Carlos Padilla Esteban 06 de octubre de 2018
Me da miedo pensar que con los
años pierda mi esencia y me vuelva viejo; quiero crecer, no menguar
Nunca
el camino es el mismo camino que he recorrido ya más veces. Siempre es
distinto. Un árbol quizás ahora tiene menos hojas. Han cambiado los olores. O
las piedras parecen haber aumentado.
Y el
sol está en otro punto de su recorrido. Y el brillo del agua. Y la paz. Hay más
viento, o más lluvia, o más calor. Y las sombras. Y las luces.
Y
quizás lo más notorio, tampoco yo soy el mismo en el camino. Han
cambiado mis miedos. O sueño otros sueños. O miro la vida de otra forma.
Me doy
cuenta de golpe de tantos cambios. Al mismo tiempo que estoy repitiendo los
pasos por un camino que no he vivido, aunque crea que es el mismo. Lo miro de
nuevo, pero es distinto.
Y yo
quiero a menudo que nada cambie. Quizás me asustan los cambios, me
da miedo la realidad que deja de ser la que era.
Hay
ausencias que duelen en el camino. Antes no las había. Y el camino también era
distinto por esa compañía. Cuando recorría parajes similares. O tal vez los
mismos caminos que ahora piso. Los tonos de verde. Las luces del alma.
Tengo
la tentación de repetirlo todo como ha sido siempre. Aferrándome a
un camino que es distinto. Aunque recuerde puentes, y árboles, e iglesias. No
importa. No es el mismo.
Tampoco
las personas que lo recorren conmigo. No son iguales. Han cambiado. O son otras.
Y quieren también vivir este camino como yo ahora.
Y yo
intento alejarlas recordando lo de siempre. Reteniendo en la retina de mi alma
el recuerdo permanente. No coincide con el presente. Y tampoco este con el
futuro.
Nunca
será el mismo camino, siendo el mismo. Yo cambio sin darme cuenta. Y cambian
mis sueños.
Me da
miedo pensar que con los años pierda mi esencia y me vuelva viejo,
rígido y torpe. Me asusta pensar que el paso de los años pueda debilitar mi
alma y cambiar el tono de mis pasos. Hacerlos frágiles como el cristal.
Endebles como las ramas de los árboles elevadas al cielo.
Me
asusta el paso de los años que vacía mi alma de fuerza y de sueños y cambia mi
camino. Me da miedo el cambio cuando pierdo fuerza y vida.
Y me
alegra tanto cuando el cambio mejora mi alma, mi aspecto, mi vida.
Por eso me gusta escuchar que una esposa diga de su marido: “Ha
mejorado muchísimo con el paso de los años”. Como el vino, me parece
un milagro.
Porque
tiendo, eso creo, a debilitarme con el cansancio, a detener mis pasos en el
camino por miedo a seguir adelante.
Tengo
miedo a perder fuerza al tropezar en las piedras que molestan. Y en mi
debilidad me asusta inquietarme con las personas que me incomodan. Y
acabar huyendo de los problemas y de las cuestas.
No
quiero buscar confrontaciones sin sentido. No deseo dejar de lado el idealismo
que un día estuvo vivo en mis recuerdos.
Por
todo eso, cuando lo que hacen los años es sacar brillo en mi alma, sonrío.
Yo quiero crecer, no menguar.
Quiero
que las hojas caídas llenen de vida mis raíces. Y deseo que las ramas se alcen
siempre hacia el cielo desafiando a los vientos, fuertes y flexibles.
No
quiero que me miren un día con estupor al ver mi aspecto. Al comprobar que
estoy mucho peor, que hace años, cuando era más joven.
Y me
cuesta que alguien me diga que el camino ahora parece peor que el que recorría
antes, cuando estaba lleno de vida. Esa mirada no me gusta.
Sé
que duelen los contratiempos y las caídas. Lo he comprobado. Pero
no quiero que ese dolor me desanime. Todo lo contrario.
Sé que
siempre puedo aprender del dolor que tanto me cuesta. Puedo
aprender de las caídas que hieren el alma.
Comenta
Enrique Rojas: “Hay derrotas que nos abren los ojos e iluminan el
camino”. Eso lo sé, lo tengo claro. Aprendo de lo que he perdido. Hago
que mi camino sea diferente.
No
quiero pensar que no soy capaz de abrir más los ojos en el camino. No me lo sé
todo. Aprendo paso a paso por caminos desconocidos que ya he vivido. Aunque
ahora no sea el mismo camino.
Veo
que me han cambiado las curvas, y las alturas. O soy yo el que ha cambiado al
coger altura con la vida. Y lo veo todo distinto.
Mi
alma está tranquila. Busca las luces llenas de vida entre las hojas muertas del
bosque. Tiene miedos y sueños. Luces y sombras. Igual que todos los caminos.
Algunos
miedos son los de siempre. Otros parecen nuevos. Me vuelvo a levantar con la
mochila lista, el alma presta. El peso parece adecuado. La sonrisa se mantiene
firme en mi rostro alegre. Eso no lo he perdido. Y mis manos abiertas queriendo
abrazar la vida.
Vivo
dispuesto a echar raíces, amando los lugares que piso. Mi
tierra es siempre la tierra que me detiene al pasar. Y disipo las tormentas que
me amenazan.
Camino
dispuesto a vencer la desidia, la pereza y el viento. No podrán acabar con la
esperanza que brota en mi alma. Me levanto de nuevo cada mañana.
He
perdido el miedo a los caminos nuevos. Y a los de siempre. Me gusta recorrerlos
sin perder el rumbo. Sigo las flechas.
No
dejo de mirar el paisaje que me rodea. La belleza, el sol y la luna, los
rostros en los que Dios me habla de su amor infinito.
Me ato
sin detenerme. Me libero sin olvidarme. Vivo en el camino haciendo hogar a cada
paso.
Espacios de familia en el que otros encuentren descanso.
No me
detengo a pensar en mis fuerzas. No es lo importante. Ni en mis dolores, ni en
mis penas. Creo que esa mirada mezquina es la que me vuelve egoísta. No la
quiero.
Quiero
vivir libremente con una sonrisa. Abrazar sueños. Recorrer la vida en el alma
de los que a mi lado caminan.
Me
gusta el camino. Porque en él no me acomodo. Siempre me levanto
dispuesto a alegrarme con los cambios. Con la vida que fluye y no se detiene.
Con todo lo que el día me regala y pone entre mis manos.
Por un
tiempo corto. Unos pasos. No importa. Son el regalo cotidiano que
abrazo sin querer retener. Y beso sin querer poseer.
Así es
la vida y mi camino. Siempre el mismo. Siempre distinto. Porque el
camino y yo no somos los mismos.
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