Soledad Morillo Belloso 26 de agosto de 2019
@solmorillob
Los
abyectos de uno y otro bando que, asidos a pretextos, se niegan a procesos de
negociación coinciden en ser quienes curiosamente no están pasando
"roncha". Sea de origen limpio, dudoso o sucio, tienen dinero (en
abundancia) para aguantar el desastre sin pasar calamidades personales o
familiares, sin realmente enfrentar ni un día de privaciones vitales. Plantean
entonces sus propuestas desde el confort de su situación de vida almohadada.
Nunca se angustian por si al abrir los ojos por la mañana habrá o no algo que
poner en un plato para alimentar a unos niños que miran con ojos de desahucio y
han sustituido el "bendición" por gruñidos de hambre . Sufren por el país,
quizás, a su manera, pero no tienen carencias propias sobre su espalda. Eso tal vez les hace sentir que una
negociación sería, además de un tatuaje de perdedores, una evidencia de debilidades que (según
ellos) no tienen.
Pero
en el medio del bramido de los abyectos está el país, el país que no come y al
que las ropas raídas se les deslizan por los huesos ya sin panículo adiposo. El
país que no tiene empleo. El país de las industrias apagadas, los comercios
sobreviviendo a duras y a penas, los empleados públicos ganando mal y cayendo
en las turbias tentaciones de hacerse de ingresos extras en las trochas de la
corrupción. El país de la vergüenza de contabilizar cientos de presos políticos
que ya forman parte del paisaje. El país de los largos apagones, las casas sin
agua y las cocinas sin gas. El país donde ya no es posible la insoportable
pedantería de llenarse la boca hablando pomposamente de recursos naturales.
Está el país dañado, roto, sucio, que huele mal. El país hostil donde la vida
no vale nada. El país que se queda sin maestros, profesores e investigadores.
El país del que huyen los médicos y enfermeros. El país con medios de
comunicación mediocres que llenan la pantalla con concursos de belleza que son
muestra de la profunda estupidez que ha tomado de su cuenta a los ejecutivos de
los canales y los revuelca en la banalidad.
El país que cada día se ahoga más y más en alcohol y se llena el cuerpo
de drogas. El país que piensa en irse a
cualquier parte y como sea. El país de muertos en vida deambulando por calles
destrozadas.
Ese
país no lo ven esos grandilocuentes que se oponen a cualquier negociación. Y si
de soslayo lo ven, no les importa. Los de uno y otro bando,
paradojicamente, son caras opuestas de la
misma moneda. Ambas especies viven asomados a la mar pero sin mojarse las
patas. Y alimentan en sí mismos (y en otros) la necia búsqueda de la fantasía.
Viven en una versión criolla de la tierra del verde jengibre. Son incapaces
física y espiritualmente de ponerse en la piel de los que sufren. Pero,
ah, tienen una narrativa cargada de
frases hechas y lugares comunes sacados del diccionario de la demagogia
patriotera que consigue cautivar (y manipular) a muchos que buscan en donde sea
algo que se parezca a una pequeñita esperanza de la que aferrarse.
En
el medio hay también los que pretenden vender un protoplasma viscoso. La
insólita juntura entre Claudio Fermín y Juan Barreto - contra natura -
despliega el hedor de la payasada oportunista, de la pesca en el fango
revuelto. A Claudio le sobran varios kilos y a Juan Barreto más bien fanegas.
Pero en sus lenguaradas cargadas de chupetines churriguerescos pringados de
cianuro pueden caer algunos desesperados incautos.
Por
supuesto que habrá negociaciones. No lo duden. Fuera del territorio. Con
"palabreros" de diversas nacionalidades. No será, por cierto, en los
términos que pretendan imponer Maduro o Trump. El uno no tiene fuerza
para empecinarse y al otro no le importa tanto el asunto como para dejarse la
piel. Este proceso, mucho más complejo y empastelado de lo que algunos con
mentalidad simplona creen, tomará aún
más tiempo, para desembocar en un acuerdo, incómodo para ambos bandos en
disputa. Es un camino largo y espinoso el que aún tenemos por delante. Y
perderemos, para nuestra infinita desgracia, la poca inocencia que nos queda
como personas y como país. De esta nuestra caja de Pandora no saldrá la
esperanza. Puede salir tal vez la sensatez, esa que hace ya tantos años ha
estado callada y ausente.
Y
luego -porque siempre hay un luego- entenderemos que un país no se hace a punta
de gritos y no deben guiarlo nunca los que insultan más. El liderazgo que se
precisa es el que no tiene que recurrir a discursos manidos. Y si finalmente
optamos por la democracia de verdad y no solo de papel y oropel, será bueno que
comencemos por entender que un demócrata respeta y se hace respetar, pero nunca
se inclina ante nadie y no compra las órdenes de quienes desde cuarteles y palacios han convertido
este país en una degradante película. Un demócrata no comulga ni colabora con
la necia búsqueda de la fantasía.
Soledad
Morillo Belloso
@solmorillob
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico