado en Harvard, teniendo visa y ofertas de trabajo para quedarme en
Estados Unidos?
Como tú, muchos me han hecho esa pregunta. Eso fue lo que me impulsó a
escribir estas líneas.
Cuando decidí estudiar el postgrado de políticas públicas, hace dos
años, varias personas me lo cuestionaron. ¿Cómo me iba a ir a estudiar luego de
más de seis años de activismo social y político? Algunos opinaron que era
estúpido: si venía del movimiento estudiantil, de impulsar Voto Joven y de
coordinar a todos los jóvenes de la campaña presidencial de Capriles, ¿por qué
no aspirar de inmediato a cargos de elección popular?
De igual forma, muchos han cuestionado mi regreso: ¿No te das cuenta de
lo difícil que es ser joven, o incluso ser persona, hoy en Venezuela? ¿Por qué
no esperar a que todo mejore? Algunos asumen que volví porque soy candidato a
algo, pero se equivocan.
Esta decisión resultó de una reflexión sobre quién soy, qué quiero
hacer y por qué. Las siguientes tres experiencias me revelaron (y, espero, te
revelen) mi respuesta.
***
I.
Octubre de 2006. Tenía 17 años y estaba en mis primeras semanas como
universitario. Al salir ese día, atendí una llamada con la noticia que nadie
nunca quiere recibir: mi hermana acababa de ser víctima de un secuestro exprés.
Estaba en una farmacia, y al salir le pusieron una pistola en la cabeza. A mi
hermana Patricia le pusieron una pistola en la cabeza. Imaginarme el frío del
cañón contra su piel y los gritos de los secuestradores es algo que todavía hoy
me estremece. La obligaron a entrar en su carro y empezaron el ruleteo. Era una
situación surreal. El camino de la universidad a mi casa parecía eterno.
Poco después recibimos la noticia que habían liberado a Patricia.
Cuando llegó de regreso a la casa fue un momento muy emotivo. Los
secuestradores habían visto sus instrumentos como estudiante de medicina y
habían decidido liberarla ya que, según le dijeron, “cuando nos caen a tiros,
ustedes nos salvan la vida en los hospitales”. Se robaron el carro, pero eso
era lo de menos. Mi hermana estaba bien—eso era lo único que importaba.
Después de la impotencia que generan estas experiencias, tuve un
momento de reflexión. Patricia me dijo que quienes la habían secuestrado eran
unos chamos, como de mi edad. Hablaban entre ellos de los secuestros y
asesinatos que habían cometido. Eso me impactó. Me pregunté por qué había jóvenes
de mi edad, de mi ciudad, que hacían ese tipo de daño. ¿Porqué ellos y no yo?
¿Qué nos diferenciaba?
Yo había tenido una estructura familiar que me había criado con ciertos
valores. Es probable que ellos no. Nosotros, como sociedad, les habíamos
fallado. No tuvieron la suerte de contar con una familia que los apoyara, y
nadie estuvo ahí para salvarlos de esa vida. Y ahora, ellos nos estaban
fallando a todos, haciendo lo que hacían. Algo en mí me hacía pensar que había
una responsabilidad compartida.
Las circunstancias me obligaron a decidir: convencer a mi familia de
que nos desligáramos del país, o comprometerme a trabajar para que eso que nos
pasó, algún día no sucediera más.
Yo decidí comprometerme.
II.
Enero de 2013. Todavía me costaba digerir la derrota que habíamos
sufrido en la elección presidencial de octubre. En lo personal, significaba mi
mayor fracaso. Como coordinador de los jóvenes de la campaña ¿qué pude haber
hecho diferente para contribuir más?
Me encontraba con Justo, quien fue el primer líder comunitario con el
que había desarrollado una amistad en la Vega. Él sabía que nosotros
adversábamos al gobierno; nosotros sabíamos que él lo apoyaba. Sin embargo,
trabajábamos juntos por la comunidad, sin mezclar lo social con lo partidista.
Esas diferencias tampoco afectaban nuestra amistad.
Hablábamos ese día de organizar un evento deportivo. Noté que estaba
desanimado y le pregunte por qué. Me contó lo frustrado que se sentía con su
labor comunitaria. ¡Yo me sentía igual con la mía! Me preocupaba que en las
visitas a pueblos tan distantes como Isla Ratón, Pariaguán o El Amparo
expresiones como “todo eso es mentira”, “ustedes no serán mentirosos ahorita
porque son jóvenes, pero si siguen en política lo serán”, eran comunes.
Eso me hizo reflexionar sobre la diferencia entre la identidad de una
persona y los roles que puede jugar en la sociedad. Justo es un servidor a los
demás. Eso lo define. Esa identidad se puede expresar en distintos roles. Un
rol puede ser la organización comunitaria, pero también en la educación o en la
política, por ejemplo. Yo comparto esa misma identidad. Somos personas que nos
preocupamos por los demás, queremos servir a los demás. Eso le da sentido a
nuestras vidas.
Me hizo reflexionar también sobre la integridad. En Venezuela hemos
sufrido del llamado “mimetismo batesiano”. Un ejemplo de esto lo encontramos en
una culebra jardinera (la real escarlata) que se ve igualita que una culebra
venenosa (la coral), pero no tiene veneno. Es decir, la culebra jardinera
parece lo que no es. Se disfraza para confundir. Nos ha pasado mucho—hemos
tenido gente que parecen ser políticos, empresarios, jueces, policías o
militares pero en realidad no lo son. Son corruptos que dañan la imagen de esos
roles.
Eso me reafirmó la importancia de ser íntegros. Ser uno al sentir,
pensar y actuar.
III.
Abril de 2015. Estaba en mis últimos días en Harvard y acababa de
recibir la feliz noticia que mi tesis sobre prevención del crimen para Caracas
había sido escogida como una de las diez mejores de este año. Eso sólo fue
posible gracias al apoyo que me dieron investigadores venezolanos de primera
línea. Esa semana hubo dos eventos que me marcaron.
El primero fue con Sergio Fajardo, quien lideró un equipo para que
Medellín pasara de ser la capital de los homicidios en el mundo en 1993, a la
capital de la innovación en 2013. Fajardo nos recordó que Medellín estuvo mucho
peor que Caracas. Si ellos pudieron combinando, compromiso e integridad, ¿no
vamos a poder nosotros?
El segundo fue haber logrado invitar a Leandro Buzón a Harvard. Juntos
fundamos “Caracas Mi Convive” para contribuir a una Caracas de inclusión sin
violencia. Escucharlo presentarse diciendo “un chamo del 23 de Enero hablándole
a Harvard” mientras explicaba lo que hacemos en Antímano, La Vega y San Agustín
me aguó el guarapo. Para eso nos juntamos, eso es lo que queremos: que el sitio
donde nazcas no determine tu futuro.
Ya llegaba el momento de tomar una decisión. Poco tiempo antes viví un
momento muy triste: mi abuela nos dejó después de 93 años. Llegó sin nada y
había hecho de este, su país. Pero la vida te quita y también te da. Poco
después recibimos la mejor noticia. Patricia, mi hermana, está embarazada, y mi
ahijado, Ricardo Federico, nace a principios de 2016.
En Venezuela están mis vivos, mis muertos, y yo—está mi historia. En
Venezuela está la gente con la que me identifico. Mi cultura. Está mi futuro,
simbolizado por mi ahijado y los que vendrán. Está el sentido de mi vida, mi
posibilidad de trascender. Está mi felicidad. En el postgrado, los otros
estudiantes se reían de cómo me presentaba. En el primer saludo, los demás se
presentaban con su profesión, “Hola, soy Ana y soy economista”, “Soy José y soy
abogado.” Yo siempre me presentaba “Soy Roberto Patiño, de Caracas, Venezuela”.
El amor por este lugar y esta comunidad de gente llamados caraqueños,
venezolanos, es también una parte fundamental de mi identidad.
***
En realidad, nunca fue una decisión la que tuve que tomar. No se
trataba de dejar Venezuela. No puedo hacerlo. Esto es lo que soy. Quiero
contribuir en la construcción de un país inclusivo y justo. Rubén Blades, en
una de sus canciones, dice a sus hijos “deseamos para ustedes, lo que nunca
hemos tenido.” Yo nunca he tenido un país donde pueda caminar, disfrutar sin
miedo, soñar con independizarme como joven. Es mi proyecto de vida que tengamos
un país así para mi ahijado, para los hijos que tendré, para todos en esta y
futuras generaciones. Pero sólo con deseos no se preña la vaca. Hay que
hacerlo.
Entiendo que la salida de jóvenes del país es una preocupación para
todos. La separación es durísima. En nuestra cultura, la felicidad se
multiplica estando juntos en familia. Además, el recurso humano es lo central
para el desarrollo sostenible e inclusivo. Cada salida tiene su historia, eso
hay que respetarlo. Más importante que la ubicación geográfica circunstancial
es el compromiso que se traduce en acciones. Contribuir es posible desde donde
sea. Más aún, la circulación de cerebros comprometidos nos hace bien: se están
preparando, viviendo como inmigrantes, donde nadie te regala nada. Sus nuevos
aprendizajes y redes serán claves para Venezuela en un mundo cada vez más
interconectado y competitivo.
Estar comprometidos con Venezuela es sentirse parte de esta comunidad:
nuestro pueblo, nuestra historia, nuestra cultura. Es enorgullecernos y
preservar nuestra calidez humana, solidaridad y capacidad para amar. Es
avergonzarnos y actuar sobre lo que debemos transformar, como nuestro machismo,
desigualdad y deseos de líderes mesiánicos.
Estar y trabajar por el cambio hoy en Venezuela es también un acto de
resistencia política. Debemos asumir nuestra responsabilidad generacional. Un
amigo me comentaba inquieto “no puede ser que mi papá, que ya está en edad de
retiro, sea quien está trabajando ahora para cambiar al país”. No podemos ser
la generación que esperó tener la papita pelada.
De aquí venimos, esto es lo que somos. Venezolanos. Este es nuestro
proyecto.
Cuando reflexiono sobre la situación actual, veo la tensión que nos
define desde hace años: entre lo más urgente, que son las elecciones, y lo más
importante, que es la construcción de una alternativa viable e inclusiva. El
cambio es indetenible si defendemos el voto y será un primer paso significativo
para superar la crisis. Debemos esforzarnos por construir una nueva narrativa
desde el reconocimiento mutuo y la convivencia. Hay que polarizarnos distinto:
no se trata ya de chavistas contra antichavistas. Se trata de venezolanos
íntegros contra corruptos. Conozco venezolanos íntegros que han adversado al
gobierno, también venezolanos íntegros que lo apoyaron, juntos podemos salir de
este hueco. Para lograrlo aceptemos que aún existe una exclusión
injustificable. Aceptemos que una respuesta violenta, de lucha de clases, fracasó.
Aceptemos que necesitamos algo distinto.
Empecemos por movilizarnos por un propósito común: una Caracas de
convivencia, sin violencia. Una Caracas de inclusión, de iguales. Una Caracas
que no niegue a su juventud asesinándola, secuestrándola o expulsándola. Una
Caracas donde las víctimas de la violencia le demos vuelta a esto,
convirtiéndonos en los promotores de la convivencia. Mientras haya venezolanos
que vean su futuro limitado por la falta de oportunidades o por una bala, hay
trabajo que hacer. Seamos una Caracas y una Venezuela de convives.
Gracias por tu pregunta, y espero, en el futuro, enviarte muchas
respuestas más.
Roberto Patiño.
Tomado de:

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