Juan Guerrero 05 de octubre de 2020
@camilodeasis
Conservo en mi memoria la imagen de una hermosa actriz
momentos cuando desciende de las escalerillas de un avión. Justo cuando pisa el
suelo la abordan los ‘paparazzi’ y yo centro la mirada en un objeto que siempre
he vinculado con la intimidad femenina. La actriz en cuestión, no recuerdo si
es Sophia Loren, Catherine Deneuve, Brigitte Bardot o cualquier otra de esos
hermosos años 60-70 del siglo pasado, muestra orgullosa su neceser que sostiene
en su mano derecha.
Con esos cabellos enrollados a la cabeza, alargados y
llenos de laca y con vestidos cubiertos con densas capas y zapatos puntiagudos
y de agujas, eran unas verdaderas divas poseídas por una singular belleza que
mantenían en secreto, guardado en un objeto misterioso y donde depositaban su
intimidad.
Mi madre tenía uno, creo que de color amarillo
pollito, donde guardaba sus pócimas de belleza: la crema humectante Jean Naté,
los frasquitos ‘pinta uñas’, la lima, la tijerita saca cutículas, el champú
Drene, un agua de colonia Jean Marie Farina, su perfume, la laca para el
cabello, una muda de ropa interior y hasta una peluca. En ese neceser cabían
más cosas que en el maletín del gato Félix.
Después, mi madre salía al centro de Maracaibo para
hacer su acostumbrado recorrido por las tiendas de costura, sastrería y telas.
Iba a Dovilla donde trabajó por años como modista y diseñadora de trajes, y
también al almacén Blanco y Negro, frente a la plaza Baralt. Lucía sus olores
de mujer amorosa y dicharachera, conversadora.
Recuerdo cuando mi hermana mayor se casó. Al día
siguiente se apareció en la casa con su flamante esposo y en su mano cargaba un
neceser nuevecito. Daba ‘caché’ sobre todo cuando iban a viajar en el avión de
Aeropostal, o incluso, cuando abordaban la línea de transporte para viajar por
carretera. Se colocaban el neceser entre las piernas mientras aguardaban que
pasara la chica, camarera de viaje, que ofrecía cigarrillos Lucky Strike,
dulces y chiclets Adams. Las mujeres se cubrían el cabello con laca, se
colocaban sus lentes oscuros tipo gatico y agarraban su neceser. Eran las
llamadas ‘chicas cosmo’ que leían la revista Cosmopolitan.
Yo disfrutaba cuando mi madre me mandaba a buscar el
neceser que estaba sobre la ‘cómoda’ en su cuarto. Pero el neceser era muy
pesado. Era un pequeño maletín de mano marca Samsonite, cuadrado, con su
cerradura de metal. Me costaba un mundo levantar semejante peso. Con mis dos
brazos flacuchentos de 6-7 años cubría aquel objeto oloroso y sólido. Ella
sacaba su llavecita y abría ese misterioso cofre. Entonces, de pie a un lado de
ella veía dentro el mundo maravilloso de eso que llaman feminidad. Una fina
tela de organza cubría las paredes del neceser. Justo dentro de la tapa, cuando
la subía, aparecía el objeto que más apreciaba, el espejito. Ella se miraba el
rostro y hurgaba con su mano derecha el interior de un pequeño bolsillo donde
había zarcillos, anillos y uno que otro collar.
Hoy miro ese reflejo y desde el fondo del neceser mi
madre sigue embelleciéndose con el tiempo. Sonrío y en silencio pronuncio ese
mágico nombre, neceser, que ahora es un término caído en el olvido. Porque el
objeto ha evolucionado, desde los más pequeños tipo cartucheras, hasta aquellos
grandes y con ruedas, llamados maletines de mano o ‘carry on’.
Pero lo más extraño es que tanto el objeto como su
nombre son esencialmente femeninos, tanto, que dudo que por estos tiempos de
tanto cuestionamiento idiomático, pueda ser identificado con el mundo de la
masculinidad. No creo que un macho alfa, lomo plateado, de pelo en pecho se
aventure a pronunciar en una reunión de condominio la santa palabra neceser,
así, con ese ‘seseo’ afrancesado. Porque existen palabras sacras, como mantras
que sólo les son otorgadas usar y pronunciar a esos seres misteriosos y
sublimes, que habitan los espacios de lo femenino.
En este mundo del ‘macho man’ no creo posible que a
ese ‘lomo plateado’ macho alfa se le puedan desdoblar los labios para
pronunciar la palabra ‘manicure’ o ‘pedicure’, así, con la boquita contraída y
alargadita como besito de piquito, mucho menos pronunciar, fucsia.
Lo cierto es que en este mundo de los extremos
idiomáticos por conflictos de género llevados a confusiones (creer que género y
sexo son iguales) los lomo plateados tienen las de perder. Yo seguiré con mi
memorioso y perfumado neceser, donde guardo esas y otras fragancias, términos,
frases, expresiones de un idioma y de una historia que expresa su belleza y su
fragancia en sus misterios femeninos.
Juan Guerrero
@camilodeasis
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