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martes, 20 de septiembre de 2016

Diálogo, @Ismael_Perez




Por Ismael Pérez Vigil, 17/09/2016

Establecido el punto de que vivimos bajo una dictadura –peculiar, moderna, dirían algunos– o bajo un régimen autoritario, es pertinente la pregunta: ¿Cómo se sale de una dictadura?

De la última dictadura, clásica, que vivió el país, la de Marcos Pérez Jiménez, salimos tras un proceso de resistencia político partidista, que concluyó en una revuelta social y un “pronunciamiento” militar en 1958. Las cosas allí estaban claras, en cuanto a la suerte que podían esperar los capitostes del régimen; los que no tuvieron la suerte de montarse en la “vaca sagrada” y huir del país, antes, o en el momento, con una maleta de dinero, podían esperar el linchamiento o que su suerte fuera la cárcel, tras ser juzgados en los tribunales correspondientes. Esa fue incluso la suerte del dictador Pérez Jiménez.

Los regímenes dictatoriales que son derrocados tras una sublevación popular, una guerra civil o un golpe de estado protagonizado por algún militar que se deslinda del régimen, siguen invariablemente esta ruta. Los derrocados son perseguidos, enjuiciados y encarcelados y de alguna manera pagan con prisión o exilio forzado sus desmanes y delitos durante el periodo que gobernaron.

En otras circunstancias, la historia nos dice que aún en los regímenes más autoritarios, represivos y corruptos, que sin embargo desaparecen tras un complejo proceso social que conduce a una elección democrática, sus odiados “protagonistas” son indultados, perdonados o la sociedad se hace la “vista gorda” con lo ocurrido, para cerrar ese nefasto capítulo de su historia, no perpetuar el conflicto y pasar a una nueva etapa.

Así ocurrió con la España post franquista, con el Chile de Pinochet, incluso con la Nicaragua de Ortega que dio paso electoralmente a Violeta de Chamorro, por nombrar solo algunos y no caer en una larga y aburrida lista de ejemplos que tanto hemos oído. Es probable que incluso eso sea lo que ocurra con la longeva y cruenta dictadura de los Castro en Cuba.

¿Qué pasará en Venezuela? No dudamos que estamos en una variante de este segundo caso. Nuestra “peculiar” dictadura está siendo empujada fuera del poder, desde la base de la sociedad y los partidos políticos, por una transformación política que se quiere sea pacífica, electoral, democrática y constitucional, para repetir el “mantra” que tanto hemos proclamado los venezolanos para ratificar nuestra decisión de cambio en paz.

Claro que no todos están conformes con esta solución, en uno y otro polo de la política venezolana. Los partidarios del régimen, al menos algunos de ellos, desean quedarse indefinidamente y usan y abusan de todo el poder, institucional, económico y de “fuego”, para perpetuarse. Estos, claro está, no creen en ningún proceso de diálogo. Otros, más “sensatos”, que saben que esto llega a su fin, prefieren alguna modalidad que les permita extenderse en el poder –posponer el RR para el 2017– para tratar de recuperarse y participar sin tanta desventaja en los próximos procesos electorales del 2017, 2018 y 2019. Hay un tercer grupo, llamémoslo de los “conscientes” de su quehacer político y que piensan –están en su derecho– que tienen algún futuro político, que serian los que propugnan por algún tipo de entendimiento o diálogo con el sector opositor que permita la supervivencia del chavismo –o de ellos– como sector político.

En los opositores al régimen también encontramos variables. Unos, los más extremistas, parten de la premisa de que al “enemigo ni agua”; y se niegan a cualquier proceso de diálogo, que consideran es una posición blandengue, que vende o traiciona la voluntad de cambio, que no tiene ninguna cabida, pues los culpables de los desmanes, cualquiera que estos hayan sido, deben pagarlo muy caro. Ponen por delante algunos “principios” abstractos de orden, se asientan en la posición de fuerza que les dan los resultados electorales del 6D y lo que dicen las encuestas y envueltos en la bandera de la justicia y en pro de la vindicación de los desmanes cometidos, niegan cualquier posibilidad de diálogo con un régimen que todos sabemos inhumano, corrupto y represor. Estos pertenecen a la legión de los “consecuentes”, a los que no dudan en librar las guerras hasta que quede en pie el último soldado y naturalmente coinciden con los más radicales partidarios del régimen, en cuanto a la posición de no dialogar.

Tema complejo este del diálogo, porque soy de los que creen que la justicia y la ley es lo que debe regresar e imperar en Venezuela y que hay delitos que se cometieron que no pueden ser obviados. No obstante yo me ubico, como he dicho otras veces, en la raza de los “inconsecuentes”, de los que no creen en los “verdugos”, ni en la “cacería de brujas” y afirmo –¡oh anatema!– la necesidad de iniciar un diálogo de tolerancia con todos los sectores del país, que nos permita reconstruirlo, contando con el concurso de todos los que tengan la buena fe de admitir errores y estén dispuestos a enmendarlos.

Repito la idea. Todo régimen autoritario, toda dictadura que acabe en un proceso democrático, forzado por la acción y voluntad popular, implica un profundo proceso de diálogo que permita cerrar heridas y continuar el camino construyendo un futuro para todos. Implica reconocer un principio democrático fundamental: las minorías tienen derecho a existir, a expresarse, a continuar su vida política.

Por último –y no podía dejar de mencionarlo– tras observar las virulentas críticas de esta semana a los “dialogantes” de la oposición, uno se pregunta ¿De qué lado están realmente algunos de esos “críticos”?; da la impresión de que para algunos opositores el chavismo es “funcional” y si dejara de existir el protagonismo que hoy ellos tienen, o creen tener, perdería una buena parte de su razón de ser.

Concluyo, como en otra ocasión, con aquella frase atribuida a Gandhi: El “ojo por ojo”, nos dejará ciegos a todos.

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