Rosalía Moros de Borregales 31 de octubre de 2015
Su
corazón estaba muy inquieto, aunque se encontraba rodeado de sus seres más
queridos anhelaba estar a solas, sobre
sus rodillas, en la presencia de su Padre. Jesús sabía muy dentro de él que la
hora había llegado. Con todas sus fuerzas deseaba hacer la voluntad de su
Padre; pues, amarle siempre había supuesto para él obedecerle. Pero esta vez el
precio de la obediencia le traspasaría con una espada. Una serie de eventos se
anticipaban, revelaciones que se presentaban como destellos de luces en su
mente, tan reales, tan verdaderas que aun sin haberlas vivido ya desgarraban de
dolor su alma.
Renunciar
a los que amaba, vivir la traición de aquel a quien contaba entre los suyos,
saber que todo su amor no podría salvarlo, ser entregado con un beso; ser
cobardemente negado por uno de sus mejores amigos, sentir el dolor de su madre
al perderlo. Convertirse en el objeto de burla de seres humanos indignos de
cualquier afecto; ser acusado por aquellos que creían ser más cercanos que él a
su padre. Ser llevado para ser juzgado por reyes inmorales que nunca
entendieron el fundamento de su reino. Morir con la muerte del peor de los
delincuentes, ser clavado en una cruz y escarnecido.
Su
corazón palpitaba aceleradamente, buscaba fuerzas dentro de él, la noche más
oscura se desplegaba ante sus ojos; no había la luz de una estrella para
iluminarle el camino. Sabía que su padre estaba con él; era fe, convicción,
esperanza contra esperanza. Pero, él no le sentía cerca, la exigencia era muy
profunda… _“Si es posible, pasa de mi esta copa”. Es el clamor del corazón, es
la verdad que se sabe pero quisiéramos nunca haberla conocido. Es el camino que
debemos transitar pero quisiéramos escaparnos de él, huir a otro horizonte; más
el corazón sabe que es mejor estar un día en su casa que miles lejos de su
presencia.
Luego
de estos momentos de oración que se convierten en un debate del alma, en una
guerra de pensamientos, en un forcejeo entre el sentimiento y la razón;
finalmente, viene la decisión, nace de ese corazón amante que ha sido entrenado
en la obediencia, que ha hallado su fuerza al doblegar junto con sus rodillas
la más férrea voluntad. Con la decisión, viene la paz, la entrega incondicional
del alma que se rinde ante quien es soberano. “Mejor es estar en las manos de
Dios que en la de los hombres”. Es el grito silencioso de quien exclama:
“Aunque El me matare, en El esperaré”.
El
camino es largo, el sufrimiento inexplicable, todas las revelaciones recibidas
no fueron suficientes para mostrar la agonía que se intensifica a cada paso. No
tiene fuerzas, se entrega, su Padre es el guardián de su alma; aunque por
momentos pareciera haberle abandonado. Si, realmente le ha abandonado en las
manos del pecado; sus clavos, su corona de espina, la espada en el costado,
todas son muestras de ese abandono… Es su hora más oscura, sin sentirlo, sin
saberlo cerca, pero sabiéndose suyo, le encomienda lo que queda de él, su
espíritu.
La
tierra se estremece, relámpagos iluminan el cielo, la noche cae como una
cortina sobre el Gólgota. A sus pies, su madre permanece fiel, el discípulo
amado junto a aquella que lo amó mucho, porque mucho le fue perdonado. El velo
del templo se rasga, y en un último esfuerzo toma aliento, luego expira. La
muerte le ha alcanzado, pero solo por un poco de tiempo. ¿Dónde estás, oh
muerte? ¿Dónde tu aguijón? Fuiste visitada hasta las profundidades de la
Tierra, vencida en tus propias entrañas. De tu propia oscuridad surgió la luz,
las cuerdas se cayeron, las vendas aromatizadas dejaron expuesto el cuerpo
glorificado, la semilla que fue sembrada dio su fruto. El espíritu de
resurrección lo trajo de vuelta desde las profundidades de la tierra. La piedra
fue removida, anduvo en medio de aquellos que amaba, todo el dolor que le
causaron se desvaneció, su amor cubrió multitud de faltas. ¡Ha resucitado! ¡El
padre lo elevó a su diestra para siempre!
En la
hora oscura de tu alma, clava tus ojos en Jesús, camina tomado de su mano.
Entrega tu voluntad, ríndete a los pies de la cruz; y allí, ante su presencia,
espera confiadamente. ¡De la hora más oscura nacerá tu aurora!
“Los
que a El miraron fueron alumbrados, y sus rostros no fueron avergonzados”. Salmo
34:5.
rosymoros@gmail.com
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