Carolina Gómez-Ávila 11 de octubre de 2020
No sé si se ha dado cuenta, pero todas las partes
lucen satisfechas
Cada día, el Gobierno anuncia cifras decrecientes de
contagiados por covid-19. Los líderes de oposición reivindican las protestas
recientes. Los economistas difunden análisis de discreto estímulo a la
reactivación. Los medios le dan menos rotación a la información sensible sobre
la pandemia. Las telecomunicaciones aumentan descomunalmente sus tarifas. Las
leyes del mercado, dirá alguno.
El Gobierno necesita participación popular en un evento
político. La oposición necesita que el rechazo popular a la dictadura
crezca. Los medios necesitan dejar de perder anunciantes. El grupo de
opinión que trabaja para el sector empresarial, necesita estimular el consumo.
Las empresas de telecomunicaciones necesitan sincerar los precios a la par que
reducir la cartera de clientes, única forma de mejorar la calidad del servicio
a corto plazo. Por estos motivos básicos, a todos les conviene que se hable
menos de la pandemia.
Así que siete días sí —y los otros siete, también— las
mismas calles que a finales de marzo estaban vacías de pánico, reciben a más
venezolanos. No parece que valoren la necesidad de distanciarse físicamente y
sus tapabocas a veces no son adecuados o están mal puestos.
Unos regresan a sus empleos. Estos, con mucho menor
poder adquisitivo que en febrero, se consideran afortunados. Los demás, corren
al rebusque o, dicho de otro modo, abren un «nicho de mercado».
Se parece a lo que ha pasado en otros países. Los más
desarrollados, según su honestidad, muestran la gravedad de la segunda ola de
contagios. Aquí no estamos seguros de haber visto claramente la primera.
Pero el virus está ahí. Cada día nos llegan noticias
de alguien cercano que se ha contagiado y sabemos que todavía no existe una
vacuna aprobada. Se habla poco de las secuelas, aunque se han reportado algunas
alarmantes. Por eso todavía hay un importante segmento de la población que no
cree que padecer covid-19 represente un riesgo mortal.
A pesar de todo, se ha logrado un acuerdo. El mediador
ha sido la economía. La economía necesita que no tengamos miedo. Para ella
sería mejor si olvidamos del todo que el virus existe y reanudamos el estilo de
vida anterior. No importa si la ineficiente Organización Mundial de la
Salud, nos advierte que esto apenas empieza.
La verdad es que nadie aguanta el miedo tanto tiempo.
Tampoco la pobreza. El tema angustia, pero me doy cuenta del acuerdo y sus
motivos. Como en esa ecuación no está la salud de los venezolanos, me obligo a
pedirle que no lo olvide, que cualquier precaución adicional es pertinente y
que mire de nuevo a su alrededor, porque ese acuerdo es político. Y su vida es
irrepetible.
Carolina
Gómez-Ávila
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