Por
Susana Morffe, 04/09/2016
Lo
que dejó bien claro la “Gran Toma de Caracas”, es que el pueblo es el poder y
con él no puede nadie. La atribución de organización y capacidad de
convocatoria no es deleznable a la dirigencia política opositora, pero, otras
veces el pueblo no ha respondido de la misma manera. En eso hay que estar
claro.
Todas
las atribuciones individuales por el éxito de la marcha son abonos a la cuenta,
pero lo único y verdadero es que un pueblo con hambre no perdona ni una marcha.
Tanto en Caracas como en Nueva Esparta, el pueblo salió a las calles y se expresó
claramente con su presencia.
Este
sábado 2 de septiembre circuló como una bomba la noticia de la presencia de
Maduro en el sector Villa Rosa en la isla de Margarita, en horas de la noche,
la población recibió al mandatario con un cacerolazo, quien se refugió en la
casa de un chavista luego de atropellar a una anciana al arrebatarle su
cacerola. Funcionarios del Sebin penetraron en viviendas humildes, hubo
detenciones pero el pueblo no dejó de expresarse.
Lo
gracioso, ridículo y despreciable, es dar valor a un comportamiento tan
derrotista como la del Vicepresidente del PSUV, sacando fotos de
concentraciones viejas para demostrar que aún tienen peso específico en la
población, cuya población ellos mismos la han disminuido en peso y talla. Luego
el mandatario insuflado frente a la escuálida concentración dijo que lograron
frenar el golpe de estado preparado por la derecha. ¡Por favor!, sean alguna
vez serios en el poco tiempo que les
queda de vida en este régimen con olor a formol.
Hacer
llamados a toda una población cuando la misma está siendo gradualmente
lesionada en su vida cotidiana, se debe ver en dos aspectos interesantes.
Primero, se capta o escucha el clamor de la gente para traducir en un reclamo
general las necesidades del pueblo; y en segundo lugar, es una oportunidad
estratégica para cualquier político u organización que quiera imponer su statu
quo con fines conocidos y no son otros que electorales. El comunicado de la MUD
después de la Toma de Caracas fue una gran oportunidad para avanzar en sentido
estratégico y lograr el cambio.
Fuera
de eso, no hay nada que rebuscar. Los que no lo han hecho bien están
catapultados en su desgracia, dando patadas de ahogados.
Es
inminente el grito de auxilio del pueblo por un cambio y debe ser traducido por
el Poder Electoral como un mandato requerido y establecido en la Constitución venezolana, sin discusión en
cualquier parte del mundo eso merece respeto. No en balde los organismos
internacionales se han pronunciado a favor del “Gran Referendo Revocatorio”al
reconocer que es el camino para la solución de la crisis venezolana y debe
tener fecha inmediata.
Los
comunistas desde que penetraron en suelo venezolano, hacia los años 60, han
vapuleado cualquier precepto constitucional. Eso a Fidel y su combo sí les
“sabe a casabe”. Pero en Venezuela, con un sistema democrático, la Constitución
es el freno para los desquiciados que quieren imponer sus ideas con fines ya
conocidos por todos durante la práctica de los últimos años.
El
saqueo de la nación, como lo hicieron en Cuba, por citar al más allegado país
verdugo que ha vivido de las riquezas venezolanas, es un paso propio de los
malandros agrupados en guerrillas. Lo llaman en sociología, individualidades
anomias, fuera del orden y las leyes.
Fuera
del orden establecido es la pretensión que impone el mandatario nacional al
anunciar el despojo, a través de un decreto, de la inmunidad parlamentaria a
los legisladores designados por el pueblo el pasado 6 de diciembre. ¿Quién
puede atreverse a dar un paso como ese? Evidentemente que un individuo sin
respeto a las normas.
De
tal modo salta la pregunta, ¿Estamos o no en un país sin leyes? ¿Hasta cuándo
seguirán pisoteando la voluntad del pueblo?
Apuesto
por una respuesta afirmativa de todo aquel o aquella que en este momento me
está leyendo.
Frente
al reconocimiento de estas desviaciones el pueblo venezolano ha demostrado
paciencia y tolerancia en momentos tan frágiles y conserva el sagrado derecho
de ponerle punto final a este drama nacional. Ya no hay miedo y sobra voluntad
para exigir, no el político más popular, que es lo más simple, sino el mejor
para gobernar con las mayorías y de igualdad ante la ley, con garantías de
libertad. Es lo menos que podemos esperar.
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