Simón García 09 de octubre de 2018
El
debilitamiento de la oposición no parece encontrar fin. La ahondan quienes
gritan por el choque inmediato y total con el régimen. Sin deslindes oportunos
arrastrarán a toda la oposición y al país a la violencia. Es hora de soltar
amarras porque seguir pegando políticas contradictorias inducirá a la oposición
pacífica, democrática y electoral a concesiones y omisiones que la neutralizan.
Aumenta
la disposición a redefinir políticas de oposición útiles socialmente, eficaces
para superar la crisis de destrucción productiva y propiciadoras de nuevas
formas de coexistencia institucional y política. Una ventana de futuro,
independientemente de que su primera vista sea o no la sustitución
constitucional de Maduro.
El
ancla a esa ventana son las evidencias de que ofrecer, sin tener con que, el
derrocamiento del régimen conlleva a costos muy altos a los que combaten en
primera fila, a la unificación del país y a requisitos de gobernabilidad para
cualquier plan de reconstrucción y relanzamiento de la economía, la democracia
y la convivencia. El pensar extremista le entrega al régimen el tablero
electoral y apuesta sólo a la invasión o el golpe. Lances a ciegas que
arriesgan la sustitución de un autoritarismo por otro de “nueva” clase.
Irresponsable vuelta a la misma tortilla.
No se
quiebra la unidad de la oposición, si se considera que asegurar su viabilidad
implica admitir la existencia de gruesas diferencias. Pero si las diferencias
toman el lugar del objetivo común y si los desacuerdos ya no pueden ser
manejados entre las élites partidistas, entonces hay que acudir al debate
ciudadano y a una competencia sujeta a reglas decentes.
Frente
al guante de la ruptura, los términos medios están a ras del suelo. O se está
de acuerdo con el discurso y el rumbo de una minoría con fuertes bases en el
exterior o se levantan rumbos alternativos con preponderancia de los actores
que siguen actuando internamente. Son expresiones de dos políticas y una de
ellas debe lograr un contundente aval mayoritario y su equipo dirigente mostrar
así su representatividad social. Dos vías de selección mejores que unas
primarias.
Es
imposible defender la unidad, más como medio que como fin, sin marcar un perfil
propio frente a los que acuden a la división, desde el gobierno o desde la
oposición, para imponer sus hegemonías. Requiere debate, estimación de las
motivaciones, evaluación de resultados en vez de acorralamientos al que piensa
distinto y suponer que al otro no le queda más camino que la rendición o el
exterminio.
Nuevas
circunstancias llaman a someter a crítica la unidad que hemos tenido hasta
ahora porque, confinada a los partidos, no trasciende el esquema
gobierno/oposición y está fuera de la vida social. Es urgente que el conjunto
de la oposición examine nuevamente temas concretos como la participación en
consultas o elecciones que no son enteramente democráticas.
Es inaplazable
trabajar por adquirir condiciones para alinear más presión interna con las
salidas señaladas por la solidaridad internacional, en vez de aferrarse a
desenlaces que dependen a fuerzas e intereses de otros. Los prejuicios, las
viejas facturas y el odio hay que sacarlos del equipaje.
Simón
García
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