Cristianisme i Justicia 24 de agosto de 2019
@CiJusticia
Hace unos meses el papa Francisco inició el Jubileo de
la Misericordia, para ayudarnos a vivir la misericordia, la que todo el mundo
necesita recibir de parte de Dios, pero también la que debemos practicar para
con tanta gente abrumada por el sufrimiento.
Sin embargo, hay palabras traidoras. Palabras que
quieren significar cosas buenas, pero sólo oírlas ya suenan mal a los oídos, al
menos a algunos oídos. Una de esas es la misericordia. Y no hay que recurrir a
las burlas de Nietzsche para constatarlo. Al oír la palabra misericordia muchas
personas piensan en sentimentalismo barato, obras de caridad para rehuir la
justicia, ayuda a las personas sin pensar en las causas que las hacen sufrir…
Un maleficio, una palabra importante, pero engañosa, porque no quiere
significar otra cosa que el sentimiento personal profundo por el sufrimiento de
los demás, un sentimiento que mueve a la acción sincera y generosa para aliviar
este sufrimiento… Corazón y miseria componen las dos partes de esta palabra: un
corazón que siente la miseria o sufrimiento de los demás…
La misericordia es pues un sentimiento profundo y
dinámico, que no permite que quien lo siente se quede inmóvil o pasivo ante
tanto sufrimiento que hay en la humanidad. Es el alma de la solidaridad, de la
acción social, del compromiso por la justicia… Por un lado, la compasión es
propiamente la actitud permanente que se da en cualquier situación, siempre que
hay fraternidad y amor, y por otra parte, la misericordia es la compasión hacia
la persona que sufre. Una actitud profunda, una conmoción del corazón, que
conduce a los actos de solidaridad…
La fe en un Dios que ama al mundo y por eso es
misericordioso
El Dios bíblico es un Dios con sentimientos, que se
alegra de haber hecho el mundo y de haber creado al Hombre. “Vio que todo era
muy bueno” (Gen 1,31). Pero, más adelante, el relato fundante del Sinaí nos
presenta un Dios que, porque ama, siente el sufrimiento del pueblo oprimido, lo
quiere liberar y cuenta con Moisés como líder de esta liberación (Ex 3, 7-10).
En el AT, a pesar de episodios de la historia del pueblo donde parece que Dios
presenta un rostro un poco adusto, y que hay que interpretarlos en el conjunto
de la historia de salvación, la constante es que Dios es “compasivo y benigno”
(Salmo 103), “su misericordia es eterna” (Salmo 136).
Jesús viene a llevar a la cumbre esta trayectoria de
la revelación de Dios. Su vida y su acción revelan al “Padre misericordioso”
(Lc 6, 36). Él mismo se manifiesta como el hombre poseído por el Espíritu
enviado a liberar todo tipo de esclavitudes y a anunciar una buena noticia a
los pobres anunciando un mundo nuevo (Lc 4, 16-21). Este hombre espiritual resulta
desconcertante, porque relativiza costumbres, ritos y prácticas religiosas,
incluso el Templo, y se relaciona con gente pobre y de mala reputación. Y
cuando, movido por este desconcierto, Juan envía a sus discípulos a preguntarle
si es él el que espera todo el pueblo, Jesús les responde con este signo de
identidad de su misión: curar enfermos, hacer andar cojos, resucitar muertos y
anunciar una buena noticia a los pobres (cf. Mt 11, 2-6). Porque, ante las
necesidades y sufrimientos de los demás, a Jesús “se le removían las entrañas“,
es decir, el sufrimiento de los otros le conmovía.
