Por Ibsen Martínez, 28/10/2015
Se cuenta de un puñado de intrigantes palaciegos que recusaban la
designación de un protegido del dictador argentino Juan Domingo Perón como alto
funcionario de la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Por ver si modificaba su decisión, los cortesanos impartían al Jefe las
insuficiencias del candidatito quien, según esta leyenda, ni siquiera era
sindicalista de una rama industrial importante, de esas cuyas luchas forjan
reputaciones.
No había pasado por un directorio sindical realmente peso pesado, como
los de ferroviarios, petroleros o frigoríficos. No había dirigido nunca una
huelga ni negociado con éxito un contrato colectivo. Ni siquiera era abogado
laboralista. Para apartar todo reparo, el Jefe respondió, tersa y
zanjadoramente: "No importa: el cargo habilita".
La respuesta fue, desde luego, muy festejada por los áulicos del
dictador como una prueba más de la perspicacia e ingenio del gran fraseólogo
sureño. "Se non è vero, è ben trovato".
La frase "el cargo habilita" obró en lo sucesivo como santo y
seña de aquellos vociferantes incapaces que, para mediados de los años
cincuenta —antes, muchísimo antes de los planes de ajuste inspirados en el
Consenso de Washington— ya habían llevado a la otrora pujante Argentina a la
bancarrota, en nombre de la justicia social.
Medítese esa frase —"el cargo habilita"—, cuya concisión la
hace digna de ser el mantra de todos los populismos latinoamericanos. Así, los
designados a dedo por Hugo Chávez para ocupar, en 2003, la directiva de
Petróleos de Venezuela (Pdvsa), luego del tiránico y arrogante despido de más
de 20.000 gerentes y técnicos de alto desempeño, bien pudieron decirse a sí
mismos: "Desconozco el negocio, no soy ingeniero de yacimientos ni he
pasado una hora en una plataforma de perforación, pero da igual: el cargo
habilita".
La meritocracia corporativa que hasta entonces regía la exitosa
petrolera criolla, dijo Chávez, era una engañifa más de los privilegiados
apátridas. El resultado del desguace de Pdvsa está a la vista.
A su manera resentida, esto de que el cargo trae
consigo las aptitudes necesarias es superchería de añeja estirpe entre
nosotros, latinoamericanos, hecha del oportunista revanchismo de los
justicieros que llegan al poder para acabar con los "obscenos
privilegios" que etc., etc. En tanto que expresión del igualitarismo a
ultranza, la doctrina del cargo que habilita atenta contra una de las pocas
jerarquías que, desde tiempos de las cavernas, los humanos aceptamos de modo natural
y sin chistar: la de la competencia, la de las capacidades y destrezas
individuales.
Porque "el cargo habilita" le fue dado al Che Guevara para
pasar de dirigir los fusilamientos de La Cabaña (hasta ese momento, su única
experiencia administrativa) a asumir, sin titubeos, la dirección del Banco
Central de Cuba para acometer, de la mano de Fidel, la planificación económica
del país. En muy poco tiempo, las improvisaciones, intemperancias, lecturas a
medio hacer, intuiciones y desmesuras de Guevara despedazaron el aparato
productivo cubano.
Porque por "el cargo habilita" padecen aún los venezolanos la
nefasta perdurabilidad, ¡14 años!, del monje Jorge Giordani, un improbable
ingeniero a quien solo distinguían la perruna lealtad al tirano y la arrogancia
de la ineptitud, en el Ministerio del Poder Popular para la Planificación
Económica. Llevar a la ruina y la catástrofe social a un país petrolero, en el
curso del más largo boom de precios en un siglo, fue su logro
superlativo.
Así entiende el chavismo —los chavismos continentales— lo
irreemplazable que hay en ese no sé qué, alojado entre el saber y la
experiencia y que es, en suma, lo humanamente intransferible, lo que no tiene
precio.
Twitter: @ibsenmartínez
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