Américo Martín 04 de mayo de 2020
Estoy
por creer que todos en Venezuela son partidarios de que esto cambie. ¿También
Maduro se inclina al cambio?. El problema es la forma, las consecuencias y la
propia mise en scene. Obstinado como debe estar, de gobernar en un país que se
le deshace como una galleta de soda en las manos, plagado de sospechosas
infidencias, el círculo de sus leales podría estar acariciando caminos propios.
De
las tres maneras de enfrentar la crisis terminal, ninguna es totalmente
convincente. La invasión militar, la escalada represiva frente a una espiral
creciente de protestas colectivas y la negociación, siempre que la mitad del
problema se resuelva en la agenda a convenir. Lo que le dio impulso y
credibilidad a la negociación es que fue postulada por el Departamento de
Estado norteamericano, casi en forma contemporánea con la petición del
levantamiento de las sanciones, alegando razones humanitarias, por parte de
Nicolás Maduro.
En
respuesta a semejante pedido, el equipo de Mike Pompeo, sugiriendo que estaba
de acuerdo pero a cambio del cese de las violaciones de los DDHH por parte del
gobierno de Maduro y, en lo inmediato, la liberación de los presos políticos,
civiles y militares, que son tanto o más consideraciones humanas que las
alegadas por Miraflores para solicitar la revocación de esas sanciones que lo
agobian.
¿Y
por qué tendría el Departamento de Estado que postular la agenda de un problema
cuyos dos protagonistas comparten –quizá por lo pronto sea lo único que
comparten– la cédula de identidad? Porque el proceso venezolano ha convertido a
EEUU en protagonista al dictar las sanciones en respuesta a las alegadas
infracciones. Precisamente, en la agenda propuesta por el Secretario de Estado
Mike Pompeo, se describe minuciosamente el desmontaje de las sanciones en
paralelo con el levantamiento de las ilegalidades, proceso que debería ser
gradual para manejar con eficacia este problema.
La
agenda se extiende, además, a las maneras de materializar el cambio democrático
y, desde que fue asomada, hizo gala de una interesante flexibilidad. Al hablar
de la emergencia, la posición norteamericana era terminante en dos aspectos:
primero, que Maduro no podría presidir el gobierno de transición y segundo, que
Maduro, ni quien fuera presidente de la transición, tendrían derecho a
postularse para las elecciones presidenciales que el gobierno de emergencia
organizaría en plazos técnicamente bien calculados, de 6 meses para la primera
magistratura y luego 12 meses para las parlamentarias.
Ambos
comicios se atendrían a las exigencias que fueren necesarias para garantizar la
total pulcritud, propia de elecciones libérrimas. Todo bajo estricta
observación nacional e internacional.
Para
facilitar la propuesta referida personalmente a Maduro, Juan Guaidó se incluyó.
Propuso que los dos quedaran excluidos de la presidencia del Gobierno de
Emergencia Nacional. Y además, que Maduro tuviera el derecho de postular su
nombre a las elecciones presidenciales.
Si
se promete desmontar las sanciones, si además su rival Guaidó renunciara a la
presidencia interina y por último, si ambos podrían competir en la elección
presidencial, en el fondo de su alma –según imagino– podría estar soñando con
alguna fórmula que lo librara del peso que, a duras penas, está soportando.
Entonces,
¿por qué diablos no aceptó inmediatamente la negociación con Guaidó y la AN con
la fórmula gradual propuesta por EEUU? Me atrevo a decir que ni Shangó, los
babalaos, ni Sai Baba, hubieran perdido ese chance.
¿Qué
puede lograr la negociación que no se obtenga a distancia sin necesidad de
cruzar palabras? “A distancia”, he oído a Nancy, mi esposa, arremeter contra la
“educación a distancia” promovida por Miraflores, en forma tan brillante, que
me ha hecho reaccionar con cierta repulsa esa idea de negociar cosas vitales
sin hablar cara a cara.
El
poder de la negociación, cuando hay fuertes intereses en juego, es
espectacular. Digamos, por ejemplo, los medrosos que temen ser engañados
podrían invocar coherencia. Si se me permite ser candidato presidencial, ¿cómo
podrían sostenerse las sanciones que recaigan sobre mí? Con ese sentido
práctico que Stalin admiraba en los estadounidenses, dijo en el sepulcro de
Lenin que el fundador de la URSS poseía el espíritu revolucionario de los rusos
y el sentido práctico de los norteamericanos. Tratándose de un bellaco, enemigo
jurado de EEUU, como Isis Vissariónovich Dzhugashvili (Stalin), el elogio debe
tomarse por partida doble.
Para
saber luchar hay que saber negociar, como escribí en un artículo anterior. Y la
coherencia es un arma esencial.
El
asunto es la fortaleza de los intereses en juego. El primero para Venezuela,
sus amigos y sus menos amigos, consiste en liberarse de la doble coyunda de la
policrisis económica, política y social que la aplasta de manera inclemente. Y
el coronavirus que no oculta su deseo de acabar con la especie humana.
Cuando
hay interés, negociando se entienden hasta los monos, cuya inesperada
inteligencia les permitió a la universidad de Oxford la vacuna contra el
covid-19 antes que al animal humano.
Como
no quiero herir susceptibilidades, el único mono que citaré será el “mono”
Zuloaga, gran pitcher del Cervecería Caracas, quien saltaría de alegría con la
noticia para evidenciar que su equipo no tenía mejor lanzador que él y que la
primacía de su especie resaltaría en la famosa
Américo
Martín
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