Baltazar Porras 27 de agosto de 2019
@bepocar
Conocer,
reconocer y crear para recuperar la capacidad de conducir nuestra vida
La supervivencia es la meta cotidiana en condiciones
cada vez más precarias. Como Iglesia nos sentimos corresponsables y no nos
podemos quedar de brazos cruzados
Debemos recuperar “el sentido” de la vida. Adquiere
vigencia preguntarse “quienes somos”, y para qué, por qué, hacia donde, con qué
objetivos, con qué intencionalidad… vivimos y actuamos
Conocer, reconocer lo bueno y lo malo, pero dándole
“sentido” a la existencia, es la única forma de superar el marasmo en el que
estamos para no volver a caer y evitar que vuelva a pasar
Démosle “sentido” a la vida para no vivir en una
desesperanza estéril
Todos “sabemos” que la crisis del
país es grave. Lo constatamos cada día y lo ratifican los sondeos, encuestas y
estudios de especialistas. Sólo la manipulación mediática del régimen proyecta
una imagen de tranquilidad y bonanza que choca estrepitosamente con la
realidad.
Padecen los más vulnerables pero el espectro
se agiganta en un arco creciente de la población silenciosa que vive
cada día más al límite de lo tolerable. No alcanza el dinero, las enfermedades
merman la calidad de vida, los rostros tristes y apesadumbrados indican falta
de afectos de los seres queridos. Son los rostros de una exclusión social
creciente que nos deja sin millones de hijos de esta tierra que huyen buscando
mejores condiciones de vida en otras latitudes.
La supervivencia es la meta cotidiana en
condiciones cada vez más precarias. Como Iglesia nos sentimos corresponsables y
no nos podemos quedar de brazos cruzados. La vocación samaritana nos impele a
no pasar de largo sino a involucrarnos en el mal y la necesidad del prójimo.
Pero no basta “saber” todo eso,
porque nos podemos convertir, en palabras de Oscar Ricardo Joao, en
“sutiles profesionales cínicos, expertos corruptos, eminentes asesinos,
brillantes explotadores, sabios déspotas, lumbreras de fraudes, ilustrados
hedonistas, excelentísimos materialistas, venerables consumistas y personas
ignorantes”.
Son palabras fuertes pero nos golpean a todos. Por
supuesto, y en primer lugar, a quienes “conociendo” la realidad se hacen los
locos, desviando la atención a “culpables foráneos”. Pero también golpean al
resto de la sociedad, porque tenemos la obligación de ser, no solo “pacientes
sufridores” de la realidad; debemos ser protagonistas del cambio que
merecemos. Para ello debemos recuperar “el sentido” de la
vida. Adquiere vigencia preguntarse “quienes somos”, y para qué, por qué, hacia
donde, con qué objetivos, con qué intencionalidad… vivimos y actuamos.
Si para nosotros la vida no importa sino la mía; la de
los demás que se las arreglen. Si no tenemos ni por asomo conciencia de ser
creadores e inventores de nuestro entorno, los más vivos y sin entrañas
nos manejarán como veletas a su antojo.
Qué es y qué significa para cada uno de nosotros “la
libertad” como motor de iniciativa y búsqueda. Qué es la identidad,
o nos da lo mismo ser de este pueblo o de cualquier otro. Qué es la esperanza
como aliento de vida. Cuál es nuestro “imaginario”, qué es lo que
nos hace buscar con ahínco esa felicidad propia y compartida que le da alegría
a la existencia, y como creyentes nos asegura que Dios no nos ha abandona,
andamos perdidos en la maraña de la existencia sin rumbo y sin ruta.
Conocer, reconocer lo bueno y lo malo, pero dándole
“sentido” a la existencia, es la única forma de superar el marasmo en el que
estamos para no volver a caer y
evitar que vuelva a pasar, y tener el coraje de ser creativos en la
construcción del paraíso que soñamos y dejemos atrás la destrucción del país en
el que nacimos y no nos reconocemos.
Démosle “sentido” a la vida para no
vivir en una desesperanza estéril que nos aplasta y no nos deja ver hacia
adelante, hacia la trascendencia de lo bueno y hermoso de ser hermanos.
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