Por Froilán Barrios
Resulta una proeza para los
opinadores de páginas web y de diarios locales e internacionales tratar de
explicar el drama que estremece a nuestro país, ante una realidad global que
conoce cruentas guerras civiles de todo género y desenlaces abruptos en el
planeta
Uno se pregunta cómo la
próspera nación latinoamericana simbolizada por el realismo garciamarquiano del
pasado siglo en una virginal doncella del Caribe, comparada con su natal
Colombia, representada en una decadente y prejuiciosa dama avejentada, sea hoy
lo contrario: una indigente que deambula por páramos y caminos del continente
provocando compasiones y miserias.
Alguien diría que los países
no se suicidan, por el contrario del subsuelo de sus conciencias deambulan para
encontrar una salida hoy indisoluble y esquiva, como las raíces que tratamos de
describir del por qué llegamos a este tremedal, donde se encienden las alarmas
de la sobrevivencia de esa nación que causó otrora admiración universal.
Estamos inmersos en un
estado de locura generalizada como la zaga fílmica de 1979 que representaba a
una sociedad de un futuro apocalíptico marcado por la escasez de agua, petróleo
y energía, crisis económica y el caos social. Las pandillas de facciones
dominan las carreteras de Australia, donde no existe presencia del Estado por
la crisis económica. Esto puede ser más cercano a lo que nos estremece hoy en
Venezuela, donde el Estado fallido es el que controla nuestro diario devenir,
al propiciar la hambruna, la inseguridad, la ruina de los servicios públicos,
entre otros desmanes como política de gestión.
Me cuenta un atribulado
padre que decidió ante la escasez en Maracaibo al buscar alimentos en Maicao,
convirtiéndose en una odisea su traslado, un trayecto de 50 kilómetros, hasta
la frontera debió sortear seis alcabalas, con el pago de vacuna “solidario
obligatorio” a las fuerzas de orden público, y en el caso de buscar como
alternativa las trochas, las bandas armadas extorsionan violando mujeres so
pena de morir en el intento. El regreso no fue menos traumático, al llegar al
Moján luego de haber pagado la coima, el chofer como salvoconducto sube al capó
del vehículo a un adolescente wayuu como garantía de no ser molestado en
ninguna de las alcabalas restantes, no contando que llegando a Sta. Cruz de
Mara una rumba improvisada en carretera, con vacuna adicional bloqueó la ruta
durante más de 3 horas hasta la madrugada, impidiendo el acceso a Maracaibo. Lo
que era un paseo cotidiano de 3 horas fue trastocado en 24 horas ante la
impunidad reinante en la frontera norte de Venezuela con Colombia.
Episodios como éstos se
repiten por miles en el territorio nacional, convirtiéndonos cada día en
realidades de estados fallidos ubicados en el cuerno del África, donde la
somalización se ha convertido en una categoría política para caracterizar a
países donde el estado dejó de existir y las naciones se colocaron en el umbral
de la extinción.
En nuestro caso de no haber
desenlace en el corto plazo los datos de pobreza registrados en cada barriada,
comarca rural, señalan a un tsunami social que puede desencadenarse en
cualquier instante, como la chispa en la pradera, ya que en ningún país sus
habitantes pueden sobrevivir con 2 dólares al mes sin reaccionar con fiereza
con el instinto de sobrevivencia determinante hasta en las bestias más
salvajes. A nivel internacional este clamor patrio se resiente en las fronteras
en varios países con la diáspora que demuestra a decir de José Martí “Cuando un
pueblo emigra sus gobernantes sobran”.
28-08-19
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