El “principio-misericordia”
De acuerdo con toda esta visión de la tradición del AT
y del NT, hace ya más de veinticinco años Jon Sobrino formuló el
“principio-misericordia”, inspirándose en la expresión de Ernst Bloch, el
“principio-esperanza”. Porque la misericordia es lo que mueve toda la acción de
Dios en el AT y de Jesús en el NT. Jesús hace muchas cosas y en muchos lugares
(enseña, cura, denuncia, alimenta, dialoga, etc.), pero la misericordia es lo
que inspira y mueve todo en su vida y acción. Siente a fondo el sufrimiento de
la gente, antes que ocuparse del pecado se preocupa de aliviar su dolor. Un
hecho, sin embargo, hay que remarcar, que Jesús no se limita a la esfera de lo
privado, sino que extiende la misericordia a dimensiones colectivas y públicas:
reparte el alimento a una multitud, interpela a los ricos, predica a las masas
y las alienta, denuncia los abusos de las autoridades religiosas y políticas,
se enfrenta a los manipuladores de la religión del Templo…
La misericordia política
Este principio-misericordia es, pues, lo que ha de
iluminar y conducir la vida de los seguidores de Jesús, y de la Iglesia como
comunidad. Es lo que el Vaticano II marcó como orientación de la Iglesia del
futuro, una Iglesia samaritana, una Iglesia de la misericordia. Una
misericordia que abarca las relaciones más inmediatas y cercanas de las
personas, pero que tiene que hacer frente también al ámbito estructural del mal
y de la injusticia. Nos lo recuerda el papa Francisco: “La Iglesia, guiada por
el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, escucha el clamor por
la justicia y quiere responder con todas sus fuerzas” (Evangelii Gaudium 188).
Esta sería la gran eficacia de nuestra solidaridad y compromiso por un mundo
más fraterno y justo: ser personas, comunidades y grupos marcados por una
pasión, la del sufrimiento de los demás. Imaginemos qué pasaría si en los
ayuntamientos, en los parlamentos, en el Consejo de Seguridad de la ONU, en el
Banco Mundial o el FMI hubiera la mitad de las personas con el virus de
la misericordia… Precisamente el papa Francisco, al convocar el Año de la
Misericordia 2016, llama a la conversión a los que cometen actos criminales a
menudo movidos por la codicia, a las personas que adoran el dinero y causan un
mundo injusto, a las que navegan en medio de la corrupción… Y los llama a
experimentar la misericordia de Dios, que si la acogen los transformará en
misericordiosos. Si el principio-misericordia fuera el motor de nuestra
sociedad, se confirmaría que “la misericordia es un acto político” (Louis
Lebrêt).
Misericordia con humildad y con alegría
No seamos ingenuos, no miremos la sociedad desde
fuera, como si los males sólo vinieran de los demás. Como aquel fariseo de la
parábola que juzgaba a todos y él se sentía reconfortado con sus prácticas y
ritos religiosos. El evangelio nos dice que al final de la historia “todo el
mundo” será juzgado no por el mal que ha hecho, sino por el bien que ha dejado
de hacer, por la falta de misericordia… “Tenía hambre…, tenía sed…, era
forastero…, estaba desnudo…, enfermo y en la cárcel…, y no me hicisteis caso”
(Mt 25, 31-46). Un reconocimiento leal de lo que no hacemos y podríamos hacer
para cambiar las cosas, por nuestras complicidades y silencios, por nuestras
pasividades ante la injusticia, sería una excelente colaboración a la sociedad
del cambio, a una nueva sociedad. Y, por ello, el Papa habla a los cristianos
de la renovación del sacramento de la reconciliación, que puede ser un momento
de reconocimiento sincero de nuestra poca misericordia, que nos abra a la
misericordia de Dios, nos empuje a una verdadera y generosa solidaridad y nos
haga probar la bienaventuranza de “felices los misericordiosos” (Mt 5, 7).
Por eso, este tiempo que el papa Francisco ha querido
poner bajo el signo de la misericordia, podría ser también el tiempo de la
recuperación de una verdadera alegría, la de las personas que acogen la
misericordia de Dios abriéndose a la vez a la búsqueda de la justicia y al
trabajo de la paz. No creo que muchos lleguemos a alcanzar el nivel de Etty
Hillesum, que en medio de un campo de concentración, sufriendo, rebelándose y
luchando, aún podía exclamar: “la vida es bella”. Pero sí podemos “practicar
misericordia con alegría”, como recomendaba san Pablo (Rom 12, 8). Tal vez
haremos realidad, aunque sea un poco, el sueño del profeta: “Libera a los que
han sido encarcelados injustamente… deja libres a los oprimidos… comparte tu
pan con el hambriento, acoge en tu casa a los pobres vagabundos, viste al que
va desnudo. ¡No los rehúyas, que son hermanos tuyos! Entonces brillará como el
alba tu luz y tus heridas se cerrarán en un momento… Entonces tu luz se alzará
en la oscuridad, tu atardecer será claro como el mediodía… Serás como un huerto
empapado de agua, como una fuente que nunca cesa” (Is 58, 6-11).
Tomado de: http://www.teologiahoy.com/secciones/teologia-y-politica/la-misericordia-un-acto-politico
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico