Gustavo Luis Carrera 09 de septiembre de 2016
De
suyo, todo grupo humano –como todo grupo animal– tiende a aceptar (¿necesitar?)
un guía o jefe. Y de inmediato surge la pregunta consecuencial: ¿guía, nada
más, o jefe absoluto? Según se aspire a una conducción inteligente y racional o
a un régimen dictatorial impositivo, surgirá la figura de un líder o de un
caudillo.
CAUDILLO.
De caudillos está plagada nuestra historia política del siglo XIX y de buena
parte del XX. Un “Caudillo” —autodesignado así, con mayúscula— sufrió España
por interminables años. Caudillo Comandante tuvimos recientemente aquí; que,
aunque algunos lo han mitificado y exaltado a la adoración perpetua, fue
caudillo, no líder. El líder comanda y orienta colectivamente; el caudillo
ordena y se hace adorar personalmente. De caudillo viene caudillesco, y de allí
caudillismo. Todas derivaciones de lo mismo: el culto sumiso y obsecuente a la
figura de un jefe, mandatario o comandante. Las decisiones del caudillo no se
discuten, se cumplen. Los caprichos del caudillo no se juzgan, se satisfacen.
LÍDER.
Proveniente del inglés, la palabra ingresa modernamente al español, para
designar al dirigente o figura coordinadora y representativa de un grupo activo
en el campo empresarial o social, y sobre todo político. A este respecto, el
líder se diferencia radicalmente del caudillo, siendo éste no un dirigente sino
un mandón. En consecuencia, el líder se sitúa en una conceptualización
civilizada y respetuosa de la representatividad pública. Solamente que, a
veces, parecería que en la opinión fáctica de una sociedad se confunden las
categorías, y tienden a igualarse, aunque sean tan disociadas. Por ello, como
en la actualidad, hay que cuidarse de que cuando se echa de menos el
surgimiento de un líder no se esté respondiendo al atavismo de soñar con un
caudillo. También ocurre que a raíz de la imposición de un caudillo, por mal
hábito rutinario, se tome la ruta humillante de pensar que la opción es generar
otro caudillo. La sola idea de este riesgo es alarmante.
¿ES
INDISPENSABLE EL LÍDER? “Un pueblo ignorante es instrumento ciego de su propia
destrucción”, decía Simón Bolívar. Y allí está la clave. Cuando el pueblo
evoluciona y accede a manejar conscientemente su voluntad, ya no puede ser
conducido al sometimiento mecánico a la voluntad de un líder. Es más, ya en la
actualidad cada día se cuestiona más la necesidad de un líder. La figura
solitaria del que comanda en jefe no tiene cabida en el pensamiento
contemporáneo. Lo propio es el debate colectivo, la acción socializada. No es
indispensable el líder. Realmente imprescindibles son la coherencia y la
honestidad del pensamiento político. La conducción de esa potencialidad surge
naturalmente, posándose circunstancialmente en una persona, que es guía, no
caudillo. La respuesta a la pregunta de si es indispensable el líder o lo es el
caudillo: resulta muy simple: se trata de un artificio, de una trampa. Ya la
necesidad de un líder es asunto superado históricamente; y la de un caudillo es
materia de la arqueología.
VÁLVULA:
“El caudillo surge como un mal político inveterado, de un pasado aparentemente
superado; pero siempre al acecho. La figura del líder moderniza y democratiza
la función del dirigente; pero, tampoco es indispensable. En todo caso, la
confusión entre líder y caudillo es de alto riesgo”.
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